Hermana Amalia Aguirre (2)


Nuestra Señora  (04/04/1931)

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“Almas queridas,  ¡cómo Dios es bueno! ÉL jamás desampara a aquellos que por su amor se sacrifican. Ved a vuestra Madre Dolorosa sustentada por el Apóstol Amado, después de la Pasión, en Mi soledad. ¡Qué dedicación la de Juan para Conmigo! ¡Él hizo todo para confortarMe en Mi inmenso dolor! Me decía:   María, no llores, ve que ahora yo soy tu hijo, acuérdate de las Palabras de Jesús: “Mujer, he ahí tu hijo”, “hijo he ahí tu Madre.” ¡Ahora yo soy Tuyo, Tú eres mía! He de hacer Tu Hijo conocido. Sabes, Madre, cuando en la noche de la Cena, coloqué mi cabeza en el pecho de Jesús, ¡qué horizontes se desvelaron! ¡Qué maravilla cuando este Corazón fuere verdaderamente conocido!   HáblaMe, Juan, del Corazón de Mi Hijo, cuando reclinaste la cabeza en su pecho. ¡Cómo todas las madres, gusto de oír hablar bien de Mi Hijo!   Madre querida, ¡no tengo palabras para describirte el Corazón de Jesús! ¡Tú, mejor que yo, conoces Sus secretos!   Si, Juan, en verdad Yo conozco todo. ¡Pero en esta hora de Dolor, prefiero que hables de este Corazón Querido!   Cuando, como Apóstol e hijo agradecido, presentí que uno de nosotros Lo iba a traicionar, percibí que el Maestro estaba con el Corazón dilacerado por la ingratitud. Sin demora Lo abracé con tanto amor. Como ÉL fue amable, no me apartó, al contrario, ¡Me dio ocasión de recostar mi cabeza en Su Pecho! ¿Sabes lo qué sucedió? ¡Jesús me abrió Su Corazón y vi cómo será Su Reinado! ¡Qué prodigios, Madre querida! ¡Cuántas almas conquistadas! ¡Qué bello Reinado, Madre querida, cuando este Corazón fuere bien conocido en su infinito amor!   Habla, hijo Mío, ¿qué más viste?   ¡Vi el Corazón de Tu adorado Hijo, con Su Mansedumbre Divina, arrebatar el mundo de las garras infernales, cuando parecía a los hombres que todo estaba perdido! Yo Lo vi esparcir llamas sobre los corazones de buena voluntad e infundir en ellos el amor generoso que acepta sacrificios para salvar muchas almas para el Cielo.   Vi más: vi aprovechada Su Sangre derramada en la Pasión. ¡Jesús no sufrió en vano, vi millones y millones de corazones recibir esta Sangre Divina y purificarse con ella! Más aún, Madre querida, vi que este Corazón va ha ser nuestro alimento y el de todas las almas hasta el fin de los siglos.   ¡No quedamos huérfanos, Jesús quedó con nosotros! Pude ver cómo ÉL va ha ser nuestro sustento con Su propia Carne, Alma y Divinidad.

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 Yo, Madre querida, puedo darte a Jesús.

 

¡Tú podrás recibir el Cuerpo Santísimo de Jesús, Vivo,

porque Jesús nos dio estos poderes en la Última Cena!

¡Cómo eres feliz, María, vas a recibir de nuevo al Amado de Tu Alma, tan realmente como cuando lo veías con Tus Ojos!

Ahora no llores más,

¡no estás sola, puedes alegrarte!

  HáblaMe más, hijo Mío, háblaMe de la Bondad de Jesús.

DecidMe, ¿qué descubriste a este respecto?

  Madre querida,

¿cómo?

¿Qué lengua podrá hablar de la Bondad y Misericordia del Corazón de Tu Hijo Amado?

 Oh, ¡no hay lengua humana que pueda contar cuanto el Corazón de Jesús es Bueno!

  Pero al menos háblaMe cuanto tú puedas.

   Madre querida, vi millones y millones de almas fascinadas por la Dulzura y Bondad de Su amable Corazón, y,

en esta escuela de mansedumbre,

vi millones de vírgenes prepararse para esparcir Su Reinado sobre la faz de la Tierra,

¡esto para los últimos tiempos!

  ¡Vi la Misericordia de este Corazón siempre a Perdonar!

¡Vi tantos pecadores perdonados, tantos afligidos consolados, tantos infelices confortados!

Vi tantas almas generosas a aprovechar de la Dulzura de este Corazón y, después, transmitirla para consolar a los desprotegidos, los huérfanos, las viudas.

En fin, Madre, amable, vi la faz de la Tierra renovada.

¡El temor no reinará más sobre la Tierra!

Los tremendos castigos no visitarán más a los hijos de Adán,

¡porque Tu Amado Hijo, Nuevo Adán, trajo a la Tierra la Misericordia!

Y Tú, Madre querida, serás la distribuidora de esta misma Misericordia que reinará de hoy en adelante.

  Ve, Madre Bendita,

¡cómo somos felices por Jesús haber muerto en la Cruz!

Hijas amadas, he aquí lo que Juan Me habló, todo esto Yo ya lo sabía, pues ¿quién más que Yo conocía el Corazón de Mi Hijo?

Fue para mostraros Mi gran Dolor que todo esto os conté.

Ved como el Buen Dios Me dejó sufrir tanto,

pero ÉL que no desampara a nadie Me dio a Juan, como Ángel consolador. Ahora, almas queridas,

¿no queréis vosotras ser para Mí lo que Juan fue?

¡También hoy gusto que Me hablen de la Bondad y Misericordia de Mi Hijo y que de ella hablen a todos!

Primeramente Conmigo, como hizo Juan y, entonces,

¡Yo os enseñaré cómo ÉL es amable y lleno de Misericordia!

Yo tengo necesidad de vosotros para que habléis de Jesús y Lo hagáis conocido.

Si os sintiereis sin valentía, venid a Mí y os introduciré en Su Amorosísimo Corazón.

 Por el inmenso Dolor en Mi Soledad,

Yo os pido: difundid la Bondad de Jesús a vuestros hermanos.

Sed Mis Ángeles aquí en la Tierra como Juan lo fue, dando a los hombres el Corazón de Mi Hijo.

Os Bendice, en Su Soledad, MARÍA, Madre de las Lágrimas.”

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Nuestra Señora (04/04/1931)

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“Hijos Míos, ¿no tenéis necesidad de oír a Aquella que cooperó con Jesús en vuestra Redención?

Yo Soy MARÍA y vosotros sois Mis hijos, dados cuando Mi Hijo expiraba en la Cruz.

 ¡Vosotros que perdéis tanto tiempo en conversaciones inútiles, venid a oírMe!

Mi lenguaje es agradable, hablo cosas tan lindas.

Yo sólo se hablar del Paraíso con sus alegrías y de que allá está lo más precioso:

¡JESÚS Mi Hijo!

Vosotros que deseáis la felicidad y que tanto corréis atrás de ella,

¡venid a Mí!

A Mis Pies, entregaos a Mi con confianza filial,

recordando que Soy la Madre de la Divina Misericordia y Yo os daré la felicidad que es Jesús.

 ¡Yo deseo, mucho, que todos sean Santos!

¡Cómo nadie puede ser Santo por su propia virtud, todos necesitan de los socorros celestiales y Yo Soy la dueña de los Tesoros del Cielo. Siendo la Tesorera de Jesús, doy lo que Me pidieren:

Mansedumbre, Pureza, Humildad, Generosidad, ¡todo lo que es necesario para ser Santo!

¿Sabéis lo que quiere decir ser Santo?

¡Es ser amigo de Jesús, que tanto os Ama, es amar a Jesús estar en la Presencia de ÉL después de esta vida llena de ilusiones!

Vuestra Patria es el Cielo, he aquí lo que digo a los que todavía se dejan engañar por las seducciones del mundo.

 No os engañéis:

¡pobres e infelices los que esperan alguna cosa de esta vida, pues tendrán decepción en la hora de la muerte!

Prefieran la alegría eterna y la felicidad sin fin.

¡Mis queridos!

Yo deseo ayudar a todos, principalmente a los pobres pecadores, que están lejos de los Caminos de Jesús.

Abandonad el pasado y vuestras pasiones pues la verdadera alegría sólo la encontraréis en la amistad de Mi Hijo, que para Su Propia Felicidad no necesita de vosotros.

¡Es por Amor que os hablo y por vuestra felicidad eterna tanto lloré!

¿No querréis aprovechar Mis Lágrimas Benditas?

¡Ved, hijitos, que tantas Lágrimas Me costasteis!

Vuestra Madre que os Bendice con todo Amor.”

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Amalia:

Estaba un día a los Pies del Divino Maestro, encerrado en el Sagrario, y, teniendo el alma en gran aflicción, pedí a la Madre de Jesús que se compadeciese de mí. Entonces, en espíritu, vi a María que se aproximaba a mí y con una Ternura indecible me dijo:

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“SígueMe. Quiero mostrarte cuánto sufrí cuando viví en la Tierra.”  

 Me llevó al templo y me dijo:

   “Ve, hija, aquí en este templo, donde fui educada, comencé a sufrir.

¡Desde tierna edad, renuncié a los cariños de padres tan amorosos!

Viendo Mis compañeras que sólo Me dedicaba a la Oración y al trabajo,

¡la envidia tomó cuenta de aquellos corazones!

Comenzaron las acusaciones.

Si las maestras regañaban Conmigo, Me acordaba de pedir a Dios que hiciese que ellas se volviesen cada día mansas y humildes de corazón.

Tomando para Mí el castigo merecido, alababa a Dios por castigarMe,

pedía que jamás volviese a ofenderLo.

Todo recibía con profunda humildad,

reconociéndoMe culpable. Mis acusadoras un día reconocieron su error y, arrodilladas a Mis pies, Me pidieron perdón.

 Aquí en el templo yo trabajaba y rezaba, aprendiendo con gran alegría lo que las maestras Me enseñaban, porque todos quería aprender para agradar a Dios.

Mi oración jamás fue interrumpida por el trabajo,

pues este era siempre ocasión de unirMe cada vez más a ÉL.

¡Cuantas veces, trabajando, entré en éxtasis profundo sólo por considerar que, de la nada, había salido para volverMe hija de Dios!   (…)

 Quien quiera entrar en el Reino del Cielo, incluso los que tienen la ventura de conservar su inocencia, tienen que sufrir.

Jesús también tuvo grandes tentaciones que supo repeler, pero tuvo que luchar, porque era hombre.

Ahora, hija, ves que desde la infancia tuve que sufrir.

¿Para qué Dios Me había dado un cuerpo?

¡Para luchar y vencer! Sin esfuerzo,

¿qué merecimiento tendría Yo?

¿Cómo podría aplastar la cabeza de la serpiente, si todo Me fuese fácil?

En Mis grandes luchas siempre confié en Dios y la humildad profunda fue Mi arma.

Prosigamos. Había llegado la edad en que las jóvenes de aquel tiempo acostumbraban casarse.

¡Pensar en esto Me afligía el espíritu, porque Yo Me había Consagrado de Cuerpo y Alma a Dios, dando Mi virginidad a ÉL para siempre!

Cuando tal Me propusieron, no morí de dolor, porque era Voluntad del Altísimo que también en esto sufriese.

En esta aflicción fui pronto aliviada,

porque ¡el esposo que Me iba a ser dado era también virgen y, como Yo,

permanecería en Mi compañía manteniendo nuestra tan querida virginidad!

¿Piensan los hombres que, habiendo Yo sido pura, no tuve luchas?

Si nunca hubiese luchado, Mi Hijo no Me podía proponer como modelo de pureza, de humildad, de generosidad, de paciencia y de mansedumbre.

Si Yo no fuese tentada, no podría servir de ejemplo y de modelo.

La tentación no mancha, al contrario, da al alma un nuevo brillo cuando la persona sabe humillarse y confiar en Dios.

Para ser vencida, debe se aceptada con gran humildad

Recurrir a la Misericordia de Dios, fue lo que Yo hice, y por eso ÉL dejó la tentación golpear a Mis puertas. (…)

Hija, ¿para qué tanto sufrimiento?

Para mostrar a los hombres el valor de sus almas, pues fue por causa del pecado que el dolor se implantó en el mundo, y es por medio del dolor que el hombre tiene que purificarse (…)

Hija amada, ¡jamás cosa alguna negué a Mi Dios, pero, esto no quiere decir que fue sin sacrificio!

¡Oh almas que sufrís tribulaciones y dolores, meditad y ved si hay dolor semejante a Mi inmenso Dolor!

¡Pero no fue sufrido en vano, pues hoy él os pertenece, siendo vuestra riqueza y vuestra consolación!

Al contemplar cuánto Yo sufrí, tendréis fuerzas para cargar vuestra cruz.

Con Mi sufrimiento, Me volví Co-Redentora de vuestras almas. Prosigamos, subamos más,

¡vamos al Pié de la Cruz, dónde Mi Corazón Materno recibió la espada más cruel!

 Ver a Mi Jesús clavado en una Cruz,

¡maldecido por los hombres como si fuese un criminal!

Mi Hijo en la agonía de la muerte…

¡Y Yo sin poderLe dar al menos una gota de agua, allí en pié sin poder apretarLo contra Mi Corazón, sin poder enjugarLe las Lágrimas, ni poder decirLe que Lo Amaba, en cuanto los hombres Lo despreciaban. Yo allí estaba para demostrarLe que tenía una Madre a Su lado.

¡Nada Le pude hacer!

Soy vuestra Madre, porque en la Cruz, cuando Mi Hijo agonizaba, Me proclamó vuestra Madre.

Si, ¡angustias terribles Me costasteis!

¡Sé cuánto sois amados por Jesús, porque fue en la hora más tormentosa, que Me legó vuestras alma, para que de ellas tomase cuenta y sobre ella derramase los frutos de la Sacratísima Pasión!

  ¡Ahora, hija, sabes cuánto tú Madre sufrió!” (Nuestra Señora – Octubre de 1930)

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(Jesús – 17/07/1930)  

Pregunté un día al buen Dios:

¿Por qué ciertas almas, que viven en vuestro amor, temen la muerte?

¿No es ella la puerta del Paraíso?

He aquí lo que Jesús me respondió:

 “Hija Mía, la muerte es temible porque es el castigo del pecador.

Pero hay una Luz que ilumina:

¡Mi Madre!

¡En la agonía de la muerte, cuando el enemigo se levanta para robarMe almas, he aquí que Mi Madre brilla, cual lucero luminoso y les muestra que es Madre también de los pecadores y que ha de abogar por ellos delante el Tribunal Divino!

Si hijos Míos, cuando recitan,

 “Santa María, Madre de Dios, rogad por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”,

 si rezasen bien en la vida, no tendrían miedo de morir.

Quien es verdadero devoto de Mi Madre, muere con una sonrisa en los labios, porque Ella asiste a todos Mis hijos en la hora de la muerte.

En esta hora suprema Ella viene a asistir a los pobres pecadores para ver si al menos  consigue ablandar sus corazones endurecidos.

¡Cómo Me agradan los corazones que en Ella confían, porque todavía tengo la esperanza de salvarlos!

Quien conoce esta Madre amable y La invoca en la vida con confianza, en medio de la agonía, encontrará este farol luminoso, que le mostrará las Puertas del Paraíso.”

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 “En Verdad, te digo que del Cielo no sale cosa alguna sin pasar por las Manos de María.”

“¡Únete a Ella y pide por intermedio de Ella!

“Haced lo mismo, también vosotros, almas todas que Me leéis, y vuestras plegarias serán pronto oídas y los frutos serán de Vida Eterna.

Jesús, vuestro Todo, por Manos de María.

(16/02/1931)


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