Sábado Santo Honrar a Nuestra Madre Santísima


 

 

Ahora veo que te ves obligada a volver a Jerusalén por ese mismo camino,  por donde veniste… Unos cuantos pasos y te encuentras de nuevo ante la Cruz,  sobre la que Jesús ha sufrido tanto y ha muerto,  y corres a ella,  la abrazas,  y viéndola tinta en sangre,  en tu Corazón se renuevan uno por uno todos los dolores que Jesús ha sufrido sobre ella…  Y no pudiendo contener tu dolor,  entre sollozos exclamas:

¡Oh Cruz!  ¿Tan cruel habías de ser con mi Hijo? ¡Ah, en nada lo has perdonado! ¿Qué mal te había hecho?  No has permitido siquiera  a Mí,  su dolorosa Mamá, que le diera un sorbo de agua al menos,  cuando la pedía,  y a su boca abrazada le has dado hiel y vinagre:  sentía Yo licuarseme el Corazón traspasado y hubiera querido dar a aquellos labios mi Corazón licuefacto para calmar su sed,  para calmar su sed, pero tuve el dolor de verme rechazada… Oh Cruz,  cruel,  sí,  pero santa,  porque has  divinizada y santificada al contacto de mi Hijo.  Esa crueldad que usaste con El,  cámbiala en compasión hacia los miserables mortales, y por las penas que Él ha sufrido sobre ti,  obtén gracia y fortaleza para las almas que sufren,  para que ninguna se pierda por causa de cruces y tribulaciones.   Mucho me cuestan las almas;  me cuestan la vida de un  HIJO  DIOS,  y Yo,  como Madre  y  Corredentora,   las confío todas a ti,  oh Cruz.”


Y besándola y volviéndola  a besar te alejas …  ¡Pobre Mamá,  cuánto te compadezco!  A cada paso y encuentro surgen nuevos dolores,que haciendo más grande su inmensidad y su amargura,  te inundan como oleadas,  te ahogan,  y a cada momento te sientes morir.

 

Pocos pasos más… y llegas al sitio donde esta mañana lo encontraste bajo el enorme peso de la Cruz,  agotado,  chorreando sangre,  con un manojo de espinas en la cabeza,  a los golpes de la cruz penetraban más y más y en cada golpe le procuraban dolores de muerte…

La mirada de Jesús,  cruzándose con la tuya, buscaba piedad,  pero los soldados,  para privar de ese consuelo a  JESÚS Y A TI,  lo  empujaron y lo hicieron caer,  haciéndole derramar nueva sangre, y ahora,  viendo la tierra empapada,  te postras por tierra,  y mientras besas esa Sangre te oigo decir:

«ÁNGELES MÍOS,  VENID A HACER GUARDIA A ESTA SANGRE, PARA QUE NINGUNA GOTA SEA PISOTEADA Y PROFANADA.»

Mamá dolorosa,  déjame que te dé la mano para levantarte y sostenerte,  porque te veo que agonizas  en  la   Sangre  de  Jesús…

 


Pero al proseguir tu camino,  nuevos dolores encuentras.  Por doquier ves huellas de su Sangre y recuerdas el dolor de Jesús…  Por eso apresuras tus pasos  y  te encierras en el Cenáculo. Yo  también me encierro en el  Cenáculo, pero  mi Cenáculo sea el Corazón Santísimo de Jesús;  y desde su Corazón quiero venir a tus rodillas maternas para hacerte compañía en esta Hora de amarga desolación…  No resiste mi corazón dejarte sola en tanto dolor.

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Dolorosa Mamá,  mira a esta pequeña hija tuya;  soy demasiado pequeña,  y sola no puedo ni quiero vivir.  Tómame sobre tus rodillas y estrechamente entre tus brazos maternos,  haz conmigo de Mamá.  Tengo necesidad  de guía,  de ayuda,  de sostén… Mira mi miseria y derrama sobre mis llagas una lágrima tuya,  y cuando me veas distraída,  estréchame a tu Corazón materno,  y en mí vuelve a llamar la Vida de Jesús…

Pero mientras esto te suplico,  me veo obligada a detenerme para poner atención a tus acerbos dolores,  y siento que el corazón se me rompe al ver que al mover tu cabeza sientes que te penetran más las espinas que has tomado de Jesús,  con las punzadas de todos nuestros pecados de pensamiento, que penetrándote hasta en los ojos,  te hacen derramar  lágrimas de sangre…  Y mientras lloras,  teniendo en los ojos la vista de Jesús,  desfilan ante tu vista todas lasa ofensas de las criaturas…  ¡Cómo sientes su amargura! ¡Cómo comprendes lo que Jesús ha sufrido,  teniendo en ti sus mismas penas!  Pero un dolor no espera al otro,  y poniendo atención en tus oídos te sientes aturdir por el eco de las voces de las criaturas, y según cada especie de voces ofensivas de las criaturas te los hieren,  y Tú repites  una vez más:   «HIJO,  CUANTO  HAS SUFRIDO !».

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Desolada Mamá,  ¡cuánto te compadezco!  Permíteme que te limpie  tu rostro bañado en lágrimas y en sangre…, pero me siento retroceder al verlo ahora violáceo,  irreconocible y pálido,  con una palidez mortal… ¡Ah,  comprendo,  son los malos tratos que le han dado a Jesús,  que han tomado sobre ti y que te hacen tanto sufrir,  tanto,  que al mover tus labios en tu oración o para dejar escapar suspiros de fuego de tu pecho,  siento tu aliento amarguísimo y tus labios abrasados por la sed de Jesús….

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¡Pobre Mamá mía,  cuánto te compadezco!  Tus dolores parece que van creciendo cada vez más,  y parecen darse la mano entre ellos…  Y  tomando tus manos en las mías,  las veo traspasadas por clavos… En ellas precisamente sientes el dolor al ver los homicidios,  las traiciones,  los sacrilegios y todas las obras malas, que repiten los golpes,  agrandando las llagas y exacerbándolas cada vez más.

¡Cuánto te compadezco!  Tú eres la verdadera Madre Crucificada,  hasta el punto que ni siquiera tus pies quedan sin clavos;  más aun, no sólo te los sientes clavar,  sino también como arrancar por tantos pasos inicuos  y  por las almas que se van al infierno,  y  Tú corres tras ellas para que no se precipiten en las eternas llamas infernales…

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Pero no es todavía todo,  Crucificada Mamá.  Todas tus penas,  reuniéndose  juntas,  resuenan haciendo eco en tu Corazón,  y te lo traspasan,  no con siete espadas,  sino con miles y miles de espadas;  y  mucho más porque teniendo en ti el Corazón Divino de Jesús,  que contiene a todos los corazones y envuelve en su latido a los latidos de todos,  ese latido divino va diciendo en sus latidos: «Almas,  Amor», y Tú,  en ese latido que dice «Almas» te sientes correr en tus latidos todos los pecados,  y  te sientes dar la muerte por cada uno de ellos;  y  en ese otro latido que dice  «Amor»,  te sientes dar la vida;  de manera que estás en un acto continuo de muerte y vida.

Crucificada Mamá,  mirándote,   compadezco tus dolores… éstos son inenarrables.  Quisiera transformar mi ser en lengua,  en voz,  para compadecerte,  pero ante tantos dolores mis compadecimientos son nada.  Por eso llamo a los ángeles,  a la Trinidad Sacrosanta,  y  les ruego que pongan en torno a ti sus armonías,  sus contentos,  sus bellezas,  para que endulcen y compadezcan tus intensos dolores;  que te sostengan entre sus brazos y que te devuelvan todas tus penas convertidas en amor.

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Y ahora,  desolada Mamá,  gracias en nombre de todos por todo lo que has sufrido,  y te ruego,  por ésta tan amarga desolación tuya,  que me vengas a asistir en la hora de mi muerte,  cuando mi pobre alma se encontrará sola,  abandonada de todos,  en medio de mil angustias y temores;  ven Tú entonces a devolverme la compañía que tantas veces te he hecho en mi vida;  ven a asistirme,  ponte a mi lado y ahuyenta al enemigo;  lava mi alma con tus lágrimas,  cúbreme con la Sangre de Jesús,  revísteme con sus méritos,  embelléceme con tus dolores y con todas las penas y las obras de Jesús;  y en virtud de sus penas  y  de tus dolores haz desaparecer de mí todos mis pecados,  dándome el total perdón.  Y  al expiar mi alma,  recíbeme entre tus brazos y ponme bajo tu manto,  ocúltame  a  la  mirada  del  enemigo,  llévame en un vuelo al Cielo y ponme en los brazos de Jesús… ¡Quedemos en este acuerdo,  querida Mamá mía!

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Y ahora  te ruego que les hagas la compañía que te he hecho hoy a todos los moribundos presentes y futuros,  a todos hazles de Madre;  son los momentos extremados y se necesitan grandes auxilios,  por eso,  a ninguno niegues tu oficio materno…

Y por último,  unas palabras:  Mientras te dejo,  te ruego que me encierres en el Corazón Sacratísimo  de Jesús,  y  Tú,  doliente Mamá mía,  hazme de centinela para que Jesús no me tenga que echar fuera de su Corazón, y para que yo,  ni aun queriendo,  pueda salir jamás…

Y  ahora,  te  beso tu  mano  materna  y  Tú  dame  tu  bendición…    AMEN

Fuente: Las Horas de la Pasión de Luisa Picarreta

CANTICO EVANGELIO

Ant. Salvador del mundo, sálvanos;  tú que con tu cruz y con tu sangre nos redimiste,  socórrenos,  Dios nuestro.

PRECES

Adoremos a nuestro Redentor,  que por nosotros y por todos los hombres quiso morir y ser sepultado,  para resucitar de entre los muertos,  y suliquémosle, diciendo:

Señor,  te  piedad  de  nosotros.

Oh Señor,  que junto a tu Cruz y a tu sepulcro tuviste a tu Madre dolorosa que participó en tu afiliación,

–haz  que  tu  pueblo  sepa  también  participar  en  tu  pasión.

Señor Jesús,  que como grano de trigo caíste en la tierra para morir y dar con ello fruto abundante,

-haz  que también  nosotros  sepamos  morir  al  pecado  y  vivir  para  Dios.

 

Oh Pastor de la Iglesia,  que quisiste ocultarte en el sepulcro para dar la vida a los hombres,

-haz  que  nosotros  sepamos  también  vivir  escondidos  contigo  en  Dios.

 

Nuevo Adán,  que quisiste bajar al reino de la muerte, para librar a cuantos,  desde el origen del mundo,  estaban encarcelados,

-haz  que  todos  los hombres,  muertos  al  pecado,  escuchen  tu  voz  y  vivan.

 

Cristo,  Hijo  de  Dios  vivo,  que  has  querido que  por  el  bautismo  fuéramos  sepultados  contigo  en  la  muerte,

-haz  que  siguiéndote  a  ti  caminemos  también  nosotros  en  novedad  de  vida.

Movidos por el espíritu filial que Cristo nos mereció con su muerte,  digamos al Padre:  Padre nuestro.

 

Oración

Dios todopoderoso,  cuyo Unigénito descendió al lugar de los muertos y salió victorioso del sepulcro,  te pedimos que concedas a todos tus fieles,  sepultados con Cristo por el bautismo,  resucitar también con él a la vida eterna.  Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Amén.



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