VIERNES SANTO


Jesús al alma: 18 de Abril del 2003 Viernes Santo

» Yo soy tu Jesús,  nacido Encarnado.  El  día de  hoy  vengo para describirle al mundo Mis   Heridas.»

» Padecí las Heridas  de  Mis  Manos  por aquellos  que abrazan el mal y se oponen a la rectitud.  Conmigo no hay medias tintas.  O estás Conmigo o estás contra Mí.»

«Sufrí las Heridas  de  Mis  Pies por aquellos que alguna vez caminaron en la rectitud,  pero se han desviado del sendero.»

«Padecí la Herida de Mi Corazón por los sacerdotes  -los sacerdotes tibios- aquellos que han concesionado  o  abandonado su vocación,  por aquellos que ofrecen el Santo Sacrificio de la Misa con las manos manchadas.»

«Todo esto lo sufrí por la salvación de las almas, y lo sufro aún hoy.»  18 de Abril del 2003 Viernes Santo – 3:00 P.M.   » Yo soy tu Jesús,  nacido Encarnado.  Al dar Mi último respiro,  un respiro que me causó un dolor insoportable,  fuí consolado por el conocimiento de que dos revelaciones  juntarían a Mi Resto Fiel.

Una fue la revelación de Mi Divina Misericordia,  la otra fue la revelación de los Aposentos de Nuestros Corazones  Unidos.»

«Consuelame aun ahora.  Mi dolor más grande permanece:  es ver el Corazón de Mi Madre Dolorosa.»

.

«Reza esta oración:»

«Querido Sagrado Corazón de Jesús  y

Doloroso Corazón de María,

les entrego todo mi corazón, cada alegría

y cada dolor,  toda iniquidad

y todos los méritos que encuentren en él

el día de hoy.

Les ofrezco mi deseo de ser Su víctima de amor.

Con este deseo,  vean mi confianza en Su Voluntad para mi,

y  permitan que esta confianza los consuele.»  «Amén.»

Fuente: Corazones Unidos de Jesús y María.

La pasión de Cristo

La pasión de Cristo

La tarde del Viernes Santo presenta el drama inmenso de la muerte de Cristo en el Calvario. La cruz erguida sobre el mundo sigue en pie como signo de salvación y de esperanza.

Con la Pasión de Jesús según el Evangelio de San  Juan contemplamos  el misterio del Crucificado, con el corazón del discípulo Amado, de la Madre, del soldado que le traspasó el costado.

San Juan, teólogo y cronista de la pasión nos lleva a contemplar el misterio de la cruz de Cristo como una solemne liturgia. Todo es digno, solemne, simbólico en su narración: cada palabra, cada gesto. La densidad de su Evangelio se hace ahora más elocuente.

Y los títulos de Jesús componen una hermosa Cristología. Jesús es Rey. Lo dice el título de la cruz, y el patíbulo es trono desde donde el reina. Es sacerdote y templo a la vez, con la túnica inconsútil que los soldados echan a suertes. Es el nuevo Adán junto a la Madre, nueva Eva, Hijo de María y Esposo de la Iglesia. Es el sediento de Dios, el ejecutor del testamento de la Escritura. El Dador del Espíritu. Es el Cordero inmaculado e inmolado al que no le rompen los huesos. Es el Exaltado en la cruz que todo lo atrae a sí, por amor, cuando los hombres vuelven hacia él la mirada.

La Madre estaba allí, junto a la Cruz. No llegó de repente al Gólgota, desde que el discípulo amado la recordó en Caná, sin haber seguido paso a paso, con su corazón de Madre el camino de Jesús. Y ahora está allí como madre y discípula que ha seguido en todo la suerte de su Hijo, signo de contradicción como El, totalmente de su parte. Pero solemne y majestuosa como una Madre, la madre de todos, la nueva Eva, la madre de los hijos dispersos que ella reúne junto a la cruz de su Hijo. Maternidad del corazón.

La palabra de su Hijo que alarga su maternidad hasta los confines infinitos de todos los hombres. Madre de los discípulos, de los hermanos de su Hijo. La maternidad de María tiene el mismo alcance de la redención de Jesús. María contempla y vive el misterio con la majestad de una Esposa, aunque con el inmenso dolor de una Madre. Juan la glorifica con el recuerdo de esa maternidad. Ultimo testamento de Jesús. Ultima dádiva. Seguridad de una presencia materna en nuestra vida, en la de todos. Porque María es fiel a la palabra: He ahí a tu hijo.

 

El soldado que traspasó el costado de Cristo de la parte del corazón, no se dio cuenta que cumplía una profecía y realizaba un último, estupendo gesto litúrgico. Del corazón de Cristo brota sangre y agua. La sangre de la redención, el agua de la salvación. La sangre es signo de aquel amor más grande, la vida entregada por nosotros, el agua es signo del Espíritu, la vida misma de Jesús que ahora, como en una nueva creación derrama sobre nosotros.

LA CELEBRACIÓN

Hoy no se celebra la Eucaristía en todo el mundo. El altar luce sin mantel, sin cruz, sin velas ni adornos. Recordamos la muerte de Jesús. Los ministros se postran en el suelo ante el altar al comienzo de la ceremonia. Son la imagen de la humanidad hundida y oprimida, y al tiempo penitente que implora perdón por sus pecados.
Van vestidos de rojo, el color de los mártires: de Jesús, el primer testigo del amor del Padre y de todos aquellos que, como él, dieron y siguen dando su vida por proclamar la liberación que Dios nos ofrece.

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