Visita de las Reliquias del Beato Juan Pablo II a la Diócesisde Toluca


Homilía de Mons. Chavolla Ramos


Queridos hermanos y hermanas en el Señor: yo quiero dar gracias a Dios por el privilegio que nos concede: tener las reliquias del Beato Juan Pablo II. En el corazón de cada uno de nosotros.

Hoy vibra una sensación muy especial, y no sólo por la amistad, que ciertamente cuenta, el cariño que le teníamos y seguiremos teniendo, ciertamente tiene un lugar muy especial en el corazón de cada uno de nosotros, pero yo destaco más la presencia del beato. Tener las reliquias aquí, de un hombre que conocimos y al que tuvimos el privilegio de saludar, de tratarlo frente a frente, ver su sencillez, ante todo su amor, la atención que nos tenía, a todos y cada uno de nosotros, sin protocolos. Les comparto una experiencia: En el ‘94 tuvimos, los obispos mexicanos, la visita de cada cinco años que tenemos que ir haciendo al santo padre y dar un informe de cómo va la diócesis. Yo era el obispo de Matamoros en ese tiempo. Y parte del programa era entrar a comer con él, y como éramos 32 obispos en esa tanda, nos dividieron 16 un día y 16 otro día, y comimos los 16 ahí con Juan Pablo. Lo estábamos esperando, en esos días él había sido operado.

Acuérdense que había tenido un accidente y el fémur ahí andaba todo lastimado y traía su bastón, cuando oímos que venían arrastrando los pies dijimos: “ahí viene”. Nunca me imaginé la forma en que nos recibió, que un Papa nos iba a recibir de esa forma, llegó con su bastón en la mano, agarró el bastón y dijo: “México, México, ra ra ra”. En esa forma nos recibió, fíjense ustedes siendo él la cabeza de la Iglesia, y luego agarró el bastón con las dos manos y nos iba picando la panza: “México, México, ra ra ra”. El hombre, el hombre sencillo, el hombre cercano, el hombre amoroso. Por eso el tener el privilegio hoy de tener aquí las reliquias de este hombre, es bueno darle gracias a Dios por el amor que nos brinda. Hoy tenemos también un beato, no sólo polaco, sino también mexicano, como él mismo lo llegó a decir en el Estadio Azteca: “yo ya soy mexicano”, decía él. Pues, es bueno, conveniente, que le pidamos hoy al Señor gracias especiales, no duden hijos en acercarse a Él y por intercesión del beato pidan lo que más necesitan ustedes.

Pero lo que más requerimos es los bienes espirituales, no se vayan a dejar llevar por los bienes materiales, acérquense y pídanle también que nos conceda e interceda por nosotros para que el Señor nos conceda vivir la santidad, aunque no lleguemos a los altares pero que vivamos la santidad. Ya Monseñor (Guillermo Fernández) al principio hablaba precisamente sobre quién es Juan Pablo II, ustedes también, todo mundo lo conoce, pero ¿quién es Juan Pablo?, quiero recordar simplemente aquí con ustedes un aspecto que me parece esencial y que hoy a nosotros los pastores y a toda la Iglesia, toda la grey, nos hace ante todo vibrar. Él vivió el pastoreo, su vocación a fondo, vocación de hombre, la vida la vivió en plenitud y nos dio testimonio ante todo con su vida del valor de la vida, la grandeza y la riqueza de la vida. Él como hombre vivió a plenitud esa vida hasta sus 85 años, ¿quién no recuerda ante todo ese mensaje que con su vida nos estaba dando a toda la humanidad? Un mundo que desecha la vida, la manipula y sobre todo en la tercera edad, un mundo eficientista donde únicamente le interesa el valor de lo económico haciendo a un lado al anciano, y era un anciano el que llevaba las riendas de la Iglesia universal.

Un hombre con una fuerza interior que compartía, manifestaba esa vida del hombre, no solamente llegó a comprender esa vida a través del dolor, de la entrega, de la alegría; la compartía cada uno de nosotros, nos enseñaba como vivir, pero también nos enseñó cómo es el que el hombre debe comprometerse con el hombre mismo, y podríamos preguntar ¿cuál fue su secreto? ¿Quién era su fuerza? ¿Quién era su fortaleza? Y les puedo decir con toda certeza que en su corazón había tres amores, los cuales no competían entre sí, no. Amores que se complementaban, que se unían y fortalecían en su vida, el amor a Cristo , el amor a María y el amor a la Iglesia, tres amores que él constantemente manifestaba en toda su enseñanza, en todo su Magisterio.

En el amor a la Iglesia, no solamente a los fieles, sino en el amor a la Iglesia enseñando su propia vocación de ser luz ante las naciones, amando a todos, siendo luz para todos, aceptando a todos, la vocación de la Iglesia es esta precisamente: tener un corazón universal. Tiene una vocación de amar y testimoniar ese amor a todos los hombres y Juan Pablo II nos lo fue manifestando de una u otra forma. Y ¿qué decir del amor a María? Precisamente en el primer viaje que tuvo se va encontrando con ella aquí en el Tepeyac, ¿recuerdan ustedes ese enero de 1979? ¿Qué nos decía? “yo vengo como peregrino aquí al Tepeyac”, y se enamoró de lo que es México, ¿qué es México? Guadalupe y el pueblo mexicano, ¿no es cierto? México no se puede entender sin Guadalupe y Guadalupe no se puede entender sin México, por eso él como peregrino a los pies de la virgen, el hombre enamorado por María, el hombre que llevaba en el corazón ese amor tierno, ese amor bondadoso, ese amor protector de María. Pero en el también descubrimos el amor a Cristo, no puede entenderse Juan Pablo II sin ese amor a Cristo, él nos lo manifestó de muchas formas en sus mismas cartas, en sus mismos documentos, en su mismo Magisterio. Su primer encíclica precisamente nos lo va presentando ahí a Cristo, hecho hombre el enamorado de Cristo encarnado. Por eso hoy queridos hermanos, hoy nosotros podemos pedirle al Señor por medio del Beato Juan Pablo II gracias especiales, él fue el gran evangelizador, aquí descubrió en México esta gran vocación, y ahora fíjense, curiosamente viene a evangelizar, sigue evangelizando, su presencia en medio de nosotros nos dice cuál es nuestro destino, cómo debe ser nuestra vida. Por eso el pueblo mexicano también reconoce la grandeza de este hombre, y nosotros acerquémonos a Dios por medio de él y vivamos con gozo y alegría este regalo que nos ha otorgado.

La primera diócesis que se ha visitado fue la Arquidiócesis de México a través de la Basílica. Pero ya fuera de la ciudad de México, de la Arquidiócesis, ésta es la primera diócesis que la recibe de las otras noventa, son 92, D.F. primero, Toluca segundo y quedan otras noventa. Así es de que, hijos, testimoniemos en primer lugar nuestra fe en Dios y démosle gracias por este regalo que él nos ha dado.

Acerquémonos a Dios a través del Beato Juan Pablo II, acérquense, pidan lo que ustedes más necesiten ahí en su corazón para que nos acerquemos más a Dios y démosle gracias a nuestro Dios por tenerlo en el cielo, y pidámosle que pronto, muy pronto, sea canonizado, Dios sea bendito por esta presencia de Juan Pablo II aquí en Toluca. Bienvenido Juan Pablo II, esta es tu casa.

Escrito por  Mons. Francisco Javier Chavolla Ramos


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