El Amor de Dios: Sólo Dios nos comprende totalmente.
Sólo hay una comprensión verdadera y
absoluta y es vertical: Dios-Hombre.
La Horizontal, hombre-hombre, es solamente relativa, con
frecuencia aparente, diplomática, impuesta por la necesidad,
por la conveniencia.
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La plegaria es entonces un encuentro vivo, cordial,
interesante.
Es la conversación de una persona con otra; el encuentro
íntimo, secreto, amoroso con la única Persona que sabe
todas nuestras cosas, que nos ama con un interés y un
amor como si sólo existiéramos nosotros
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Amigo que sufres, ¿ has intentado hablar con Dios?
¿Has experimentado ya el gozo de sentirte tratando
mano a mano con Él, de hablarle con tus palabras,
de exponerle tus problemas, tus penas?
Es necesario que te liberes, de cuando en cuando, de las fórmulas hechas y,
por lo mismo, comunes.
Debes sentirte libre y personal en tu oración, porque tu mundo interior es
tuyo y solamente tuyo; y necesita un lenguaje que no puede confundirse con
el de los demás.
Haz la prueba de orar de esta manera, con la persuación de que no hay en una
jornada momento más solemne y más feliz que aquel en que te entregas a un
diálogo tan sereno y silencioso.
Y si te es posible, ve con frecuencia a encontrarte con tu gran Amigo, huésped
en el Santo Tabernáculo.
Nada proporciona una alegría tan grande como su presencia, como hablarle,
escucharle, consultarle.
Recíbele en la Santa Comunión, en la que tienes el gran privilegio de unirte, de
fusionarte plenamente con El.
La Eucaristía es el Amor hecho Sacramento y cumple las tres psicológicas del
amor: vivir con la persona amada, dividir los propios bienes con ella, unirse
completamente, en una fusión sustancial y total.
Jesús en la comunión es tuyo, todo tuyo, y tú formas con El durante algunos
instantes una íntima y real unidad.
En ella está el amor de Jesús, que se particulariza, se individualiza, para
entregarse a tí realmente y de una manera plena.
Asiste con frecuencia a su gran Sacrificio, que se renueva en cada Santa Misa.
Piensa. cada Misa es la conmemoración y la renovación del sacrificio de la Cruz.
En forma mística, pero real, Jesús repite su holocausto y lo repite con todo el
Cuerpo místico, con todos los que, sufriendo, completan su Pasión a lo largo de
los siglos; lo repite con tu sacrificio, lo repite contigo.
Cada día puedes asociarte a esta grandiosa celebración: asistiendo fisicamente a la
Misa y uniéndote espiritualmente a las trescientas cincuenta mil Misas celebradas
en la tierra.
En cada instante puedes unirte a las cuatro Hostias elevadas hacia el cielo.
No hay interrupción en la sucesión de las Misas, a las que puedes unirte
en espíritu.
Basta con recogerse un momento, pensar en la Víctima divina y
ofrecerse por Él, con Él y en Él.
Misa, Comunión, Oración: éstos son los grandes medios que el Señor ha puesto a
tu disposición para que superes todas las dificultades, para que encuentres la
serenidad, para que lleves bien y meritosamente tu cruz.
Intenta descubrir esta fuente limpia en la que apagarás la sed de tu espíritu tan
ávido.
Trata de entablar conversación con el cielo.
Te convencerás de que no hay conversación más sosegadora ni constructiva que
la mantenida con Aquel que es verdaderamente la Persona de tu corazón y
que siempre está dispuesta a escucharte.
Sufrir viviendo el momento presente.
El pasado ya no te pertenece; el futuro está en las manos de Dios.
Lo que cuenta es el momento presente, la hora, el instante que estás viviendo.
Y, sin embargo, este instante difícilmente se vive a pleno rendimiento, porque se
pasa el tiempo en lamentaciones por la vida pasada o llenos de preocupaciones por la que ha de venir.
¡EL PASADO! Cuando, al resplandor de una madurez más sabia y reflexiva, se te ocurre pensar en tus pecados, desórdenes, utilidad de la vida pasada, se apodera de ti una sensación de angustia y de temor.
Todo te parece inútil se te muestra irreparablemente manchada.
¡Cuánto te gustaría haberte comportado de otra manera!
¡Cómo te repugnan aquellas acciones, aquellas personas que tan fuertemente te atraían y que solamente ahora, ya demasiado tarde, se te muestran en su triste pequeñez!
¡Cómo te parece que has malgatado totalmente muchas energías físicas y espirituales al servicio de ideales terrenos, de ideales de ningún valor!
¡Si pudieras volver sobre tus pasos!
Este es el sufrimiento de todos, porque todos tenemos un pasado.
Un pasado celosamente guardado en la intimidad del propio corazón, pero siempre presente, como motivo de gran aflicción, a nuestro espíritu.
Amigo que sufres, recuerda que el recuerdo punzante de tu vida ya pasada puede convertirse, y de hecho se convierte, en uno de los obstáculos más graves para la serenidad de tu vida y para la santificación del momento presente, que es lo que nos interesa.
Escucha: aun cuando te hayas manchado en el pasado con las culpas más horribles y nunca imaginadas; aun cuando hayas abusado de la bondad del Señor y le hayas ofendido con los desórdenes más graves y turbios, no pierdas la esperanza.
Dios es, antes que cualquier otra cosa, Bondad y Misericordia infinitas.
Para que el Amor se sienta plenamente satisfecho -dice Santa Teresa del Niño Jesús- es preciso que se abaje hasta la nada y que la transforme en fuego.
Y cuando este Aamor se caracteriza como misericordia, se digna descender aún más, hasta la nada culpable.
Es el Amor misericordioso, cuya característica es la de dar, dar generosa y totalmente, sin que tenga algún mérito o derecho quien recibe.
Cuanto mayor es la miseria, tanto más se inclina hacia ella con infinita ternura.
Parece como si Dios encontrara en esta actitud una de sus mayores alegrías y su gloria más lograda.
Acaso porque, sin el pecado, jamás habríamos llegado a saber hasta qué punto nos ama. Dios, como dice San Agustín, ha preferido sacar bien del mal antes que no permitirlo.
Y este provecho es para El la gloria de manifestar un amor mayor, y para nosotros una rehabilitación que, como se dice en el Ofertorio de la Misa, es, sin duda alguna, más maravillosa que la creación misma.
Dice San Pablo que Dios probó su amor hacia nosotros en que, siendo pecadores, murió Cristo por nosotros..
El Amor de Dios se dirige al pecador y se anticipa a su arrepentimiento..
Nuestro corazón es tan mezquino, aun en sus afectos más hermosos, tan severo en sus juicios, tan avaro en el perdón, que no podemos hacernos una idea aproximada de la paciencia infinita de Dios con las almas culpables.
No ama el pecado, pero ama al pecador; y toda su actividad misericordiosa se orienta a su arrepentimiento, a su redención.
El Evangelio nos atestigua una predilección real de Jesús por los pecadores.
Sus relaciones con ellos nos manifiestan el dulce sabor de la misericordia en acción, la felicidad exquisita del amor que desciende a lo más bajo y recibe la suprema exaltación al otorgar el perdón.
Sólo exige una cosa: arrepentimiento.
Y cuando un alma pecadora se rinde a los apremios divinos, encuentra en Dios un padre que le abre los brazos y seca con sus besos las lágrimas de un arrepentimiento retrasado y tan largamente esperado.
Ni una palabra de reproche, ni una señal de disgusto, sino la alegría inefable de haberle dado ocasión de practicar su misericordia.
Y esto, cada vez que el alma se arrepiente, detesta el mal hecho y suplica el perdón divino.
Dios, además, no perdona al estilo de los hombres, que no saben olvidar: En Él no queda ni siquiera el recuerdo de nuestros pecados, de forma que, después de renovados perdones, conservará hacia el pecador la misma benévola actitud y le ofrecerá su amistad, sin segundas intenciones, como si olvidara que ha sido ya traicionado.
Dios quiere , junto con el arrepentimiento , buena voluntad.
No exige el éxito, sino el esfuerzo.
La falta aparente de éxito y las repetidas derrotas no constituyen un verdadero obstáculo para la acción de la gracia, con tal que nos levantemos de las caídas sin desanimarnos ni entristecernos por haber errado.
Es difícil encontrar u alma perfectamente confiada después de la humillación del pecado.
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Queda en el alma una vaga inquietud, la angustia, el temor de que Dios se comportará con ella con cierta distancia, privándola de su tierna familiaridad.
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Nada más equivocado.
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Dios ama como al principio, porque en Él nada ha cambiado, ya que nunca deja de amar a su criatura, aun cuando ésta se aleje de Él voluntariamente.
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La gran equivocación está ahí: en creer que el amor de Dios está inspirado o condicionado por nuestras virtudes o por nuestros méritos.
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Dios nos ama porque El es bueno, no porque lo seamos nosotros.
Y no desea de nosotros sino que creamos firmemente en su amor y nos esforcemos con todo nuestras fuerzas para elevarnos hasta Él.
Amigo que sufres: si tu pasado te oprime, no tengas miedo.
Arrojate en los brazos del Señor, cree, ten confianza en Él.
Si estás arrepentido, El lo ha cancelado todo y para siempre.
Y si el recuerdo de las culpas pasadasha conseguido persuadirte de tu pequeñez, de tu incapacidad, de tu nulidad, bendice este aspecto positivo que ellas te han ocasionado.
Lo importante es llegar a la certeza de que Él nos ama, nos salva, nos guía, realiza todo cuanto nos acontece.
Y que nosotros podemos y debemos sencillamente creer en este Amor, fiándonos ciegamente de sus disposiciones adorables.
También tus culpas pasadas, dentro del juego de sus designios inescrutables, han tenido y conservan su función providencial; pero ya no debes pensar más en ellas.
Aleja el recuerdo como una tentación y aprende a sacar de ellas, a ejemplo de Pedro, Pablo, Agustín, Magdalena, un estímulo más fuerte para tu generoso abandono en sus manos.
¡Cuántos pecadores, y grandes pecadores, han llegado a ser serafines de amor porque han encontrado un acicate constante para su fervor en el pensamiento del Amor misericordioso, obstinado en perseguirlos, precisamente en medios de sus extravíos!
También el PORVENIR nos causa preocupaciones perjudiciales.
Ub dicho popular nos advierte que debemos vendarnos la cabeza solamente cuando nos la hemos roto…
Si nos adentramos en el laberinto de las combinaciones posibles en que podemos encontrarnos, ¿a dónde iremos a parar?
Jesús, con la doble comparación de los pájaros y de los lirios del campo, ha querido quitarnos toda preocupación, asegurándonos que nuestro Padre celestial provee por su parte a todas nuestras necesidades.
Deja sólo a los paganos la preocupación del mañana. Pobres, pequeños seres, semejantes a la hierba que se mece en el prado hoy y mañana es cortada y colocada en el henil, debemos limitarnos -ha dicho Jesús- a pesar exclusivamente en el día de hoy: bástale a cada día su afán.
TODO A JESÚS POR MARÍA, TODO A MARÍA PARA JESÚS.