Segunda Meditación para Retiro de Navidad


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Dije en la meditación anterior que lo que se necesita preparar a Jesús para que nazca, es un pesebre.  Aparentemente es cosa fácil,  porque si se trata de prepararle  basura  y   polvo,  lo tenemos      en abundancia;  pero para expresar mi pensamiento con exactitud,  debo decir que   no  e s  la basura como basura,  ni las miserias como miserias,  lo que atrae a Nuestro Señor,   sino  que      es necesario que tengamos el secreto de transformar esas miserias en algo valioso.

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Si alguien tiene una máquina especial para hacer de la basura papel,  podría hacer muy buen negocio;  buscaría entonces la basura,  no por ser basura,  sino para transformarla en papel.

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Así nuestras miserias, no como tales son agradables a Dios. El ha puesto en nuestras almas VIRTUD, que es máquina maravillosa para  utilizar  toda la basura, todas las miserias de nuestro corazón y transformarlas en paz y santidad.

Por eso no está la cosa en tener miserias,sino en saberlas utilizar; las miserias se utilizan aceptándolas, complaciéndose  en ellas, porque complacernos en nuestras miserias  es                    colocarnos en nuestro lugar, ser como Nuestro Señor quiere que seamos.

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Esta humildad no es difícil de practicar, sino fácil de comprender.  Pocas almas se dan cuenta de lo que son en realidad; es decir, miserables, porque así las quiere Dios.  y esa pequeñes  y esas  miserias, tocadas con la vara mágica de la humildad se convierten en algo preciosismo a los ojos de Dios.  

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Pues bien,  así  es como  debemos  preparar  a  Jesús  nuestro  corazón,  con  miserias, con basura , con polvo; pero          todas  esas  cosas las debemos transformar en luz,  en virtud,   en atractivo para Nuestro Señor  por medio de  la santa humildad.

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Pero no basta prepararle a Jesús un pesebre, porque el Padre Celestial le preparó,

también un San José;  es decir, un varón prudente y santo como lo llama la

Escritura, para que cuidara de su Hijo.

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El Padre ama a su hijo apasionadamente, y al enviarlo a este mundo, era natural que lo hubiera puesto en buenas manos.

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¿Que tendría San José para que el Padre haya depositado en él toda su confianza y confiado el mayor de sus tesoros?

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Tenía muchas virtudes:  una pureza inmaculada, una vida interior intensa, una prudencia y una obediencia perfectísima, etcétera.  Pero a mi modo de ver,  la virtud que descollaba en San José y por la que el Padre lo eligió,  fue su  fidelidad admirable.

 

La Iglesia le aplica estas palabras de la Escritura:  «Ecce  fidelis servus et prudens,  quem constituit Dominus super familiam suam».  «He aquí el siervo fiel y prudente a quien el Señor constituyó como jefe de su familia».

 

La fidelidad consiste en no separarnos una tilde de la voluntad santa de Dios, de seguir las indicaciones de aquel  de quien se ha recibido un encargo.  Y San José  tuvo esta fidelidad heroica constantemente; hizo la voluntad del Padre con perfección. en silencio, sin murmurar, sin torcer en lo más mínimo los designios santos de Dios.

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Y esto no es común;  ordinariamente quiere uno seguir su propio juicio y su propia iniciativa.  Estoy seguro que si el Padre nos hubiera puesto a alguno de nosotros en lugar de San José,  en la noche aquella en que el Ángel le fue a decir de parte de Dios:  «Levántate, toma al Niño y a su Madre y huye a Egipto»,  no hubiéramos obedecido con esa fidelidad heróica con que obedeció San José.

 

 

Tal vez hubiéramos pensado:  mejor sería irnos a la Arabia, allá está solo,  podríamos estar mejor.  ¿Y no sería más conveniente salir en pleno día?  ¿Cómo nos vamos a ir de noche?…

San José no pensó ninguna de estas cosas, sino que siguió las órdenes de Dios con una fidelidad encantadora.

Comprendía el Santo, porque era humildísimo, que él no era sino un instrumento de Dios y que su papel era ser instrumento dócil y seguir en todo, hasta en sus mínimos detalles,  la voluntad del Padre Celestial.  Estoy cierto de que San José no entendía muchas cosas de las que el Padre le ordenaba respecto a Jesús.

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«Levantate  –  le dice una noche el ángel – toma al Niño y a su Madre y ve a Egipto».  Y el Evangelio nos da a entender que San José obedeció inmediatamente.

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Pasa el tiempo y le dice de nuevo el ángel:  «Vuelve a la tierra de Israel».  San José hace al momento lo que se le manda de parte de Dios,  cumpliendo en todo exactamente su voluntad santa, sin admirarse de nada,  sin pensar en nada.  Sencillamente eso quiere El que me ha confiado esta misión, mi papel de obedecer, es seguir las indicaciones de Dios, no torcer en lo más mínimo sus disposiciones.

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A mí me parece que precisamente por eso le confió Dios a San José el depósito de Jesús y de María.  Si San José hubiera tenido todas las virtudes,  pero hubiera sido menos fiel,  indudablemente el Padre no hubiera puesto en sus manos los tesoros que le confió;  pero, San José era fidelísimo,  por eso Dios le confió aquel precioso depósito.


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