Martes Santo


 

 

El Señor ha pronunciado mi nombre (Isaías 49, 1-6)  ¿Seré yo,  Señor? (Juan 13, 21 -33)

Ayer,  con Marta , María y Lázaro,  hoy con los discípulos y con un  personaje común a los dos días: Judas.

 

La sinceridad del Maestro permanece inalterable incluso hasta el    final:  uno de ustedes me traicionará.

Nos cuesta compartir vida y pan con aquellos que sabemos que nos llevan en palmitas por delante,  pero nos clavan dardos y espinas por detrás.  En Jesús,  una vez más y para no variar,  se rompen los esquemas para que se cumpla hasta la última coma de las Escrituras:  todo esto es necesario.

Judas convirtió su trato con el Señor en una frase.  Vendió al mejor tesoro (que es un amigo) por un puñado de monedas de plata.

Los buenos amigos,  dice el viejo proverbio,  son como la sangre:  acuden enseguida a la herida.  Todos los que compartían intensamente y con tensión ese momento comenzaron a preguntarse:  ¿seré acaso yo Señor?  Eran tan de Jesús que acudieron solidariamente para intentar taponear  inmediatamente la herida,  por la que se escapaba ya a borbotones la sangre de Jesús.  No lo consiguieron como tampoco Judas consiguió por más tiempo encubrir su mentira y personal circo.

  • Del Cenáculo a la oscuridad.
  • De la amistad a la soledad.
  • De la riqueza al ruido miserable del tintineo de la plata.
  • De la verdad con el Maestro al maligno empujándole a pensar en un árbol donde lavar su disparate de ingratitud de amigo.

¿Seremos nosotros  Señor?

  • ¿A los que nos cuesta enfrentarnos a nuestra propia verdad?
  • ¿Los que vendemos,  no por plata,  pero tal vez por menos,  tu nombre y tu gloria?
  • ¿Los que compartimos el pan único y partido y escapamos a continuación a la penumbra que esconden nuestras contradicciones?

¿Seremos  nosotros  Señor?

  • ¿Los que decimos «si» cuando sabemos que en realidad que es un «no»?
  • ¿Los que te presentamos como amigo en el altar y como a un gran desconocido en la vida debido al miedo o a la vergüenza?
  • ¿Los que besamos tu cruz por ser Viernes Santo y, luego ese beso, queda pronto en el olvido?
  • ¿Los que escondemos,  bajo el ropaje que nos viste,  la bolsa acudalada que nos seduce y lo que en el fondo nos convence?

¿Seremos  nosotros   Señor?

  • ¿Aquellos a los que les cuesta tomar postura por tu Reino y poco reparo en comulgar en tu mesa?
  • ¿ Aquellos  que sienten mayor el peso de sus pecados y no la grandeza de tu misericordia?
  • ¿Aquellos que tardan en llevar a cabo lo que es importante y, al instante,  lo que conduce a la desesperación?
  • ¿Aquellos que piensan que hace tiempo que Dios echó el cerrojo a los pequeños y grandes Judas que nos sentamos a tu mesa?

Que  nunca,  Señor,  lleguemos  a  pensar:

»  que es más fuerte nuestro pecado que tu Gracia,

»  nuestra falta más que tu perdon,

» nuestra traición mayor que tu fidelidad,

» nuestros besos más sinceros que tu gran amos…

Que  nunca,  Señor,  lo  lleguemos  a  pensar.

¡Nunca,  las pequeñas deserciones podrán más que la fidelidad de Dios hacia nosotros!

 

Fuente: Javier Leoz

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