2) El Nacimiento del Niño Jesús (Obras completas de San Agustín)


 

Nacimiento

2. ¿Cómo será aquella generación de nuestro Salvador por la que es coeterno al Padre que

lo engendra,

 

si el mundo se llenó de pavor ante este nacimiento de la Virgen que la fe piadosa reconoció

 

y mantuvo,  del que la incredulidad, en cambio se rió y al que la soberbia vencida temió?

 

¿Qué generación es aquella por la que en el principio existía la Palabra,

 

y la palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios?

 

¿Qué palabra es aquella que, antes de pronunciarla yo,

 

no enmudecía y,  una vez dicha,  no calló ante quien la pronunciaba?

 

¿Cómo es la palabra sin tiempo por la que fueron hechos los tiempos:

 

la palabra para comenzar a pronunciar la cual nadie abrió los labios

 

y  nadie los cerró una vez pronunciada;

 

a la palabra que no comienza en la boca de los que hablan

 

y abre la boca de los mudos;

 

la palabra que no crea las lenguas disertas de los gentiles

 

y hace disertas las lenguas de quienes aún no hablan?

 

¿Cómo es, repito, aquel nacimiento al que el padre no cede el puesto al morir,

 

porque no la precedió en el vivir?

 

Levantemos nuestra alma hasta él,

 

cuanto nos sea posible con su ayuda,

 

desde cualquier intervalo de lugar o tiempo,

 

desde cualquier distancia especial que acostumbramos percibir ya en los días,

 

ya en los cuerpos, por si podemos comprender cómo el que engendra no precede al

engendrado

y cómo el engendrado no sigue al que engendra,

 

el Padre y el Hijo, sin ser ambos Padres ni ambos Hijos,

 

pero sí ambos eternos;  sin que engendren los dos,

 

sin que los dos nazcan, pero sin que uno viva sin el otro.

 

Consideremos, si somos capaces, que el Padre lo engendró desde siempre

 

y que el Hijo nació también desde siempre;

 

si no somos capaces, creámoslo.

 

No está aquí la Palabra que queremos pronunciar,

 

y, sin embargo,  no está lejos de cada uno de nosotros:

 

En él vivimos,  nos movemos y existimos.  

.

Trascendamos nuestra carne, en la nos movemos y existimos.

 

Transcendemos nuestra carne, en la que los padres en la vida a los hijos,

 

puesto que para que pudieran engendrarlos tuvieran que crecer, y  al crecer los hijos,

 ellos envejecen.

 

los padres vivían antes de nacer los hijos, porque los hijos han de vivir aún después de que

hayan muerto los padres.

 

Trascendamos,  asimismo, nuestras almas; también ellas,  cuando piensan, paren algo,

 

que conservan consigo mediante el saber;

 

pero pueden perderlo por el olvido,  porque no lo tenían antes,

 

cuando lo ignoraban.

 

Trascendamos todo lo corporal,

 

temporal y mudable

 

para ver por encima de todas las cosas al que las hizo a todas.

 

Nuestros ascensos se producen en el corazón,

 

 porque también está cerca aquel lugar adonde ascendemos.

 

Estamos muy lejos de él en cuanto que somos desemejantes a él,

 

Asciende, pues, a él su semejanza, creada y restaurada en nosotros,

 

por la que, al no ser aún perfecta,

 

parpadea la mirada débil

 

y no puede contemplar el resplandor admirable de la luz eterna.

 

¿Quién narrará el nacimiento

 

 de aquel cuyo fulgor aún no lo capta la mirada de la mente?

 

Pero la Palabra se hizo carne

 

y habitó entre nosotros.

.   Fuente: Obras Completas de San Agustín.


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