Homilía por el Cardenal Norberto Rivera, Arzobispo Primado de México, en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe


El Pentecostés de América

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Muy amados hermanos y hermanas

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Hoy estamos de fiesta, por el encuentro entre

Santa María de Guadalupe y el humilde

Juan Diego Cuauhtlatoatzin.

Como sabemos, María es portadora,

en su Inmaculado vientre,

de Jesucristo, Nuestro Señor,

es una mujer encinta, es una mujer de espera,

por lo que el encuentro con ella

es un encuentro con Dios mismo;

exactamente como aconteció

hace más de 2000 años cuando María,

con Jesús en su vientre,

fue a servir a su prima Isabel,

por ello recorrió las montañas de Judea

hasta llegar a la casa de su prima,

quien también estaba embarazada

de aquel que iba a ser llamado Juan el Bautista.

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Este es uno de los encuentros más bellos y profundos,

un canto a la vida,

cuando saluda Isabel a María con palabras llenas de humildad:

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«Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme?

Apenas llegó tu saludo a mis oídos el niño saltó de gozo»,

y María con todo su corazón exclamó;

«Proclama mi alma la grandeza del Señor.

Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador».

y más adelante dice:

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«Su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles

de generación en generación…»

Y es verdad, la misericordia de Dios va más allá de los tiempos

y ha llegado hasta nosotros, muy especialmente en el

evento guadalupano, es Dios mismo quien ha querido venir por

medio de su Madre, Santa María de Guadalupe,

para quedarse en medio de su pueblo,

Dios quiso hacer su morada entre nosotros;

ha querido venir en el Inmaculado vientre de la que

constituyó como Arca Viviente de su Alianza.

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Estamos de fiesta y la alegría llena todo nuestro ser,

pues nuestro Dios misericordioso ha tenido piedad para con todos nosotros,

desde aquel diciembre de 1531 hasta el día de hoy.

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Santa María de Guadalupe, la primera discípula y misionera

del amor de Dios, Ha permanecido en medio de nosotros que somos su Pueblo,

dándonos precisamente al verdadero Dios vivo.

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Sin embargo, también es una verdad que depende de nuestra libertad

el aceptarlo o rechazarlo.

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Y depende de nosotros pues Dios siempre respetará nuestra libertad,

somos nosotros quienes aceptamos su amor o lo rechazamos.

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Con todo, tenemos que entender que el único que nos da la realización

plena de nuestra libertad es precisamente Dios,

Él es el único que nos ama sin ningún interés,

nos enseña amar en plenitud y nos enseña a perdonar con su fuerza.

Dios es quien viene por medio de su Santísima Madre,

Santa María de Guadalupe, Estrella de la evangelización,

a darnos todo su amor.

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Desgraciadamente, parece que en nuestros días,

tantos hermanos nuestros, en sus corazones, siguen sin entender esto,

y sus opciones hacia el mal los encarcelan en tantos crímenes,

su corazón se ha ido transformando en un corazón de piedra,

duro, sin saber lo que es la misericordia o la piedad,

destruyendo a los demás y destruyéndose a sí mismo,

es un corazón extraño a la esencia de nuestro pueblo,

cuya naturaleza es de nobleza, de sencillez, de humildad,

de bondad, de laboriosidad, en dónde impera la solidaridad

y tantas otras virtudes. Sin embargo, en estos últimos años,

tal parece que nos desconocemos, que la violencia y el crimen ahora

impera en muchos corazones, y que el individualismo,

la soberbia y el egocentrismo los han dominado y contaminado;

corazones vacíos que desprecian la vida humana,

corazones llenos de hedonismo y de un brutal interés de dominar al otro

esclavizándolo en las adicciones, un corazón que se rebaja al adorar

al dios dinero y al dios poder; un corazón lleno de podredumbre

que se ha desfigurado y ha desfigurado a nuestro pueblo,

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El día de hoy, por medio de Santa María de Guadalupe,

queremos clamar al verdadero Dios que nos ayude a amar,

que nos purifique el alma queremos clamar aquí y ahora a ese Dios pleno

de misericordia que nos enseñe a actuar responsablemente,

con toda honestidad y verdad, que Dios nos coloque en nuestra mente,

en nuestro corazón, en toda nuestra alma, y en todas nuestras fuerzas

ese mismo amor misericordioso.

Hoy, aquí y ahora queremos clamar a Dios,

por medio de nuestra muchachita, nuestra Madre del Cielo,

para que Él entre hasta lo más profundo de nuestro ser arrancándonos el

corazón de piedra y dándonos un corazón de carne que sepa amar

y perdonar en una reconciliación que abarque no sólo nuestra nación,

sino más allá de nuestras fronteras.

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En la reunión del CELAM que tuvimos en Aparecida de Bracil,

se proclamó que el acontecimiento guadalupano es el Pentecostés de

América, y que es presidido por Santa María de Guadalupe,

ella es quién nos ayuda a tener ese encuentro con su amado Hijo,

pues ella, como expresamos, es el Arca Viviente de la Alianza,

Santa María de Guadalupe es la primera discípula y misionera del Amor,

ella toca los corazones realizando una verdadera inculturación del

Evangelio, es decir, ella es quien pone a Jesucristo en el corazón

humilde del que lo acoge en la plenitud de la libertad,

ella sabe llevarnos a Jesucristo, realizando una misión maravillosa

que va más allá de las fronteras humanas

y más allá de los tiempos.

Fuente:  Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado de México.

 


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