CAPÍTULO II
PROPIEDAD Y EXCELENCIA DE LA DEVOCIÓN
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Los que desalentaban a los israelitas,
para que no fueran a la tierra de promisión,
les decían que era una tierra que
«devoraba a sus habitantes»,
es decir que su ambiente era tan dañino,
que era imposible vivir allí mucho tiempo y que sus moradores eran gentes tan monstruosas,
que se comían a los demás hombres como a las langostas.
Así el mundo, mi querida Filotea,
difama tanto cuanto puede a la devoción,
pintando a las personas devotas con aire sombrío,
triste y melancólico,
y diciendo que la devoción comunica humores displicentes e insoportables.
Mas, así como Josué y Caleb aseguraban que no sólo era buena y bella la tierra prometida,
sino también que su posesión había de ser dulce y agradable,
de la misma manera el Espíritu Santo,
por boca de todos los santos y Nuestro Señor por la suya propia, nos aseguran que la vida devota es una vida dulce, feliz y amable.
El mundo ve que los devotos ayunan, oran,
sufren las injurias,
cuidan a los enfermos,
dominan su cólera,
refrenan y ahogan sus pasiones,
se privan de los placeres sensuales
y practican éstas y otras clases de obras que de suyo y en su propia substancia y calidad,
son ásperas y rigurosas.
Mas el mundo no ve la devoción interior y cordial,
que hace que todas estas acciones sean agradables, suaves y fáciles.
Contemplad las abejas sobre el tomillo:
encuentran en él un jugo muy amargo, pero, al chuparlo, lo convierten en miel,
porque ésta es su propiedad.
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¡Oh mundanos!, las almas devotas encuentran, es cierto,
mucha amargura en sus ejercicios de mortificación, pero,
con sólo practicarlos, los convierten en dulzura y suavidad.
El fuego, las llamas, las ruedas y las espadas parecían flores y perfumes a los mártires,
porque eran devotos; y, si la devoción puede endulzar los más crueles tormentos
y la misma muerte ¿que no hará con los actos de virtud?
El azúcar endulza los frutos verdes y hace que no sean desagradables ni dañosos los excesivamente maduros.
Ahora bien,
la devoción es el verdadero azúcar espiritual,
que quita la aspereza a las mortificaciones y el peligro de dañar a las consolaciones;
quita la tristeza a los pobres y el afán a los ricos,
la desolación al oprimido y la insolencia al afortunado,
la melancolía a los solitarios y la disipación a los que viven acompañados;
sirve de fuego en invierno y de rocío en verano;
sabe vivir en la abundancia y sufrir en la pobreza;
hace igualmente útiles el honor y el desprecio,
acepta el placer y el dolor con igualdad de ánimo,
y nos llena de una suavidad maravillosa.
Contempla la escala de Jacob, que es una viva imagen de la vida devota:
los dos largueros por entre los cuales se sube y que sostienen los escalones,
representan la oración, que nos obtiene el amor de Dios y los sacramentos que lo confieren;
los escalones no son otra cosa que los diversos grados de caridad,
por los cuales se va de virtud en virtud,
ya sea descendiendo, por la acción,
a socorrer y a sostener al pobre, ya sea subiendo, por la contemplación,
a la unión amorosa con Dios.
Te ruego ahora que contemples quiénes están en la escala;
son hombres, con corazón de ángeles,
o ángeles con cuerpo humano;
no son jóvenes, pero lo parecen, porque están llenos de vigor y de agilidad espiritual;
tienen alas, para volar,
y se lanzan hacia Dios,
por la santa oración,
mas también tienen pies,
para andar entre los hombres,
en santa y amigable conversación.
Sus rostros aparecen bellos y alegres,
porque todo lo reciben con dulzura y suavidad;
sus piernas, sus brazos y sus cabezas están enteramente al descubierto,
porque sus pensamientos, sus afectos y sus actos no tienden a otra cosa que a complacer.
Lo restante de su cuerpo está vestido,
pero con elegante y ligero ropaje, porque es cierto que usan del mundo y de sus cosas,
pero de una manera pura y sincera, tomando estrictamente lo que exige su condición.
Créeme,
amada Filotea,
la devoción es la dulzura de las dulzuras y la reina de las virtudes,
porque es la perfección de la caridad.
Si la caridad es la leche,
la devoción es la nata;
si es una planta,
la devoción es la flor;
si es una piedra preciosa,
la devoción es el brillo;
si es un bálsamo precioso,
la devoción es el aroma,
el aroma de suavidad que conforta a los hombres y regocija a los ángeles.
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Autor San Francisco de Sales