Jueves Santo: La Cena Eucarística


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Las Horas de la Pasión por Luisa Picarreta

Dulce  amor  mío,  incontentable   siempre  en  tu  amor, veo que al terminar la Cena  Legal,

junto  con  tus  amados  discípulos  te  levantas  de  la  mesa  y  en  unión  con  ellos  elevas

el  himno  de  agradecimiento  al  Padre  por  haberos  dado  el  alimento,  querido  con   esto

reparar  todas  las  faltas  de  gratitud  y   suplir  por  el   agradecimiento  que  no  tienen  las

criaturas  por  tantos  medios  como  nos  das  para  la  conservación  de  la  vida  corporal.

Por  eso  Tú,  oh  Jesús,    en  todo  lo  que  haces,    tocas  o  ves,  tienes   siempre   en  tus

labios  las  palabras:   «¡Gracias  te  sean  dadas,  oh  Padre!»  También  yo,  oh  Jesús,  unida

a  ti  tomaré  la  palabra  de  tus  mismos  labios  y diré  siempre  y  en  todo:   «Gracias,   oh

Padre,   por   mí   y   por   todos»,   para  continuar   yo   la   reparación   por   las   faltas  de

agradecimiento.

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Mas,  oh  Jesús,  tu  amor  parece  no  darse  tregua,   veo que  de  nuevo  haces  sentarse  a

tus  discípulos,  tomas una palangana con agua y ciñendote una blanca toalla

te   postras  a  los  pies  de  los  Apóstoles  en  un  acto  tan  humilde  que  atrae

la atención de todo el Cielo y lo hace quedar estático.  Los mismos Apóstoles

se quedan casi sin movimiento al verte postrado a sus pies… Pero dime, amor

mío   ¿qué  quieres,   qué  pretendes  con  este  acto  tan  humilde?  ¡Humildad

nunca vista y que jamás se verá!.


¡Ah   hija   mía,  quiero  todas  las  almas y postrado a sus pies como un pobre

mendigo las pido,  las importuno y llorando  les tiendo mis insidias de amor

para  ganarlas!  Quiero,  postrado  a  sus  pies,  con  este  recipiente  de  agua

mezclada con mis lagrimas lavarlas de cualquier imperfección y prepararlas

a  recibirme  en  el  Sacramento.   Me importa  tanto  este  acto  que no quiero

confiar  este  oficio  a  los  ángeles,  y ni aun a mi querida Madre,  sino que Yo

mismo  quiero  purificar  hasta las fibras más íntimas de los Apóstoles, para

disponerlos  a  recibir  el  fruto  del  Sacramento,   y  en  ellos es mi intención

preparar a todas las almas.

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Quiero  reparar  por  todas  las  obras  santas,  por  la  administración  de  los

Sacramentos   y  en  especial  por  las  cosas  hechas  por  los  Sacerdotes  con

espíritu de soberbia,  vacías de espíritu Divino y de desinterés.  ¡Ah, cuántas

obras  buenas  me llegan  más  para  deshonrarme  que  para  darme  honor!

¡Más para amargarme que para complacerme¡  ¡Más para darme muerte que


para darme vida!  Estas son las ofensas que más me entristecen.  Ah sí,  hija

mía,  hija  mía,  enumera todas  las  ofensas  más íntimas que se me hacen y

dame  reparación  con  mis  mismas  reparaciones  y  consuela  mi  corazón

amargado».

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¡Oh afligido bien mío!  Tu vida la hago mía y junto contigo quiero repararte

por todas esas ofensas.  Quiero   entrar en todos esos lugares más íntimos de

tu  corazón  divino  y  reparar  con  tu  mismo  corazón  por  las  ofensas  más

íntimas  y  secretas  que  recibes  de  tus  predilectos.   Quiero,  oh  Jesús mío,

seguirte en todo,  y en unión contigo quiero girar por todas las almas que te

han  de  recibir en  la  Eucaristía y  entrar en sus corazones. Y junto con tus

manos  las  mías  y  con esas lágrimas tuyas y con el agua con que lavaste los

pies  a  tus Apóstoles  lavemos las almas que te han de recibir,  purifiquemos

sus  corazones,  incendiémoslos,  sacudamos  de ellos el polvo con que están

manchados,  a  fin  de  que,  al  recibirte,Tú  puedas  encontrar  en  ellas  tus

complacencias  en lugar de tus amarguras.

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Pero mientras estás todo atento lavando los pies de los Apóstoles,  te miro y

veo otro dolor que traspasa tu corazón santísimo, Esto Apóstoles representan

para ti a todos los futuros hijos de la Iglesia. Cada uno de Ellos representa la

serie de cada uno de los males que iban a haber en la Iglesia y,  por tanto,   la

serie  de  cada  uno  de  tus  dolores..  En  uno,  las  debilidades;  en  otro,  los

engaños;   en   otro,   las   hipocresías;    en  otro,   el  amor  desmedido a  los

intereses… En San Pedro,  la falta a los buenos propósitos y todas las ofensas

de los jefes de la Iglesia; en San Juan, las ofensas de tus más fieles;en Judas,

todos los apóstoles,  con la serie de los graves males causados por ellos… Ah,

tu corazón  está sofocado por el dolor y por el amor,  tanto que no pudiendo

sostenerte,  te detienes a los pies de cada Apóstol,  rompes en llanto y ruegas

y  reparas  por  cada  una  de  esas ofensas  y  para  todos  imploras  el remedio

oportuno.  Jesús mío,  también  yo  me  uno  contigo,  hago mías tus súplicas.

tus reparaciones,  tus  oportunos  remedios para cada alma y quiero mezclar

mis  lágrimas  con  las  tuyas  para  que  nunca  estés  solo sino que me tengas

siempre contigo para dividir tus penas.

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Pero mientras prosigues lavando los pies de los Apóstoles veo que ya  estás a

los pies de Judas.  Siento tu respiro afanoso,  veo que no sólo lloras,  sino  que

sollozas,  y  mientras  lavas  esos  pies  los  besas,  te los estrechas al corazón y

y no pudiendo hablar con la voz,  porque te ahoga el llanto,  lo miras  con tus

ojos  hinchados  por  las  lágrimas  y  con  el  corazón   le   dices:   «¡Hijito  mío,

ah,  te  ruego  con  la  voz  de  mis  lágrimas:  No  te  vayas   al  infierno,   dame

tu alma,  que a tus pies postrado te pido! Dime, ¿Qué quieres? ¿Qué pretendes?

Todo  te  daré  con  tal  de  que  no te pierdas.  Ah,  evítame este dolor, a Mí,  tu

Dios!»  Y  te  estrechas de nuevo esos pies a tu corazón…  Pero viendo la dureza

de  Judas,   tu  corazón  se  ve  en  apuros,  tu  amor  te  ahoga  y  está a punto de

desfallecer…  Corazón mío y vida mía,  permíteme que te sostenga entre mis

brazos.  Me doy cuenta de que éstas son tus estratagemas amorosas que usas

con  cada  pecador  obstinado…  Ah,   te   ruego,    corazón   mío,    mientras  te

compadezco y te doy reparación por las ofensas que recibes de las almas que

se  obstinan  en  no  quererse  convertir,   que recorramos  juntos  la   tierra y

donde hay pecadores obstinados démosles tus lágrimas para enternecerlos,

tus besos y tus abrazos de amor para encadenarlos A Tí,  de manera que no te

puedan huir y así te consolaré por el dolor de la pérdida de Judas.

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Jesús mío, gozo y delicia mía,  veo que tu amor corre,  que rápidamente corre.  Doliente como estás te levantas y casi corres a la mesa,  donde está preparado el pan y el vino para la Consagración.

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Veo que tomas un aspecto todo nuevo y  nunca antes visto,  tu Divina Persona toma un aspecto tierno, amoroso, afectuoso;  tus ojos resplandecen de luz más que si fueran soles;  tu rostro, encendido,    resplandece;  tus labios,  abrazados de amor;  y tus manos,  creadoras,  se ponen  en actitud de crear…

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Te veo,  amor mío,  todo transformado.  Parece como si tu Divinidad  se desbordara fuera de tu Humanidad.  Ah  Jesús,  este aspecto tuyo,  nunca visto,  llama la atención de todos los Apóstoles,  quien subyugados por tan dulce encanto no se atreven ni siquiera a respirar.

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La dulce Mamá corre en espíritu al pie de la mesa,  del altar,  a contemplar  y  a participar en los prodigios de tu amor.

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Los  Ángeles descienden del Cielo  y entre ellos se  preguntan,   «¿QUÉ PASA?…»   Son verdaderas locuras,  auténticos excesos:   ¡Es Dios que crea,  no el cielo o la tierra,  sino a Sí mismo…

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¿Y dónde?  E n la vilísima materia de un poco de pan y un poco de vino.  Y mientras están todos en torno a ti,  oh amor insaciable,  veo que tomas el pan en tus manos… lo ofreces al Padre… y oigo tu dulcísima voz que dice:

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«PADRE SANTO, GRACIAS TE SEAN DADAS,  PUES SIEMPRE ESCUCHAS A TU HIJO.  PADRE SANTO, CONCURRE CONMIGO.

TÚ UN DÍA ME ENVIASTE DEL CIELO A LA TIERRA A ENCARNARME EN EL SENO DE MI MADRE PARA VENIR A SALVAR A NUESTROS HIJOS.

AHORA PERMÍTEME QUE ME ENCARNE EN CADA HOSTIA PARA CONTINUAR LA SALVACIÓN DE ELLOS Y PARA SER VIDA DE CADA UNO DE MIS HIJOS…

MIRA, OH PADRE,  POCAS HORAS QUEDAN DE MI VIDA Y ¿CÓMO TENDRÉ CORAZÓN PARA DEJAR SOLOS Y HUÉRFANOS A MIS HIJOS?  SUS ENEMIGOS SON MUCHOS:

LAS TINIEBLAS,  LAS PASIONES,  LAS DEBILIDADES A QUE ESTÁN SUJETOS…

¿QUIÉN LOS AYUDARÁ?

¡AH,  TE  SUPLICO  ME QUEDE  EN  CADA  HOSTIA  PARA  SER  VIDA  DE  CADA  UNO,  PARA PONER EN FUGA A SUS ENEMIGOS Y SER PARA ELLOS LUZ,  FUERZA Y AYUDA  EN  TODO!.

PUES DE LO CONTRARIO ¿A DÓNDE IRÁN?  ¿QUIÉN LOS AYUDARÁ?  NUESTRAS OBRAS SON ETERNAS,  MI AMOR ES IRRESISTIBLE,  POR ESO NO PUEDO NI QUIERO DEJAR A MIS HIJOS.»

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El padre se enternece a la  voz tierna y afectuosa del Hijo y desciende del Cielo…  y ya está sobre el altar,  unido con el ESPÍRITU SANTO,  para concurrir con el Hijo.  Y Jesús,  con voz sonora y conmovedora,  pronuncia las palabras de la consagración,  y sin dejarse a Sí mismo,  se crea a Sí mismo en ese pan y vino…

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Después te das en Comunión a tus Apóstoles, y seguro que nuestra Madre Celestial no se vió privada de recibirte.  ¡Ah Jesús,  los Cielos se postran y todos te envían un acto de adoración en tu nuevo estado de tan profundo anonadamiento!  Y así tu amor queda saciado y satisfecho,  no teniendo ya nada más qué hacer.

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Y yo veo sobre ese altar, en tus manos,  todas las hostias consagradas que se perpetuarán hasta el fin de los siglos,  y en cada hostia,  toda tu dolorosa Pasión desplegada,  pues las criaturas,  a los excesos de tu amor,  te preparan excesos de ingratitud y de enormes delitos. Y yo,  corazón de mi corazón,  quiero estar siempre contigo en cada sagrario,  en todos los copones y en cada hostia consagrada que habrá hasta el fin de los tiempos, para darte mis actos de reparación a medida que recibes las ofensas.

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Por eso, corazón mío, pongo ante ti  y te beso la  frente majestuosa…

Pero al besarte siento en mis labios el dolor de las espinas que rodean tu cabeza, porque en estas hostias santas, oh Jesús mío,  no te limitan las espinas como en la Pasión…

pues veo que las criaturas vienen a tu presencia y en vez de ofrecerte el homenaje de sus pensamientos,  te envían sus pensamientos malos, y Tú bajas de nuevo tu cabeza,  como en la Pasión,  para recibir las espinas de los malos pensamientos que se tienen en tu presencia.

Oh amor mío, también yo la bajo contigo para compartir tus penas y pongo todos mis pensamientos en tu mente para sacarte esas espinas que tanto te duelen y te entristecen,  y quiero que cada pensamiento mío corra en cada uno de los tuyos  para formarte un acto de reparación por cada pensamiento malo de las criaturas y endulzar así tus afligidos pensamientos.


Fuente: Las Horas de la Pasión por Luisa Picarreta

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