Las Siete Palabras De Jesús en la Cruz: Las Horas de la Pasión: Luisa Picarreta


Primera hora de agonía en la Cruz

La Primera Palabra

«¡Padre,  Perdónalos,  Porque No Saben lo que hacen!»

Y de nuevo te quedas en silencio,  inmerso en tus penas inauditas…

Crucificado bien mío,  ¿es posible tanto amor?  ¡Ah,  después de tantas penas e insultos,  La Primera Palabra es de perdón,  y de tantos pecados nos excusas ante el Padre!  Ah,  esta Palabra la haces descender en cada corazón después de la culpa,  y Tú eres el primero en ofrecer el perdón… Pero cuántos lo rechazan y no lo aceptan;  y tu amor entonces da en delirio,  porque Tú quieres dar a todos el perdón y el beso de paz…

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A estas palabras tuyas tiembla el infierno y te reconoce como Dios… La naturaleza y todos quedan atónitos y reconocen tu Divinidad,  tu inextinguible amor,  y silenciosos esperan para ver hasta dónde llega.  Y no sólo tu voz,  sino también tu Sangre y tus llagas gritan a cada corazón después  del  pecado:  «Ven  a mis brazos,  que te perdono;  y el sello del perdón es el precio de mi Sangre.»

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Oh amable Jesús mío,  repite  de nuevo esta Palabra  a cuantos pecadores hay en el mundo,  Implora misericordia para todos,  aplica los méritos infinitos de tu preciosísima Sangre a todos,  a todos…

Oh buen Jesús,  continúa aplacando a la Divina Justicia y concede la gracia a quien, hallándose en el momento de tener que perdonar,  no siente la fuerza…

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Jesús mío,  Crucificado adorado, en estas tres horas de amarguísima agonía Tú quieres dar cumplimiento a todo;  y mientras permaneces silencioso en la Cruz,  veo que en tu interior quieres satisfacer en todo y por todo al Padre.  Por todos le agradeces, por todos lo satisfaces,  por todos pides perdón,  y para todos impetras la gracia de que ya nunca más te ofendan.  Y para obtener esto del Padre,  resumes toda tu Vida,  desde el primer instante de tu Concepción hasta tu último respiro… Jesús mío,  Amor interminable,  déjame que también yo recapitule toda tu Vida junto contigo y con la inconsolable Mamá…

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Dulce Jesús Mío, te doy las gracias por tantas espinas que han traspasado tu adorable cabeza,  por las gotas de Sangre que de ellas has derramado,  por los golpes que en ella has recibido y por los cabellos que te han arrancado… Y te doy las gracias por todo el bien que has hecho e impetrado para todos, por las luces y las buenas inspiraciones que a todos nos has dado,  y por cuantas veces has perdonado nuestros pecados de pensamientos malos,  de soberbia,  de orgullo y de estima propia.

Te pido perdón en nombre de todos, oh Jesús mío,  por cuantas veces te hemos coronado de espinas,  por cuantas gotas de sangre te hemos hecho derramar de tu sacratísima cabeza y por todas las veces que no hemos correspondido a tus inspiraciones.  Por todos estos dolores que has sufrido te suplico,  oh Jesús,  la gracia de no volver a cometer nunca más pecados de pensamiento…  Quiero además ofrecerte todo lo que Tú mismo sufriste en tu santísima cabeza,  para darte toda la gloria que todas las criaturas te habrían dado si hubieran hecho uso de su inteligencia según tu Voluntad.

 

Segunda Hora de agonía en la Cruz

Segunda Palabra

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Crucificado Amor mío,  mientras oro contigo,  la fuerza raptora de tu amor y de tus penas mantienen mi mirada fija en ti,  pero el corazón se me rompe viéndote tanto sufrir… Tú deliras de amor y de dolor,  y las llamas que abrasan tu Corazón se elevan tanto que están en acto de devorarte,  reduciéndote a cenizas.  Tu amor reprimido es más fuerte que la misma muerte,  y Tú queriendo desahogarlo,  mirando al ladrón que está a tu derecha, se lo robas al infierno,  con tu gracia le tocas el corazón, y ese ladrón se siente todo cambiado,  te reconoce y te confiesa como Dios,  y lleno de contricción te dice: «Señor » acuérdate de mí cuando estés en el reino».  y Tú no vacilas en responderle:     «HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO», Y haces de él el primer triunfo de tu amor.

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Pero veo que en tu amor no solamente al ladrón le robas el corazón,  sino también a tantos moribundos.  Ah,  Tú pones a su disposición tu Sangre,  tu amor,  tus méritos,  y usas todos los artificios y estratagemas divinas para tocarles el corazón y robarlos todos para ti… Pero también aquí tu amor se ve obstaculizado… ¿Cuántos rechazos,  cuántas desconfianzas,  cuántas desesperaciones!  Y es tan grande tu dolor,  que de nuevo te reduce al silencio…

 

Quiero reparar,  oh Jesús mío,  por aquellos que desesperan de la Divina Misericordia  en el momento de la muerte… Dulce amor mío,  inspirales a todos fe y confianza ilimitada en ti,  especialmente a aquellos que se encuentran entre las angustias de la agonía,  y en virtud de esta Palabra tuya concédeles luz,  fuerza y ayuda para poder morir santamente y volar de la tierra al Cielo.  En  tu santísimo cuerpo,  en tu Sangre,  en tus llagas contienes a todas las almas,  a todas,  oh Jesús,  así pues, por los, méritos de tu preciosísima Sangre,  no permitas que ni siquiera una sola alma se pierda.  Que tu Sangre aún hoy les grite a todos,  juntamente con tu Palabra:  «Hoy estarás conmigo en el Paraíso».

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«MUJER,  HE  AHÍ  A TU HIJO», y Juan: «HE AHÍ A TU MADRE».

Tu voz desciende en su Corazón materno y juntamente con las voces de tu Sangre continúas diciéndole:  «Madre mía,  te confió a todos mis hijos;  todo el amor que me tienes a Mí,  tenlo para cada uno de ellos;  todos tus cuidados y ternuras maternas sean también para cada uno de mis hijos…  Tú me los salvarás a todos.»

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La Mamá acepta…  Pero son tan intensas sus penas, que de nuevo te reducen al silencio…

Oh Jesús mío, quiero reparar por las ofensas que se le hacen a la Santísima Virgen,  por las blasfemias e ingratitudes de tantos que no quieren reconocer los beneficios que nos has hecho a todos, dándonosla por Madre… ¿Cómo podremos agradecerte por tan gran beneficio?  Recurro a ti mismo,  oh Jesús mío,  y en agradecimiento te ofrezco tu misma   Sangre,  tus llagas y el amor infinito de tu Corazón…

Oh Mamá santa,  ¿cuál no es tu conmoción al oír la voz de tu Hijo,  que te deja como Madre de todos nosotros?  Yo te doy las gracias,  Virgen bendita,  y para agradecerte como mereces te ofrezco la misma gratitud de Jesús.  Oh dulce Mamá,  sé Tú nuestra Madre, tómanos a tu cargo y no dejes que jamás te ofendamos en lo más mínimo;  manténos siempre estrechados a Jesús y con tus manos átanos a todos a todos a El,  de modo que nunca más podamos huir de El.  Con tus mismas intenciones quiero reparar por todas las ofensas que se hacen a tu Jesús y a ti,  dulce Mamá mía…

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Oh Jesús mío, mientras continúas inmerso en tantas penas, abogada aun más por la causa de la salvación de las almas;  y yo por mi parte no me quiero quedar indiferente, sino que quiero recorrer tus llagas, besarlas, curarlas y sumergirme en tu Sangre,  para poder decir junto contigo:   «¡Almas,  almas».  Y quiero sostener tu cabeza traspasada y dolorida para repararte  y pedirte misericordia,  amor y perdón para todas.

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Cuarta  Palabra

«DIOS MIO, DIOS MIO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?

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Ante este grito,  todos tiemblan,  las tinieblas se hacen más densas,  y  la Mamá petrificada palidece y casi se desmaya… ¡Vida mía y todo mío! ¡Jesús mío!  ¿Qué veo? Ah,  estás próximo a la muerte, y aun las mismas penas, tan fieles a ti, están ya por dejarte;  y entre tanto,  después de tanto sufrir,  ves con inmenso dolor que no todas las almas están incorporadas en ti;  por el contrario,  ves que muchas se perderán,  y sientes su dolorosa separación como si se arrancaran de tus miembros…  Y Tú,  debiendo satisfacer a la Divina Justicia también  por ellas, sientes la muerte de cada una y hasta las penas mismas que sufrirán en el infierno,  y gritas con fuerza a todos los corazones.

«¡No me abandonéis!  Si quereís que sufra más penas estoy dispuesto,  pero no os separéis de mi Humanidad.  ¡Este es el dolor de los dolores,  ésta es la muerte de las muertes! ¡Todo lo demás me sería nada si no sufriera vuestra separación de Mí!  ¡Ah,  piedad de mi Sangre, de mis llagas,  de mi muerte! ¡Este grito será continuo en vuestros corazones:  ¡Ah no me abandonéis!.

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Oh Jesús mío, aumenta en todos la Gracia,  para que nadie se pierda,  y que mi reparación sea en favor de aquellas almas que habrían de perderse,  para que no se pierdan.  Te ruego además,  oh Jesús mío,  por este extremo abandono,  que des ayuda a tantas almas amantes,  que por tenerlas de compañeras  en tu abandono,  parece que las privas de ti,  dejándolas en tinieblas.  Que todas las almas a tu lado y te alivien en tu dolor.

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Tercera Hora de agonía en la Cruz

Muerte de Jesús

Quinta Palabra  «¡TENGO SED!»

 

Crucificado mío agonizante,  abrazado a tu cruz siento el fuego que devora a toda tu Divina Persona;  el Corazón te palpita con tanta violencia que,  hinchándote el pecho,  te atormenta en un modo tan tremendo y horrible que toda tu santísima Humanidad sufre una transformación que te hace irreconocible…  El amor,  del que tu Corazón es hoguera,  te seca y te quema todo,  y Tú,  no pudiendo contenerlo,  sientes las fuerza de su tormento,  que más que por la sed corporal,  por haber derramado todo tu Sangre,  te atormenta por la sed ardiente por la salvación de nuestras almas,  Tu sed de nosotros es tanta que quisieras bebernos como agua para ponernos a todos a salvo dentro  de ti,  y por eso, reuniendo tus debilidades fuerzas,  gritas:

«¡TENGO SED!»

Y ah,  esta Palabra la repites a cada corazón diciéndole:  «Tengo sed de tu voluntad,  de tus actos,  de tus deseos,  de tu amor;  agua más fresca y dulce no podrías darme que tu alma…  ¡Ah,  no me dejes abrasarme!  Tengo sed ardiente, por la que no sólo me siento abrasar la lengua y la garganta,  tanto que no puedo ya articular ni una palabra,  sino que me siento también secar el Corazón y las entrañas.  ¡Piedad de mi sed, piedad…!»

Y como delirando por la gran sed,  te abandonas a la Voluntad del Padre.

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SEXTA PALABRA

«¡TODO ESTÁ CONSUMADO!».

Oh Jesús mío,  ya lo has agotado todo,  ya no te queda nada más. El amor ha llegado a su término…  Y yo,  ¿me he consumido todo por tu amor? ¿Qué agradecimiento no deberé yo darte,  cuál no tendrá que ser mi gratitud hacia ti?

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Oh Jesús mío,  quiero reparar por todos,  reparar por las faltas de correspondencia a tu amor,  y consolarte por las afrentas que recibes de las criaturas mientras que Tú te estás consumiendo de amor en la Cruz.

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SÉPTIMA PALABRA

Después de reunir todas tus fuerzas y con voz potente y sonora gritas:

«¡PADRE,  EN TUS MANOS ENTREGO MI ESPÍRITU!».

E inclinando la cabeza, expiras…

Jesús mío, a este grito se transforma toda la naturaleza y llora tu muerte… la muerte  de su CREADOR.  La tierra se estremece fuertemente y con su temblor parece que llore y que quiera sacudir el espíritu de todos para que te reconozcan como el verdadero Dios… El velo del Templo se razga;  los muertos resucitan;  el sol,  que ha llorado hasta ahora por tus penas,  retira su luz horrorizado… Tus enemigos,  algunos dicen:  «Verdaderamente Este es el Hijo de Dios».  Y tu Madre,  petrificada y moribunda,  sufre penas más amargas que la muerte…

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Muerto Jesús mío,  con este grito nos has puesto también a nosotros todos en las manos del Padre, para que no nos rechace.  Es  por esto por lo que has gritado fuerte,  y no sólo con la voz sino con todas tus penas y con la voz de tu Sangre:   «¡Padre,  en tus manos pongo mi espíritu y a todas las almas!».

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Jesús mío,  también yo me abandono en Ti.  Dame la gracia de morir por entero en tu amor,  en tu Querer,  y te suplico que no permitas jamás que ni en la vida ni en la muerte salga yo de tu Santísima Voluntad.

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Quiero reparar por todos aquellos que no se abandonan perfectamente a tu Santísima Voluntad,  perdiendo o reduciendo así el precioso fruto de tu Redención… ¿Cuál no será el dolor de tu Corazón,  oh Jesús mío,  al ver a tantas criaturas que huyen de tus brazos y se abandonan a sí mismas?  Oh Jesús mío, piedad para todos… Beso tu cabeza coronada de espinas…  Y te pido perdón por tantos pensamientos de soberbia,  de ambición y de propia estima.  Te prometo que cada vez que me venga un pensamiento que no sea totalmente para ti, oh Jesús,  y me encuentre en ocasión de ofenderte,  gritaré inmediatamente: «¡ Jesús,  María, os entrego el alma mía!».

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Oh Jesús,  beso tus hermosos ojos,  húmedos aún por las lágrimas y cubiertos por la sangre…  Y te pido perdón por cuantas veces te ofendí con miradas inmodestas y pecaminosas.  Te prometo que cada vez que mis ojos se sientan impulsados a mirar cosas de tierra,  gritaré inmediatamente: «Jesús, María,  os entrego el alma mía».

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Oh Jesús,  beso tus sacartísimos oídos,  aturdidos hasta los últimos instantes por insultos y horribles blasfemias…  Y te pido perdón por cuantas veces he escuchado o he hecho escuchar conversaciones que nos alejan de ti,  y por cuantas conversaciones malas tienen las criaturas.  Te prometo que cada vez que me encuentre en la ocasión de oír aquello que no conviene,  gritaré inmediatamente:  «Jesús,  María,  os entrego el alma mía».

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Oh Jesús mío,  beso tu santísimo Rostro,  lívido,  ensangrentado… Y te pido perdón por tantos desprecios,  insultos y afrentas como recibes de nosotros,  vilísimas criaturas,  con nuestros pecados.  Te prometo que cada vez que me venga la tentación de no darte toda la gloria,  el amor y la adoración que se te  deben, gritaré inmediatamente:  «Jesús,  María,  os entrego el alma mía».

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Oh Jesús mío,  beso tu santísima boca,  abrasada, seca y amargada…  Y te pido perdón por todas las veces que te he ofendido con malas conversaciones y por cuantas veces he cooperado en amargarte y en acrecentar tu sed.  Te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de decir cosas que podrían ofenderte,  gritaré inmediatamente:  «Jesús,  María, os entrego el alma mía».

Oh Jesús mío, beso tu cuello santísimo,  en el que veo aún las marcas de las cadenas que te han oprimido… Y te pido perdón por tantas cadenas,  vínculos y apegos de las criaturas,  que han añadido nuevas sogas y cadenas a tu santísimo cuello.  Te prometo que cada vez que me sienta turbada por apegos,  deseos y afectos que no sean sólo para ti,  gritaré inmediatamente: «Jesús,  María,  os entrego el alma mía».

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Jesús mío, beso tus hombros santísimos… Y te suplico perdón por tantas ilícitas satisfacciones,  perdón por tantos pecados cometidos con los cinco sentidos de nuestro cuerpo.  Te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de tomarme algún placer o alguna satisfacción que no sea para tu gloria,  gritaré inmediatamente:  «Jesús, María, os entrego el alma mía».

Jesús mío,  beso tu pecho santísimo… Y te pido perdón por tantas frialdades,  indiferencias,  tibiezas e ingratitudes tan horribles que recibes de las criaturas.  Te prometo que cada vez que me sienta enfriar en tu amor,  gritaré inmediatamente:  «Jesús, María, os entrego el alma mía»:

Jesús mío, beso tus sacratísimas manos… Y te pido perdón por todas las obras malas o indiferentes,  por tantísimos actos envenenados por el amor propio y por la propia estima.  Te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de no obrar por solamente tu amor.  gritaré inmediatamente:  «Jesús,   María, os entrego el alma mía.»

Jesús mío, beso tus sacratísimos pies…  Y te suplico perdón por tantos pasos y por tantos caminos recorridos sin tener la recta intención de agradarte, por tantos que de ti se alejan para ir en busca de placeres de la tierra.  Te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de separarme de ti,  gritaré inmediatamente: «Jesús,  María,  os entrego el alma mía».

Oh Jesús, beso tu sacratísimo Corazón… Y quiero encerrar en El,  junto con mí alma,  a todas las almas redimidas por ti,  para que todas se salven,  sin excluir alguna… Oh Jesús,  enciérrame en tu Corazón,  y cierra sus puertas,  de modo que yo no pueda ver, desear o conocer nada fuera de ti.  Te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de querer salir de éste tu Corazón,  gritaré inmediatamente:  «Jesús, María, os entrego el alma mía!.

Fuente: Las Horas de la Pasión de Luisa Picarreta.

[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=OrYOZe8H0BE[/youtube]

 

Las siete Palabras

[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=pfISlFg4WDo[/youtube]


 


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