La Imposición de la Ceniza


La Imposición de la Ceniza

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La Cuaresma comienza con el Miércoles de Ceniza.

 Este Miércoles es el cuadragésimo día antes de la Pascua,

exceptuando los domingos.

Porque Cuaresma o cuarentena eso significa:

 cuarenta días de penitencia y de ayuno,

como preparación para la solemnidad

central del año litúrgico,  LA PASCUA.

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Actualmente la Iglesia,

 teniendo en cuenta las circunstancias  de nuestro tiempo,

ha reducido la penitencia obligatoria a la abstinencia de carne

el Miércoles  de Ceniza  y los Viernes de Cuaresma y el ayuno a sólo

el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.

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Se  llama Miércoles de Ceniza,

por que ese día tiene lugar la ceremonia de la imposición

de la ceniza en la cabeza de los fieles.

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Esta ceremonia es sumamente popular en México.

Por eso es muy conveniente conocer bien su origen,

 su historia y su significado,  para que se asista a ella,

no por rutina,  sino con una devoción verdadera y consciente.

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El uso de la ceniza como símbolo  de duelo,

como señal de dolor,

es antiquísimo y casi universal.

usaron desde el principio los Hebreos pero también los Egipcios,

los Árabes y aun muchas tribus salvajes.

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Según la Sagrada Escritura,  significa:

 

La caducidad de todo lo de esta vida,

como dice Job a sus contrincantes; (Jb 13,12) Lo que nada vale:

Abraham (Gen.,18,27) se atreve a hablar al Señor “ aunque soy polvo

y ceniza”.

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Es señal de duelo esparcida sobre la cabeza,

como lo hizo Tamar, la hija de David y hermana de Absalón (2R., 13, 19)

o como Isaías,  que se dice enviado por Dios a los que lloran en Sión

para darles una diadema en lugar de la ceniza que cubre su cabeza.

(Is. 61,3)

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Es sobre todo señal de penitencia,

como los Ninivitas que desde el rey hasta el último de sus vasallos

hicieron penitencia en el cilicio y en la ceniza  para alcanzar el perdón

de Dios; (Jon.3,1) o como dice Nuestro Señor a Tiro y Sidón,

que hubieran hecho penitencia en el cilicio y la ceniza,

si hubieran presenciado los milagros que hizo en Corazin y

en Betsaida. (Mt. 11,21) .

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Este último uso de la ceniza como señal de penitencia es el más

frecuente en la Antigua Ley, esparcida principalmente sobre la cabeza,

 pero también sobre las vestiduras o sentándose o revolcándose en ella.

También la usaban,  sobre todo los fariseos, para significar que estaban

ayunando.

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Las cenizas que quedaban en los holocaustos era consideradas

como sagradas y por ese motivo las recogían.

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La Iglesia ha heredado esta práctica e impone la ceniza sobre la cabeza de los

fieles para iniciar el gran tiempo de la penitencia, que es la Cuaresma.

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La práctica en general de imponer la ceniza es tan antigua como la Iglesia.

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A partir del siglo IV,

esta ceremonia indicaba el principio de la penitencia pública.

Los pecadores que habían cometido pecados graves y públicos,

para reconciliarse con la Iglesia debían sujetarse a este proceso:

confesaban primero sus pecados en privado al sacerdote;

después se les revestía con el saco de los penitentes

y se les cubría la cabeza con ceniza;

 luego se retiraban a un monasterio para hacer penitencia

durante toda la Cuaresma.

(En aquel tiempo había más de cien monasterios en Roma y sus alrededores.)

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El Jueves Santo había una Misa especial para reconciliaros y

admitirlos a la Sagrada Comunión.

 El penitente en esas condiciones era como una especie de excomulgado.

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En el siglo IX,  en Roma, todavía el Miércoles de Ceniza era

un rito penitencial.  El Papa, el Clero y los fieles iban en procesión,

con los pies desnudos, desde la Iglesia de Santa Anastacia hasta la

Basílica de Santa Sabina.

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Después del Tratado de Letrán,  su Santidad ha restaurado  esta ceremonia.

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En el siglo XI  cuando se suprimió la penitencia pública,

 se introdujo la imposición de la ceniza desde el Papa hasta el último fiel,

para dar comienzo a la Cuaresma,  que por  eso se llamaba  “in capite ieiunii”.

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El nuevo Misal Romano ha modificado el rito de la imposición de la ceniza.

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De preferencia debe hacerse dentro de la misa,  después de la homilía.

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la ceniza se hace quemando las palmas y ramas de olivo,

benditas el Domingo de Ramos del año anterior.

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El sacerdote con las manos juntas dice esta exhortación:

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“Con actitud humilde oremos, hermanos, a Dios nuestro Padre,

para que se digne bendecir con su gracia estas cenizas que vamos a imponer

en nuestras cabezas en señal de penitencia.”

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Después  de breve silencio para orar, el sacerdote bendice las cenizas con una

de éstas dos oraciones:

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Oh Dios que te inclinas ante el que se humilla y encuentras

agrado en quien expía sus pecados; 

escucha  benignamente nuestras súplicas  y derrama  la gracia

de tu bendición sobre estos siervos tuyos que van a recibir

la ceniza,  para que, fieles a las prácticas cuaresmales,

puedan llegar,  con el corazón limpio, 

a la celebración del misterio pascual de tu Hijo.

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O bien:

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Oh Dios,  que no quieres la muerte del pecador sino 

su arrepentimiento,  escucha con bondad nuestras súplicas

y dígnate bendecir esta ceniza que vamos a imponer sobre nuestra cabeza;

y porque sabemos que somos polvo y al polvo hemos de volver,

concédenos por medio de las prácticas cuaresmales, 

el perdón de los pecados;

así podremos alcanzar, la imagen de tu Hijo resucitado.

la vida nueva de tu reino.

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Rocía las cenizas con agua bendita e impone la ceniza a los fieles

que se acercan.

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Nótese bien que debe ponerla sobre la cabeza y no en la frente.

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Al imponerla puede usar una de estas dos fórmulas.

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“Conviértete  y cree en el Evangelio.”

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O bien:

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“Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás.”

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Asistamos pues a la imposición de la ceniza:

-con espíritu de humildad, puesto que se nos recuerda

que salimos del polvo y un día, quizá no lejano,

volveremos a convertirnos en polvo.

¿Hay cosa tan despreciable como el polvo que todos pisoteamos?

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-con espíritu de penitencia, porque todos somos pecadores y

es de justicia que expiremos nuestros pecados.

Si la Iglesia, como Madre bondadosa, nos ha disminuido alas

penitencias obligatorias hasta un verdadero mínimum,

no por eso estamos dispensados de mortificarnos,

sobretodo durante la Cuaresma,

ya sea con mortificaciones interiores,

ya sea con pequeñas mortificaciones exteriores.

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PONGAMOS ALGUNOS EJEMPLOS.

Mortificaciones interiores:

vencer nuestro mal carácter soportar al prójimo,

no hablar de nosotros mismos no murmurar,

aceptar las pequeñas humillaciones no defendernos o excusarnos,

perdonar los pequeños agravios, etcétera.

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Mortificaciones exteriores pequeñas:

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soportar las molestias del clima una pequeña privación en la mesa,

por lo menos no escoger lo mejor o no tomar más  del manjar preferido

en  la postura,  no tomando siempre la más cómoda,

el cansancio del trabajo algo en materia de golosinas,

de diversiones, etcétera.

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La Iglesia nos dice también “Conviértete  y cree en el Evangelio”.

Hay tres grados en la conversión:

-convertirse del pecado mortal al estado de gracia

-convertirse de una vida simplemente buena a una vida fervorosa

-convertirse de una vida fervorosa a una vida santa.

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¿Cuál conversión te corresponde actualmente?

“Cree en el Evangelio”.  Es decir,  vive el Evangelio,

que no sea para ti letra muerta,  que tu vida sea como un Evangelio viviente,

conformándose a sus máximas.

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Por ahora recuerda ésta:

Si no hacéis penitencia, todos pereceréis”. (Lc.12,3)

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Pero también tengamos presentes estas consoladoras  palabras de

San Juan:  “Hijitos míos, si alguno tiene la desgracia de pecar,

recuerde que tenemos un abogado ante el Padre, Jesucristo,

el Justo, que se ofreció para alcanzar el perdón de vuestros pecados”,

(I Jn. 2,1)  Él,  que como dice San Pablo:

“Vive en la eternidad intercediendo siempre por nosotros”. (Hb 7,25)

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La penitencia cristiana

no ha de nacer del temor servil de los castigos del pecado,

sino del espíritu de justicia que nos mueve a reparar la ofensa hecha a

nuestro Creador;  sobre todo, del amor a nuestros  Padre Dios, amor que

nos urge a desagraviar al que nos ha amado tanto hasta darnos a su propio

Hijo. (Jn. 3,16).

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Ésta es la penitencia cristiana que no causa miedo,  antes bien se busca con

ardor y produce en el alma la tranquilidad del que siente sus cuentas

saldadas y en paz con Dios;

“¡Bienaventurado aquel a quien sus pecados le fueron perdonados”.

(Sal 31, 1;  Rm 4,7)

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Fuente: Vida Litúrgica P. José Guadalupe Treviño

 

 

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