Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael: 29 de Septiembre


 

    La sagrada Escritura y la tradición de la Iglesia nos hacen descubrir dos aspectos.

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Por una parte,  El Ángel es una criatura que está en la presencia de Dios,  orientada con todo su ser hacia Dios.

 

 Los tres nombres de los Arcángeles acaban con la palabra  «El», que significa «Dios»:

 

 

 

Miguel,  Gabriel  y  Rafael.

 

 

Dios está inscrito en sus nombres, en su naturaleza.

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Su  verdadera naturaleza es estar en Él y para Él.

 

Precisamente así se explica también el segundo aspecto que caracteriza a los Ángeles:  

son mensajeros de Dios.  Llevan a Dios a los hombres, abren el Cielo y así abren la tierra. Precisamente porque están en la presencia de Dios,  pueden estar también muy cerca del hombre.

 En efecto,  Dios es más íntimo a cada uno de nosotros de lo que somos nosotros mismos.

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San Miguel Arcángel el príncipe de las milicias celestes,  es el defensor de los derechos Divinos contra el demonio.

Se podría decir que San Miguel concibió y realizó una primera forma de Acción católica,  preocupada de la gloria del Señor y del bien de todos aquellos que son fieles a Dios.

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Su nombre expresa la actitud esencial de los Espíritus buenos: «Mic-El»  significa,  en efecto:  «¿quién como Dios?.  En este nombre se encuentra expresada,  la elección salvífica gracias a la cual los Ángeles  «ven la Faz del Padre» que está en los Cielos.

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San Miguel es llamado,  igualmente,  en la liturgia:  Ángel de la paz,  que no quiere la guerra.  Pidamos su intercesión para que nadie atente contra la paz,  para que nadie combate la Ley Divina y el Reino pacífico del Señor.

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La iconografía lo representa bajo los rasgos severos de un guerrero que derriba al demonio.  La Sagrada Escritura lo llama uno de los primeros Príncipes del Cielo,  jefe de los ejércitos Angélicos que luchan contra el demonio.  La liturgia le da la misma actitud:  desciende del Cielo, el mar se agita y la tierra tiembla;  eleva la Cruz de la salvación como estandarte de victoria,  fulminando a los espíritus rebeldes.

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En el momento mismo de la tragedia inicial de la humanidad,  mientras que nuestros primeros padres se alejaban del naufragio oscuro y frío del pecado,  una nube ligera,  la de la Redención, aparecía en el horizonte y anunciaba el rocío benefactor de los grandes perdones:  Miguel, con la milicia de los Ángeles fieles,  entreveía la maravilla de la Encarnación Divina y de la Redención del género humano,  y lejos de envidiar a los hombres,  como el orgulloso lucifer,  viendo el honor de la unión de dos naturalezas,  cumplida en Jesucristo:  Dios y hombre verdadero,  obedeció al Señor,  reconociendo que no tiene igual a Sí mismo,  y  adoró  con todos los Ángeles al Verbo Encarnado.  Así,  no dejó jamás de amar a los hombres,  para los cuales experimenta un afecto, por así decirlo,  fraternal,  y cuanto más se esfuerza satanás en precipitarlo al infierno,  más trabaja el Arcángel para reconducirlo al Paraíso perdido.

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Introducir a las almas cerca de Dios en la gloria Celeste,  es una tarea que la liturgia y la tradición atribuyen a San Miguel.  «He aquí, dice en la fiesta de hoy el oficio Divino,  al Arcángel Miguel,  príncipe de la milicia Angélica;  su culto es una fuente de beneficios para los pueblos y su oración conduce al Reino de los Cielos»,  «El Arcángel Miguel llega con una multitud de Ángeles;  Dios  le ha encargado conducir las almas a la dicha del Paraíso» y en el Ofertorio de la Misa por los difuntos,  la Iglesia ora:

 «Que esas almas no caigan en las tinieblas,  sino que el portaestandarte

San Miguel las introduzca en la Santa Luz»

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Pero no vayan a creer que este «guía del paraíso»  que Dios ha constituido Príncipe de todas las almas predestinadas,  espera la hora de la muerte para manifestar su bondad a los hombres.  ¡Cuánto,  queridos  esposos,  deben apreciar su protección y su ayuda para acoger en este mundo las almas en las cuales,  en la docilidad a las leyes del Creador,  preparan una morada corporal!  Lejos de limitarse a esta primera ayuda,  San Miguel los sostendrá a todo lo largo de su misión de padres y tomará cuidado de ustedes y de sus hijos.

El Arcángel Miguel es quien custodia los derechos exclusivos de Dios.  Ahora,  el nuevo pueblo de Dios es la Iglesia.  Ésta es la razón por la cual ella lo considera como su Protector y sostén es todas sus luchas por la defensa y la expansión del Reino de Dios sobre la tierra.  Es cierto que «las puertas del infierno no prevalecerán»,  según la afirmación del Señor,  pero esto no significa que estamos dispensados de pruebas y de batallas contra los embustes del maligno.

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En esta lucha,  el Arcángel Miguel está al lado de la Iglesia para defenderla contra todas las iniquidades del siglo, para ayudar a los creyentes a resistir al demonio  que,  como león rugiente ronda buscando a quien devorar».

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Esta lucha contara el demonio en la que se distingue la figura del Arcángel Miguel,  es todavía actual hoy,  porque el demonio está siempre vivo y operando en el mundo.  En   efecto,  el mal que está en él,  el desorden que encuentra en la sociedad,  la incoherencia del hombre, la ruptura interior de la que es víctima,  no son sólo las consecuencias del pecado original,  sino también el efecto de la acción devastadora y oscura de satanás,  de ese destructor del equilibrio moral del hombre que San Pedro no duda en llamar «el dios de este mundo»,  en la medida en que se manifiesta como encantador astuto que sabe insinuarse en el juego de nuestra acción para introducir desviaciones igualmente tan nocivas que tienen el aspecto de estar conformes,  en apariencia,  con nuestras aspiraciones naturales.

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Por eso San Pablo, pone a los cristianos en guardia contra los ataques del demonio y de sus innombrables satélites cuando invita a los habitantes de Éfeso a revestirse de la «armadura de Dios para poder  resistir a las maniobras del diablo.  Porque no es contra adversarios de sangre y carne que tenemos que luchar,  sino contra los principados,  las potencias contra los espíritus del mal que habitan los espacios celestes.

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Por todo eso la Iglesia invoca al Arcángel Miguel sobre todo como protector de la vida de las almas,  más preciosas que de la del cuerpo,  y  siempre amenazada por el contacto del mal.  La Iglesia,  tiene la seguridad inquebrantable que las potencias del infierno no prevalecerán contra ella.  Pero sabe también que la vida cristiana de los individuos y de los pueblos no se conserva sino con la ayuda de Dios,  que tiene a los Ángeles por ministros.  De ahí la oración que el sacerdote puede hacer al final de la Misa con los fieles:

«San  Miguel  Arcángel, defiéndenos en el combate…

Arroja al infierno a satanás y a los otros espíritus malignos 

que rondan el mundo para perder las almas».

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Raramente esta oración fue más urgente que en el momento actual.  Envenenando por la mentira y la deslealtad,  sacudida por el exceso de violencia,  el mundo ha perdido la paz,  la santa moral y la dicha.  Si como consecuencia del pecado original,  la tierra no puede ser un paraíso,  al menos podría y debería permanecer como una estancia de armonía fraternal entre los hombres y los pueblos.   Por el contrario,  el incendio de la guerra ruge en muchas naciones y amenaza invadir otras.  Pero si hoy las fuerzas humanas parecen incapaces de restablecer una paz justa,  leal y durable,  los hombres siempre pueden solicitar la intervención de Dios.

Fuente: Periódico Sagrada Familia

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