Consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María


LA CONSAGRACIÓN DE RUSIA

El 13 de junio de 1929, mientras la Hermana Lucía estaba en el noviciado de las Hermanas Doroteas en Tuy, España, Nuestra Señora cumplió Su promesa del 13 de julio de 1917: “Vendré a pedir la consagración de Rusia…” escribe la Hermana Lucía que, estando ella una noche sola… en medio de la capilla… cuando la única luz era la de la lámpara:

 

De repente, se iluminó toda la capilla con una luz sobrenatural y sobre el altar apareció una cruz de luz que llegaba hasta el techo. En una luz más clara se veía, en la parte superior de la cruz, un rostro de un Hombre y Su Cuerpo hasta la cintura. Sobre su pecho había una paloma igualmente luminosa. Y clavado en la cruz, el cuerpo de otro hombre. Un poco por debajo de la cintura, suspendido en el aire, se veía un Cáliz y una Hostia grande sobre la cual caían unas gotas de Sangre que corrían a lo largo del Rostro del Crucificado y de una herida en Su pecho. Escurriendo por la Hostia, esas gotas caían dentro del Cáliz.

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De repente, se iluminó toda la capilla con una luz sobrenatural y sobre el altar apareció una cruz de luz que llegaba hasta el techo. En una luz más clara se veía, en la parte superior de la cruz, un rostro de un Hombre y Su Cuerpo hasta la cintura. Sobre su pecho había una paloma igualmente luminosa. Y clavado en la cruz, el cuerpo de otro hombre. Un poco por debajo de la cintura, suspendido en el aire, se veía un Cáliz y una Hostia grande sobre la cual caían unas gotas de Sangre que corrían a lo largo del Rostro del Crucificado y de una herida en Su pecho. Escurriendo por la Hostia, esas gotas caían dentro del Cáliz.


Luego  Nuestra Señora dijo a la Hermana Lucía:

«‘Ha llegado el momento en que Dios pide al Santo Padre que haga, en unión con todos los Obispos del mundo, la Consagración de Rusia a Mi Inmaculado Corazón; prometiendo salvarla por este medio. Son tantas las almas que la justicia de Dios condena por pecados cometidos contra Mí, que vengo a pedir Reparación. Sacrifícate por esta intención y reza».

 

El pedido de la solemne y pública Consagración de Rusia por el Papa y todos los obispos católicos, expresado por intermedio de Nuestra Señora a la Hermana Lucía, es un pedido hecho por Dios mismo. En Tuy, Nuestra Señora dijo a Lucía:   » Ha llegado el momento en que Dios pide al Santo Padre que  haga…»

CONSAGRACIÓN AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA
LA RESPUESTA A LA CATEQUESIS DE FÁTIMA:
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No es mi intención analizar la Consagración de Rusia (y del
mundo entero) que la Madre de Dios pidió en Fátima.
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El Papa Juan Pablo II
hizo esta consagración en comunión con todos los obispos  del mundo
el 25 de marzo de 1984
en la Plaza de San Pedro en Roma.
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Sor Lucía confirmó que este
“acto de consagración universal y solemne»
correspondía a la petición de Nuestra Señora de Fátima.
Casi inmediatamente después de que el Papa encomendara a Rusia
y al mundo al Corazón Inmaculado de María, el bloque soviético y
la entonces Unión Soviética se derrumbaron. El comunismo como se
conocía desde 1917 ya no existe. Es obvio que cualquier otra
controversia sobre el Papa o de la validez de la Consagración de  1984
no es sobre Dios.
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No, nosotros necesitamos hablar sobre esa consagración
personal al Inmaculado Corazón de María que es un componente tan
esencial del mensaje de Fátima.
El Papa Juan Pablo II veía a Fátima
como una manifestación sobrecogedora de la maternidad espiritual
de la Santísima Virgen. Él expresó que la Madre de Dios vino
visiblemente a nuestro mundo en 1917 para alejar del pecado a todas
las personas y llevarlas a su Divino Hijo.
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En cada una de sus visitas Papales a Fátima,
el Papa Juan Pablo II evocó la memoria de María
al pie de la cruz: María, la Madre del Hijo de Dios, y madre de todos
sus discípulos (Juan 19, 25-27)
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Señaló que el propósito de la aparición fue atraer a la raza
humana al misterio del amor redentor de Cristo. Dentro del
contexto de estas reflexiones sobre la consagración del mundo al
Inmaculado Corazón de María, el Papa Juan Pablo II retó a los fieles
a entregarse a la “maternidad de María en el Espíritu Santo”, a fin
de que puedan adentrarse más en el misterio de Cristo y su amor
sanador y transformador. Sugirió que un íntimo abandono total a
María era el camino específico a una relación salvadora con Cristo en
nuestros difíciles tiempos. Por ejemplo, durante su primera visita en
1982, el Papa Juan Pablo II declaró:
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Consagrar al mundo al Inmaculado Corazón de María significa
acercarse, por intercesión de la Madre, a la misma fuente de
vida que brotó del Gólgota. Esta fuente derrama
incesantemente redención y gracia. En ella, se hace reparación
constante por los pecados del mundo. Es una fuente incesante
de nueva vida y santidad.
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Consagrar el mundo al Inmaculado Corazón de María significa
regresar a los pies de la cruz del Hijo. Significa consagrar este
mundo al Corazón traspasado del Salvador, llevándolo a la
misma fuente de su redención. La Redención es siempre mayor
que el pecado del hombre y que el “pecado del mundo”. El
poder de la redención es infinitamente superior a toda la gama
del mal en el hombre y en el mundo.
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El corazón de la madre está al tanto de esto, más que ningún
otro corazón en todo el universo, visible e invisible. Por lo
tanto, ella nos llama. No solo nos llama a la conversión: ella
nos llama a aceptar su ayuda maternal para regresar a la fuente
de la redención.
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Durante su segunda visita a Fátima, el Papa Juan Pablo II
invitó a los fieles a ir con él a los pies de la cruz de Jesús. De nuevo,
encomendó solemnemente a todas las personas al Corazón de María.
Él también encomendó “la nueva evangelización” al cuidado
maternal de la Madre de Dios:
Por segunda vez, estoy ante ti en este santuario para besar tus
manos por haber permanecido firme cerca de la cruz de tu Hijo que es
la cruz de toda la historia de la humanidad y también de nuestro siglo.
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Ahora, como siempre, tú descansas tu mirada en los hijos e
hijas quienes ya pertenecen al tercer milenio. Ahora y siempre,
tú nos proteges con el más grandioso cuidado maternal,
defendiendo con tu poderosa intercesión  la aurora de la luz en medio
de pueblos y Naciones..

Constantemente y por siempre tú permaneces, porque el Hijo
Único de Dios, tu Hijo, te confió toda la humanidad cuando,
muriendo en la cruz, Él nos hizo parte del nuevo comienzo de
todo lo que existe. Tu maternidad universal, oh Virgen María,
es el ancla segura de salvación de toda la humanidad.
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Formado en la escuela de espiritualidad  Verdadera Devoción a
María de San Luis María de Montfort y bien versado en la teología
de la consagración mariana de San Maximiliano Kolbe, el Papa Juan
Pablo II entendía la entrega a María como “la renovación perfecta de
las promesas bautismales” a través de las manos de ella.
Según
entendía el Papa, un cristiano se entrega conscientemente a María
para poder entrar plenamente en la consagración a Jesucristo
efectuada mediante el bautismo.
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Dándose por entero a María — cuerpo, alma, posesiones
materiales y tesoros espirituales — el creyente se pone en las manos
de la Virgen. Al hacer eso, le pide al Espíritu Santo, que vive y actúa
en María que realice la sanación y transformación que llevan al
cristiano a ser un verdadero discípulo y “colaborador” de Jesucristo.
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En el contexto del mensaje de Fátima, este abandono total a la
maternidad espiritual de María hace al cristiano receptivo a su
“ministerio” evangélico y catequístico. El creyente no solo es
formado en la vida cristiana por el mensaje de Fátima, sino que
también es formado para evangelizar y catequizar a otros en la fe
católica. La consagración a María es el medio misterioso en el cual se
lleva a cabo esta formación maternal.
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El “carisma” o gracia de Fátima incluye una dimensión
personal espiritual al igual que un llamado a participar en la obra
apostólica de la Iglesia. Mediante el mensaje de Fátima, el cristiano
recibe el reto de alejarse firmemente del pecado y sus seducciones y
vivir por la fe en el Hijo de Dios.
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Este reto lleva al cristiano a darse
cuenta de su propia impotencia. Esto anima al creyente a buscar la
ayuda maternal de María.
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Al abandonarse a María es cuando uno
escucha las resonancias profundas de su llamado en Fátima a la fe y
a la conversión del pecado. Este reto prepara al discípulo de Cristo
para la obra de la “nueva evangelización”, o sea, la tarea de atraer a
la gente de nuestro tiempo a la fe, a la conversión y al bautismo.
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