¿Por qué se llama Espíritu a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad?


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

«Spiritu – Espíritu»

¿Por qué se llama Espíritu a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad?

 

En la tosquedad del lenguaje  humano  es difícil encontrar palabras para expresar,  siquiera con alguna analogía,  la alteza de los misterios de la vida de Dios.  Con más razón cuando se trata de la Tercera  Persona cuya procesión  y carácter propio es de los más íntimos de la vida divina.

 

Desde la primera página del Génesis se habla ya de la Tercera Persona de la Trinidad y se le da este nombre: «el Espíritu,  el  Hálito del Señor». (Gn 1,2) Es que Espíritu es la palabra más inmaterial,  que poseemos,  y hálito la palabra más íntima.  como que el h´slito es algo que brota de lo más profundo de nuestro ser. Por eso se llama Espíritu a la Tercera Persona de la Trinidad.

 

EL ESPÍRITU SANTO ES LA LUZ que ilumina nuestras almas,  la sabiduría – la sápida ciencia-,  el conocimiento sabroso que al mismo tiempo nos hace conocer y gustar lo recto,  el Bien;  consuelo del que ya necesitamos gozar,  mientras llega el día de la eternidad en que gozaremos de Él para siempre.

 

«Oh Dios que con las luz del Espíritu Santo enseñas a los fieles la verdad,  concédenos saborear el Bien en el mismo Espíritu y gozar para siempre de sus consuelos.»

Fuente: Vida Liturgica, P. José Guadalupe Treviño

SAN  PABLO A LOS ROMANOS

CUANTOS SE DEJAN GUIAR POR EL ESPÍRITU DE DIOS SON HIJOS DE DIOS

Hermanos:  Los que llevan una vida puramente natural,  según la carne,  ponen su corazón en las cosas de la carne;

Los  que  viven  la vida  según  el  espíritu  lo  ponen  en  las  cosas  del  Espíritu.

Las tendencias de la carne llevan hacia la muerte,  en cambio las del espíritu llevan a la vida y a la paz.  Porque las tendencias de la vida según la carne son enemigas de Dios y no se someten ni pueden someterse a la ley de Dios.  Y los que llevan una vida puramente natural,  según  la carne,  no pueden agradar a Dios.

 

Pero vosotros ya no estáis en la vida según la carne,  sino en la vida según el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros.  El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Dios.  Pero si Cristo está en vosotros,  aunque vuestro cuerpo haya muerto por causa del pecado,  el espíritu tiene vida por la justificación.

 

Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos  habita en vosotros,  el mismo que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos vivificará también vuestros  cuerpos mortales  por obra de su Espíritu  que habitas en vosotros .

 

Así, pues, hermanos, no tenemos deuda alguna con la vida según la carne,  para que vivamos según sus principios.  Si  vivís según ellos,  moriréis;  pero,  si hacéis morir por el Espíritu las malas pasiones del cuerpo,  viviréis.

 

Porque todos cuantos se dejan guiar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios.  Que no habéis recibido espíritu de esclavitud,  para recaer otra vez en el temor,  sino que habéis recibido espíritu de adopción filial,  por el que clamamos: «¡Padre!» Este mismo Espíritu se une a nosotros para testificar que somos hijos de Dios;  y,  si somos hijos,  también somos herederos:  herederos de Dios y coherederos de Cristo,  si es que padecemos juntamente  con Cristo,  para ser glorificados juntamente con él.

 

Los padecimientos de esta vida presente tengo por cierto que no son nada en comparación con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros.  La creación entera está en expectación,  suspirando por esa manifestación gloriosa de los hijos de Dios;  porque las creaturas todas quedaron  sometidas al desorden,  no porque a ello tendiesen de suyo,  sino por culpa del hombre que las sometió.  Y abrigan la esperanza de quedar ellas,  a su vez,  libres de la esclavitud de la corrupción,  para tomar parte en la libertad gloriosa que han de recibir los hijos de Dios.

 

La creación entera,  como bien lo sabemos,  va suspirando y gimiendo toda ella,  hasta el momento presente,  como con dolores de parto.  Y no es ella sola, también nosotros,  que poseemos las primicias del Espíritu,  suspiramos,  en nuestro interior,  anhelando la redención de nuestro cuerpo.  Sólo en esperanza,  cuyo objeto estuviese ya a la vista,  no sería ya esperanza.  Pues,  ¿cómo es posible esperar una cosa que está ya a la vista?  Pero,  si estamos esperando lo que no vemos,  lo esperamos con anhelo y constancia.

 

De la misma manera,  el Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad,  pues no sabemos pedir como conviene;  y el Espíritu mismo aboga por nosotros con gemidos que no pueden ser expresados en palabras.  Y aquel que escudriña los corazones sabe cuáles son los deseos del Espíritu y que su intercesión en favor de los fieles es según el querer de Dios.

Responsorio. (Ga 4,6;  26;  2Tm 1,7)

R. La prueba de que sois hijos por la fe en Jesucristo es que Dios ha enviado a vuestros corazones el  Espíritu de su Hijo,  que clama:  «¡Padre!»  Aleluya.

 

V. No nos ha dado Dios un Espíritu de timidez,  sino de fortaleza,  de amor y de señorío de nosotros mismos.

R. Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo,  que clama: «¡Padre»! Aleluya.

Fuente:  Liturgia de las Horas Domingo de Pentecostés

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