El Nacimiento del Niño Jesús


Los pastores acuden a la gruta de Belén

 

Los pastores acuden con sus presentes

 

NavidadNacimiento16

 

la caída de la tarde los tres pastores jefes se dirigieron a la gruta del pesebre con los regalos, consistentes en animalitos parecidos a los corzos. Si eran cabritos, eran muy distintos de los de nuestro país, pues tenían cuello largo, ojos hermosos muy brillantes, eran muy graciosos y ligeros al correr; los pastores los llevaban atados con delgados cordeles. Traían sobre los hombros aves que habían matado, y bajo el brazo otras, vivas, de mayor tamaño.

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Al llegar, llamaron tímidamente a la puerta de la gruta y San José les salió al encuentro. Ellos repitieron lo que les habían anunciado los ángeles y dijeron que deseaban rendir homenaje al Niño de la Promesa y a ofrecerle sus pobres obsequios. José aceptó sus regalos con humilde gratitud y los llevó junto a la Virgen, que se hallaba sentada cerca del pesebre, con el Niño Jesús sobre sus rodillas. Los tres pastores se hincaron con toda humildad, permaneciendo mucho rato en silencio, como absortos en una alegría indecible. Cantaron luego el cántico que habían oído a los ángeles y un salmo que no recuerdo. Cuando estaban por irse, María les dio al Niño, que ellos tomaron en sus brazos, uno después de otro y, llorando de emoción, lo devolvieron a María y se retiraron.

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Por la noche vinieron de la torre de los pastores, a cuatro leguas del pesebre, otros pastores con sus mujeres y sus niños. Traían pájaros, huevos, miel, madejas de hilo de diversos colores, pequeños atados que parecían de seda cruda y ramas de una planta parecida al junco. Esta planta tiene unas espigas llenas de semillas gruesas. Después que entregaron estos regalos a San José, se acercaron humildemente al pesebre, al lado del cual se hallaba María sentada. Saludaron a la Madre y al Niño; después, de rodillas, cantaron hermosos salmos, el Gloria in excelsis de los ángeles y algunos otros muy breves. Yo cantaba con ellos. Cantaban a varias voces y yo hice una vez la voz alta. Recuerdo más o menos lo siguiente: “¡Oh Niñito, bermejo como la rosa, pareces semejante a un mensajero de paz!”

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Cuando se despidieron, se inclinaban ante el pesebre como si besaran al Niño. Hoy he vuelto a ver a los tres pastores, ayudando a San José, uno después de otro, a disponer todo con mayor comodidad en la gruta del pesebre y en las cavernas laterales. He visto también junto a la Virgen varias piadosas mujeres que la ayudaban en diversos servicios. Eran esenias que habitaban no lejos de la gruta, en una angostura situada al Oriente. Estas mujeres vivían en una especie de casas abiertas en la roca a considerable altura de la colina. Tenían jardincitos cerca de sus casas y se ocupaban en instruir a los niños de los esenios. San José las había hecho venir porque desde su niñez conocía a esta asociación. Cuando huía de sus hermanos habíase refugiado varias veces con esas piadosas mujeres en la gruta del pesebre. Estas acercábanse una tras otra a María, trayendo provisiones y atendían los quehaceres de la Sagrada Familia.

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Hoy he visto una escena muy conmovedora: José y María se hallaban junto al pesebre, contemplando con profunda ternura al Niño Jesús. De pronto el asno se echó también de rodillas y agachó la cabeza hasta la tierra en acto de adoración. María y José lloraban emocionados. Por la noche llegó un mensaje de Santa Ana. Un anciano llegó de Nazaret con una viuda parienta de Ana, a la cual servía. Traían diversos objetos para María. Al ver al Niño se conmovieron extraordinariamente: el viejo derramaba lágrimas de alegría. Volvió a ponerse en camino llevando noticias de lo visto, a Ana, mientras la viuda se quedó para servir a María.

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Hoy he visto que la Virgen con el Niño Jesús, acompañada de la criada de Ana, salieron de la gruta del pesebre durante algunas horas. María se refugió en la gruta lateral, donde había brotado la fuente después del Nacimiento de Jesucristo. Pasó unas cuatro horas en esa gruta, en la cual habría de estar más tarde, dos días enteros. José había estado arreglándola desde la mañana para que pudiera estar allí con más comodidad. Se refugiaron en esa gruta, por inspiración interior, pues habían venido personas de Belén a ver la gruta del pesebre, y paréceme que eran emisarios de Herodes. A consecuencia de las conversaciones de los pastores, había corrido la voz de que algo milagroso había sucedido allí al tener lugar el Nacimiento del Niño. Vi a esos hombres hablando un rato con José, a quien hallaron con los pastores delante de la gruta del pesebre, y luego se fueron, riéndose y burlándose, cuando vieron la pobreza del lugar y la simplicidad de las personas.

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María, después de haberse quedado cuatro horas oculta en la gruta lateral, volvió a la del pesebre con el Niño Jesús. En la gruta del pesebre reina una amable tranquilidad, pues nadie viene hasta este lugar y sólo los pastores están en comunicación con ella. En la ciudad de Belén nadie se ocupa de lo que pasa en la gruta, pues hay mucha gente, agitación y movimiento, por razón de los forasteros. Se venden y matan muchos animales, porque algunos forasteros pagan sus impuestos con ganado. Veo que hay también paganos como criados y servidores.

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Por la mañana el dueño de la última posada adonde se habían alojado José y María a pasar la noche, envió un criado a la gruta del pesebre con varios regalos. Él mismo llegó más tarde para rendir homenaje al Niño Jesús. La noticia de la aparición del ángel a los pastores del valle en el momento del Nacimiento de Jesús, fue causa de que todos los pastores y gentes del valle oyeran hablar del maravilloso Niño de la Promesa. Todos ellos acuden para honrarlo.

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Hoy mismo varios pastores y otras buenas personas llegaron a la gruta del Pesebre y honraron al Niño con mucha devoción. Llevaban trajes de fiesta porque iban a Belén para la solemnidad del sábado. Entre estos visitantes vi a aquella mujer que el 20 de Noviembre había compensado la grosería de su marido con la Santa Familia, ofreciéndole hospitalidad. Hubiera podido ir más fácilmente a Jerusalén, porque está más cerca, para la fiesta del sábado, pero quiso hacer un rodeo más largo para ir a Belén y ver al Niño Santo y a sus padres. Sintióse después muy feliz por haberles ofrecido esta prueba de su afecto.

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Por la tarde vi a un pariente de José, al lado de cuya casa la Sagrada Familia había pasado la noche del 22 de Noviembre: ahora venía al pesebre para ver y saludar al Niño. Este hombre era el padre de Jonadab, el cual, en la hora de la crucifixión, llevó a Jesús un lienzo para que se cubriera con él. 

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Supo que José había pasado cerca de su casa y había oído hablar de los hechos maravillosos que acontecieron en el Nacimiento del Niño y teniendo que ir a Belén para el sábado, llegó hasta la gruta trayendo algunos regalos. Saludó a María y rindió homenaje al Niño. José lo recibió amistosamente, pero no quiso aceptar de él nada y sólo le pidió prestado algún dinero dándole en garantía la borriquilla a condición de recuperarla al devolverle el dinero. José necesitaba ese dinero para emplearlo en los regalos que debía hacer en la ceremonia de la circuncisión y en la comida que habría de ofrecer.

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