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La Palabra de Dios y nuestra realidad
a nivel personal, cultural y eclesial
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PRINCIPAL FUENTE DE INSPIRACIÓN
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Como cristianos, nuestra fuente principal de inspiración tiene que
ser La Palabra de Dios la Biblia, nuestro texto sagrado por excelencia.
Después viene todo lo demás.
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La Biblia tiene que ser para nosotros como una ventana abierta, desde la cual
tenemos la oportunidad de contemplar en toda su riqueza el plan de salvación,
trazado por Dios desde toda la eternidad, un espejo en que miramos,
para ver en qué medida estamos viviendo de acuerdo con él este plan
(Sant 1,23-24), y al mismo tiempo como un trampolín para lanzarnos en el amor
misericordioso de nuestra Padre Celestial.
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Lenguaje sencillo
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Pues bien, todo esto es presentado en la Biblia, no como en un tratado
de filosofía o teología, reservando exclusivamente para la gente culta,
sino en un lenguaje extremadamente sencillo, que todos pueden fácilmente
comprender, mediante frases sencillas, comparaciones, ejemplos concretos o
historias, tomados de la vida diaria de los campesinos, los pastores y los pescadores.
Me pregunto: ¿qué pasará el día en que a toda esa gente sencilla se le da la oportunidad
de acercarse a la Palabra de Dios? Estoy convencido de que seguramente nos van a
tomar la delantera en el conocimiento «sapiencial de Dios y en el seguimiento de su
Hijo amado, Jesús, el Salvador del mundo.
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Reino de Dios
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Ahora bien, en el fondo, ¿qué nos presenta la Palabra de Dios?
El Reino de Dios ¿Y qué es el Reino de Dios?
El mundo como lo quiere Dios, un mundo a la manera de Dios,
en el cual Dios ocupa el primer lugar,
después viene el ser humano, rey de la creación,
y después todo lo demás.
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Un mundo sin confusión, en que cada uno esté en su lugar y sepa
relacionarse correctamente con Dios, consigo mismo, con todos los
demás seres humanos, con los animales, las plantas, toda la tierra
y el universo entero.
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Un mundo de solidaridad y fraternidad universal, sin guerras ni odios
ni rencores; un mundo de paz, en que se respire respeto y amor mutuo;
un mundo de armonía, en que cada uno esté dispuesto a ofrecer a los demás
lo mejor de sí mismo y al mismo tiempo esté abierto a recibir de los demás lo
que necesite para una vida mejor; un mundo en que todos tengan la posibilidad
de vivir bajo la mirada misericordiosa del Sumo Creador.
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Pecado
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Ésta fue, desde toda la eternidad, la grande utopía de Dios, una utopía,
que pronto quedó frustrada por la rebeldía de nuestros primeros padres, dejándonos
en la más grande confusión y el más grande desamparo.
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De ahí las envidias y las guerras entre hermanos y el desprecio por toda la creación;
de ahí nuestra presente infelicidad.
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Conversión
¿Qué hacer, entonces, para salir de esta situación de pecado y entrar, desde ahora, aunque sea en forma parcial y gradual, en el plan originario de Dio y volveremos en verdaderos ciudadanos del Reino, con los valores, los ideales, las actitudes y los
criterios propios de ese Reino?
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Cambiar de actitud, es decir, de mentalidad, dejando a un lado la mentalidad
materialista, egoísta y cochambrosa, propia de los rebeldes, y aceptando sin
condiciones las exigencias del Reino, como verdaderos hijos amados del Padre Común
(Mc 1, 14-15).
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Sabiduría divina y sabiduría humana
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Lenguaje sencillo
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Pues bien, todo esto es presentado en la Biblia, no como en un tratado
de filosofía o teología, reservando exclusivamente para la gente culta,
sino en un lenguaje extremadamente sencillo, que todos pueden fácilmente
comprender, mediante frases sencillas, comparaciones, ejemplos concretos o
historias, tomados de la vida diaria de los campesinos, los pastores y los pescadores.
Me pregunto: ¿qué pasará el día en que a toda esa gente sencilla se le da la oportunidad
de acercarse a la Palabra de Dios? Estoy convencido de que seguramente nos van a
tomar la delantera en el conocimiento «sapiencial de Dios y en el seguimiento de su
Hijo amado, Jesús, el Salvador del mundo.
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Reino de Dios
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Ahora bien, en el fondo, ¿qué nos presenta la Palabra de Dios?
El Reino de Dios ¿Y qué es el Reino de Dios?
El mundo como lo quiere Dios, un mundo a la manera de Dios,
en el cual Dios ocupa el primer lugar,
después viene el ser humano, rey de la creación,
y después todo lo demás.
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Un mundo sin confusión, en que cada uno esté en su lugar y sepa
relacionarse correctamente con Dios, consigo mismo, con todos los
demás seres humanos, con los animales, las plantas, toda la tierra
y el universo entero.
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Un mundo de solidaridad y fraternidad universal, sin guerras ni odios
ni rencores; un mundo de paz, en que se respire respeto y amor mutuo;
un mundo de armonía, en que cada uno esté dispuesto a ofrecer a los demás
lo mejor de sí mismo y al mismo tiempo esté abierto a recibir de los demás lo
que necesite para una vida mejor; un mundo en que todos tengan la posibilidad
de vivir bajo la mirada misericordiosa del Sumo Creador.
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Pecado
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Ésta fue, desde toda la eternidad, la grande utopía de Dios, una utopía,
que pronto quedó frustrada por la rebeldía de nuestros primeros padres, dejándonos
en la más grande confusión y el más grande desamparo.
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De ahí las envidias y las guerras entre hermanos y el desprecio por toda la creación;
de ahí nuestra presente infelicidad.
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Conversión
¿Qué hacer, entonces, para salir de esta situación de pecado y entrar, desde ahora, aunque sea en forma parcial y gradual, en el plan originario de Dio y volveremos en verdaderos ciudadanos del Reino, con los valores, los ideales, las actitudes y los
criterios propios de ese Reino?
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Cambiar de actitud, es decir, de mentalidad, dejando a un lado la mentalidad
materialista, egoísta y cochambrosa, propia de los rebeldes, y aceptando sin
condiciones las exigencias del Reino, como verdaderos hijos amados del Padre Común
(Mc 1, 14-15).
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Sabiduría divina y sabiduría humana
En el fondo, se trata de escoger entre la sabiduría divina y la sabiduría humana,
la manera de pensar y actuar de Dios, que nos lleva a restaurar la grande utopía del Reino,
y la manera de pensar y actuar del hombre, que siempre más nos hunde en la rebeldía y la infelicidad
(1 Cor 1, 18ss; Sant 3, 13aa; Sant 4,4)
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Una enorme tarea que incumbe a todo auténtico discípulo de Cristo y ciudadano del Reino,
que El vino a instaurar.
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NUESTRA REALIDAD
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Pues bien a la luz de todo lo anterior, la Palabra de Dios nos invita a cada uno de nosotros
a realizar un atento análisis de la propia realidad, a todos los niveles, en el intento de
restaurar el plan originario de Dios.
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-Nivel personal.
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¿Trato de vivir, guiado por la palabra de Dios, que me presenta los auténticos valores del Reino
o me dejo seducir por la sabiduría humana, con todos sus enredos?
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-Nivel cultural.
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En el fondo, ¿qué es la cultura?
La cultura es la suma de las virtudes y los defectos de un pueblo o un grupo de personas,
su manera de sentir, ver la realidad que lo rodea y tratar de desenvolverse en ella.
Y puesto que todo ser humano no está exento del contagio del pecado, también toda cultura,
para adecuarse al plan originario de Dios, (su grande utopía que de todos modos algún día
se hará efectiva, por lo menos al final de la historia),
necesitará una purificación.
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Mucho cuidado: que el tema de la cultura no se vuelva en un pretexto para enredar las cosas y
seguir con la sabiduría humana, en franco rechazo de la sabiduría divina, presentada en toda
la Palabra de Dios y de una manera especial en el Evangelio de Cristo,
El mismo Hijo de Dios hecho hombre.
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Que no tengamos miedo al Evangelio, como si el Evangelio estuviera en contra de la auténtica
felicidad del hombre. Que quede bien claro: todo lo humano realmente valioso encontrará
siempre en el Evangelio un aliado confiable, nunca un rival, alguien capaz de explicitar todas
sus potencialidades con miras a su plena afirmación y su pleno desarrollo.
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¿Qué se quiere decir, entonces, cuando se habla de «in culturar el Evangelio» ?
Sencillamente, se quiere decir que hay que trasmitir y vivir el Evangelio en moldes
culturales propios, de manera tal que el Evangelio se vuelva para cada cultura en
«carne de la propia carne y sangre de la propia sangre», un mismo Evangelio con
un color y un sabor según el sentir de cada pueblo y cultura. .
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-Nivel eclesial.
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¿Y qué tal la voz del Evangelio con relación a la situación actual de la Iglesia?
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¿Acaso la Iglesia está exenta del contagio del pecado?
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En su aspecto divino, claro que no tiene nada que ver con el pecado.
Pero en su aspecto humano claro que tiene mucho que ver con el pecado
y sus consecuencias.
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En realidad, también en la Iglesia como en cualquier sociedad puramente humana,
puede haber de todo:
privilegiados del sistema y excluidos,
gente sincera y bien intencionada,
totalmente entregada al bien de los hermanos,
y gente experta en la manipulación y el despojo,
siempre lista para aprovecharse de los demás para su propia afirmación
a costilla de los más débiles.
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Por lo tanto, hoy más que nunca, al encontrarnos en un
«cambio de época», La Palabra de Dios nos cuestiona y nos invita a realizar
un serio análisis de nuestra realidad como Iglesia, para ver si estamos cumpliendo
cabalmente con nuestro cometido o nos estamos yendo por las ramas,
descuidando lo propio de nuestra misión.
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No nos olvidemos que uno de los aspectos más subrayado por el Papa Francisco,
con miras a «poner al día» la Iglesia, es el tema de la «reforma de las estructuras».
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Conclusión
Desde un principio de su ministerio petrino el Papa Francisco ha ido repitiendo
que la Iglesia Católica no es una ONG, es decir, una organización no gubernamental,
dedicada esencialmente a la promoción humana y social.
Su tarea principal le ha sido confiada por el mismo Maestro Divino:
Ir y anunciar el Evangelio a toda creatura (Mc 16, 15).
De ahí tienen que venir todo lo demás.
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A trabajar, entonces, todos juntos, hombro con hombro, desde su trinchera,
poniendo a fruto el don o carisma recibido de Dios, para hacer realidad los valores
del Reino, este mundo nuevo, a la manera de Dios, al que todos anhelamos.
Fuente: Pbro.Flaviano Amatulli Valente.