EL AMOR DE DIOS


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Para sufrir menos para sufrir mejor

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Todas las dificultades,  las dudas, los temores, los remordimientos, de cualquier clase y gravedad,

deberían servir únicamente, según las disposiciones soberanas de la Providencia divina, para hacernos perder  toda confianza en nosotros mismos y despertar en nosotros una ilimitada confianza en El, cuya bondad y poder superan todas nuestras miserias y todos nuestros cálculos.

  • Por tanto,   ¿qué  podemos  temer?
  • Bástale   a cada día su congoja,  su dolor,  su lucha.
  • Para nuestro afán de hoy existe una Providencia particular,  suficiente, proporcionada.
  • Para  nuestra preocupación de mañana estará presente, otra Providencia de igual manera, suficiente,  proporcionada.

No sabemos qué sucederá mañana;  pero estamos seguros de que, suceda lo que suceda,  contaremos con la ayuda que necesitamos.

  • Es necesario,  por consiguiente,  vivir  al  día.
  • Es preciso vivir con serenidad imperturbable: el futuro está en las manos de Dios.  El proveerá, como lo hizo abundantemente ayer,  como lo está haciendo hoy.

La  jornada  presente  es,  a  fin  de  cuentas,  muy  poca cosa  y  fácilmente   superable.  Y  lo  será también la de mañana,  con la ayuda  de  Aquel que,  antes de determinar la cruz que ha de ser llevada,   se  preocupa  de  saber  la  capacidad real  de  cada  una  de  sus  criaturas.

 

Aceptemos,  pues,  el   día de hoy tal y como se nos presenta,  tal y como Él  nos lo ha preparado.

 

Si  estás  enfermo,  si eres  ineficaz, si  sufres,  sirve a  Dios  así,  como  Él  lo  ha  pensado  y dispuesto.

 

No  te  detengas  en  imaginar  lo  que  habrías  podido  hacer  si    hubieses  tenido  buena   salud.

Conténtate con estar enfermo tanto tiempo y de la forma que agrade al Señor.

 

  • No  sueñes grandes  empresas,  vuelos demasiados  arriesgados,  aventuras imposibles.
  • No te hagas ilusiones pretendiendo aislarte del común de los hombres:  nuestros pies,  mientras estemos es este mundo,  deben conocer necesariamente el polvo y el fuego.
  • Aprende a gustar cada una de las pequeñas y grandes alegrías que el presente te reserva.
  • La vida no está solamente rociada de amargura,  sino también de una serie ilimitada de pequeñas y grandes satisfacciones.
  • Las grandes alegrías aceleran por un momento el palpitar de la vida,  pero no enriquecen abundantemente su contenido
  • Son las pequeñas alegrías las que resultan más preciosas,  más suaves,  más  sabrosas.
  • Ninguna vida tiene un camino tan duro y pedregoso que no produzca alguna pequeña flor de alegría.

Pero con frecuencia la vista se ofusca  y no es capaz de verla y el corazón,  que  está enfermo, en vez de preocuparse de ella,  se consume en el ansia febril de las grandes emociones soñadas para un futuro que, tal vez, no llegará jamás.

 

Y si estás llamado a sufrir,  estima en todo su valor con cuidadoso empeño,  el dolor de este instante.

  • No   pienses   en  otros  hipotéticos   sufrimientos   tuyos,   que  nadie  te  pide;
  • No  pienses  en  los  sufrimientos  de   los  otros,  que  no  te  pertenecen.

Es  ésta,  esta  cruz  particular  y  en  este  determinado  instante,  la que  el  Señor te ha confiado;   y te asegura  su ayuda  solamente  para  llevar  ésta.

 

El  secreto de la vida radica en saber revestir de una apariencia bella y preciosa las pobres cosas que poseemos en el instante presente.

 

Aprovechemos,  vivamos,   iluminemos  el  instante  presente,   que  para  nosotros  es  la manifestación de la  presencia divina y es preciosa como Dios mismo.

 

 

SUFRIR CON PACIENCIA

Por  vuestra  paciencia  –nos  avisa  Jesús–  salvaréis  vuestras  almas. (Lc 21,29)

Cuántas veces en la Sagrada Escritura se nos dice que es necesaria la paciencia, entendida como  constancia  en las múltiples tribulaciones, (2 Cor 6,4)  Tolerancia, (Ef 4,2)  sportación de los dolores,  (2 Tim 2, 3.)  de las molestias , (I Pe 2, 19),  de las molestias,  (I Pe 2, 19),   de las persecuciones,   (I Pe 3, 14),   y también como el  acto de no ofrecer como el acto de no ofrecer resistencia (Cfr.  Sant 5, 6)  a las adversidades de la vida.

Mejor que el fuerte es el paciente  –dice el libro de los Proverbios–,  y el que sabe dominarse vale más que el que expugna una ciudad;  (Prov  16, 32)  mientras,  por el contrario  –es  siempre la  Biblia  la que habla–,  el que es pronto a la ira hará muchas locuras.  (Prov. 14, 29).

Amigo que sufres:  después de todo lo que hemos dicho, parecería superfluo hablar de la paciencia.

Pero permíteme una invitación a esta virtud, que, aun cuando descanse  en la fe más fuerte y en la más honda convicción de las verdades anteriormente expuestas,  es siempre una conquista larga y fatigosa.

  • Para  vivir  se  necesita  mucha  paciencia.
  • Para los sanos y los enfermos,  para los jóvenes y para los ancianos,  para los pobres y también para los ricos, que con frecuencia pagan a muy alto precio su bienestar.

Tú  en  particular,   necesitas  una  dosis mayor de paciencia.

Necesitas tener paciencia con el tiempo,  a veces hermoso,  pero también a veces inclemente.

Necesitas tener paciencia con las cosas, que casi nunca acontecen como tú deseas.

Necesitas tener paciencia con los acontecimientos,  que con frecuencia te son contrarios y parecen estudiados adrede para destrozar tus planes,  para anular tu esfuerzo y tu constancia.

 

No te  enfurezcas,  porque  de  esta manera  complicarás  o  echarás a perder las cosas, y será un mal mayor que el primero.

No te abandones,  porque la historia no se conmueve, su rueda no se detiene,  avanza y te aplasta.

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Necesitas paciencia para todo y,  aún más,  con todos.

 

No te engañes;  todas las personas que te rodean y que te rodearán,  pondrán a prueba antes o después tu capacidad para soportar.

No existe hombre ni mujer sin defectos.

Si piensas que encontrarás alguno, no conoces la humanidad.

Todos tenemos nuestras miserias, nuestros caprichos,  nuestros defectos,  nuestras aristas,  nuestras ideas fijas, nuestras rarezas.

Ni siquiera los santos se han visto totalmente libres de estas cosas.

 

Y lo peor es que estamos hechos para vivir en sociedad,  unos con otros, para necesitar unos de otros.

No somos seres aislados,  sino que lindamos los unos con los otros.

Y el viaje  de la vida lo hacemos juntos;  no faltan las sacudidas,  y los choques son inevitables.

Los hombres son como las rosas:  tenemos nuestros pétalos y nuestras espinas;  por esto no podemos aproximarnos sin punzarnos.

La vida social no es fácil:  todos quieren la armonía, pero nadie contribuyecon el más mínimo acto de paciencia para conquistarla.

Todos quieren que se les deje en paz,  pero no todos dejan en paz a los demás.

La vida en común aumenta las alegrías y la fuerza,  pero hace que las penas sean comunes y multiplica las cargas.

Y las cargas o son llevadas o nos llevan.

¿Y qué decir de la gran carga que somos nosotros mismos?

 

Un peso que nos acompaña siempre, el que no podemos huir jamás,  del que no podemos ni nunca podremos librarnos.

Somos pesados como todos los demás,  inmensamente más que todos los demás.

Pesados por nuestras invencibles deficiencias y miserias,  por la monotonía  de nuestras debilidades morales,  por la tiranía de nuestros pecados  y de nuestra sensualidad,  por las  punzadas de la envidia, por el despotismo de nuestros vicios,  por la pesadilla de nuestras sospechas,  por la locura de nuestras manías.

¡Qué   misterioso   laberinto   es   nuestro   mundo   interior!

¡Qué justamente  lo  definió  Manzoni  al llamarlo  auténtico barullo!

  • Entonces,  ¿cómo vencer a los demás y a nosotros mismos?
  • ¿Cómo soportar las adversidades que nos llegan de las cosas y de las personas,  de  fuera  y  de  dentro  de  nosotros?
  • ¿Cómo superar las continuas y punzantes molestias de nuestra enfermedad,  de esta situación  dolorosa concreta,  de esta calumnia que me hiere,  de esta frialdad que me rodea, de este lecho tan incómodo, de esta antipatía que se ha cebado en mí?.

Sólo hay un medio cuyo nombre (y tal vez tan sólo el hombre) conocen todos:  soportar con paciencia.

Lo cual significa  reprimir,  contener movimientos espontáneos de maldición y de imprecación:  no dejarse llevar de palabras demasiado fáciles de desprecio,  de valoración,  de  juicio:  callar cuando se tienen ganas de gritar;  bajar el tono de la voz cada vez que nos sentimos en trance de rebeldía y excitados;  no decir o no hacer nunca nada cuando nos damos cuenta de que no tenemos un equilibrio perfecto, para no tener que afligirnos amargamente en seguida por aquello que, en la exaltación de la impaciencia,  ha escapado a nuestro control.

  • En una palabra:  medir las palabras,  dominar  los nervios;  emplear un tono de voz dulce y nunca agresivo,  controlarse siempre.
  • Solamente así puede uno ser libre de sí mismo y de los demás, dueño de las pasiones y de los sentidos,  señor de las cosas y de los acontecimientos.
  • Solamente así se posee la vida y no se teme a la muerte,  porque se han asegurado el tiempo y la eternidad.

 

 

Todo a Jesús por María todo a María para Jesús

Fuente: Editor Novello  Pederzini
Misioneros Combonianos

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