Retiro para Navidad. Segunda Meditación


SEGUNDA PARTE DE LA SEGUNDA MEDITACIÓN


Pues bien, si Jesús ha de nacer en nuestro corazón, quiere decir que el Padre nos va confiar  a confiar el mismo depósito que confió a San José, nos va a dar a su hijo en buenos términos.

Pero el Padre no acostumbra poner a Jesús sino en buenas  manos, necesita estar seguro de nuestra fidelidad;  lo que a cada quien le pide para entregarle a su Hijo, es lo que le pidió a San José:  una fidelidad exquisita;  porque ¿qué vamos a hacer con Jesús?  ¿Cómo vamos a guardar ese depósito santo que nos va a confiar? Para confiarnos ese depósito, lo que necesita Dios es que seamos fidelísimos, que hagamos de Jesús lo que Dios quiera.  El es el que tiene que disponer,  nosotros no somos más que instrumentos suyos;  y la gran cualidad de un instrumento es que sea dócil en las manos del que lo maneja.

Por consiguiente,  es también necesario que le preparemos a Jesús un San José, es decir, una fidelidad exquisita.  Vamos a ser pesebres, vamos a ser San José.  Seremos pesebres por la humildad, con la que vamos a aprovechar nuestras miserias;  seremos San José por la fidelidad con que vamos a seguir las indicaciones del Padre Celestial.

Cuando tengamos a Jesús en nuestro corazón, no vamos a querer, sino lo que el Padre quiera. Que Jesús brille, lo haremos brillar;  que quiere que esté oculto, lo ocultaremos como San José.

¡A!  ¡si fuéramos fieles, con qué abundancia nos daría el Padre Celestial a su propio Hijo, cómo nos lo confiaría!

Pero para ser fieles necesitamos no querer, no buscar otra cosa que la santa voluntad de Dios. Por eso la figura de San José es tan serena, tan apacible, tan dulce. A través de las páginas del Evangelio, que hablan poquísimo de San José, alcanzamos a ver a la figura del Santo siempre serena, siempre en paz.

¿Por qué? – Por su fidelidad, porque no tenía otra norma que la voluntad divina.

Nosotros deberíamos ser como él.  Después de todo, ¿para qué queremos otra norma,  para que tratamos de dirigirnos por nuestro propio criterio? Si hasta por
conveniencia deberíamos sujetarnos a la voluntad divina.

¿ Sabemos acaso los que nos conviene, tenemos un conocimiento claro de lo que será mejor para nosotros?… No, andamos tanteando en el vacío. Qué trabajo nos cuesta saber por dónde vamos y por dónde debemos ir…¿No tenemos una experiencia tristísima de las veces que nos hemos equivocado siguiendo nuestra   propia iniciativa,  nuestras inclinaciones?

Sabemos que Dios nos ama sin media;  o más bien dicho, no lo sabemos,  porque no alcanzamos a profundizar esos abismos del amor de Dios;  y amandonos como nos ama, y siendo la Sabiduría misma,  ¿qué podemos temer?

¡qué importa que no sepamos de Dios!  Repito, San José no ha de haber comprendido muchas de las disposiciones divinas.  Probablemente no había previsto el Santo que Jesús había de nacer en Belén.  Había procurado en Nazareth prepararle las cosas lo mejor que podía; pero en el momento en que debía venir al mundo, se encuentra con que no era un alojamiento decente aunque pobre,  donde debía nacer,  sino en Belen, en un pesebre.  Perfectamente, así lo dispuso el Padre Celestial.

Tampoco ha de haber comprendido que para huir de Herodes era necesario esconder al Niño como cualquier mortal.  El no sabía,  no se explicaba muchas cosas, pero decía siempre:  «Así lo quiere Dios, asi se hará».

¡Si fueramos así,  fidelísimos,  si tuviéramos por norma única la voluntad Santa de Dios!… Que hoy amanecí con una sequedad tremenda, no veo nada, no siento nada;  ¡si pensara entonces que esto es lo que Dios quiere!…

¿Pero cómo ha de querer Dios eso?
La parte superior contesta:  ¿pero qué vas a entender tú?  Sé fiel. No sabes todos los provechos espirituales que Dios se propone sacar de esta sequedad que te ha enviado.  ¿Por qué  has de querer entender lo que Dios se propone hacer en tu  alma?.
Que tenía mucha ilusión de hacer tal o cual obra, y a última hora no pude hacer nada.  ¡Qué importa,  si Dios a así lo dispuso! Quiere decir que de este modo conviene mucho más que como yo lo había proyectado.

Es preciso convencernos de que entendemos poco,  poquísimo de la vida espiritual, que es para nosotros una región desconocida, que vamos a tientas.  Y si no conocemos el camino,  ¿por qué no nos dejamos  conducir por un guía experto?…

Ese guía es la voluntad de Dios. No nos dejemos conducir por el purito de querer entenderlo todo; ese purito nace de amor propio y de tontería,  que es casi lo mismo.

¿No tiene Dios plenísimo derecho de disponer de nosotros, como le plazca?  ¿No es el papel de un servidor cumplir las disposiciones de nosotros, como le plazca? ¿No somos sus servidores?  ¿No es el papel de un servidor cumplir las disposiciones de su amo,  aunque no las entienda?  Supongamos un criado muy sabiondo que le dan una orden y todo lo quiere examinar y comprender;  y si no lo entiende,  no lo hace.  Le diría el amo:  aunque no lo entiendas,  basta con que yo lo quiera.

Pues bien,  así nos podría decir a nosotros Nuestro Señor.  No somos más que servidores,  El tiene plenop derecho a mandarnos.  No tenemos que ver claro en lo que nos manda.

Claro que siempre sale bien lo que Dios dispone,  pero aunque no saliera, nosotros como criaturas debemos siempre sujetarnos a la voluntad de Dios.  «Todo lo que dispone Dios es para bien de sus elegidos».  Que Dios quiere alcanzar gloria a nuestra costa,  perfectamente, debemos sujetarnos.

Miniatura de elemento

Pero la tercera razón,  la más decisiva, es el amor que le tenemos. El que ama tiene que agradar al amado.  ¿No es el amor un anhelo inmenso de agradar y de agradarle a toda costa y a pesar de todos los sacrificios’  ¿Amar a alguien no es lo mismo que entregarnos a El, sacrificarnos por El?

 

Pues bien,  si amamos a Dios es preciso que le demos gusto,  y si es acosta de sacrificio,  tanto mejor.

Y si lo amamos, ¿por qué no nos dejamos guiar por su voluntad?  ¿Cuando nos convenceremos que lo único que tenemos que hacer es la Voluntad de Dios?.

Nuestro Señor  mismo  nos lo enseño con su ejemplo.  Dice en el Evangelio:  «Hago siempre lo que agrada a mi Padre Celestial».  «Tengo otro alimento y una bebida que vosotros no conocéis y es hacer la voluntad de mi Padre».  Y a nosotros nos enseñó en el Padre nuestro a pedir:  «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo».

Quiere decir que los bienabenturados en el cielo hacen perfectísimamente la voluntad de Dios.  Si nosotros hiciéramos la voluntad de Dios como la hacen los bienaventurados en el cielo, la tierra se convertirá en un cielo:  y no sólo por la perfección que esto supone en un alma, sino también por la paz que trae consigo.

Un alma que hace la voluntad de Dios vive en paz,  es dichosa. Es feliz, porque el secreto de la felicidad está en cumplir en todo la voluntad de Dios.

Sin necesidad de meternos en grandes consideraciones ¿no  es feliz una persona que le pasa a cada instante lo que quiere?  Supongamos a una persona que a cada instante ve realizados todos sus deseos, es feliz. Porque ¿qué otra cosa es la felicidad sino el cumplimiento de nuestros deseos y de nuestros gustos?.

Los mundanos buscan la felicidad en satisfacer todos sus deseos e inclinaciones, por más que no es posible que la encuentre ahí.

El secreto para ser felices lo encontramos sencillamente el día en que no queremos sino lo que Dios quiere.  Así nos sucederá siempre lo que queremos: ¿qué gozo?  pues eso es lo que quiero;  ¿qué Dios quiere que duerma, que Dios quiere que trabaje?  eso es precisamente lo que quiero, porque no quiero otra cosa sino lo que El quiere:  así se estarán cumpliendo mis deseos continuamente, seré feliz.

Esta felicidad que consiste en estar cumpliendo perfectamente y a cada instante la voluntad de Dios fue lo que caracterizó a San José.

Para darnos a Jesús, el Padre Celestial quiere de nosotros esa felicidad.  Por consiguiente, quiere que seamos fieles a su santa voluntad.  Que el Padre vea que somos dignos de recibir a Jesús; que sea tal nuestra conducta que el Padre tenga que decir:  la verdad es que a esta alma le voy a entregar a mi Hijo,  porque cuidará de El con la fidelidad exquisita con que le cuidó San José.

Preparémonos pues a recibir en nuestro corazón a Jesús que va a nacer, con una fidelidad constante y delicadísima;  no hagamos otra cosa que la voluntad de Dios, pero guardémonos de todos los enredos que el demonio suele poner a las almas para apartarlas de la voluntad de Dios.

Los comentaristas advierten que las tres tentaciones que el demonio puso a Nuestro Señor tenían por fin apartarlo de la voluntad de Dios.  Jesús había emprendido un ayuno por voluntad del Padre.  el demonio vino a decirle:  «Si eres hijo de Dios manda a estas piedras que se conviertan en panes».

El Padre había dispuesto que se presentara Nuestro Señor con sencillez,  con humildad,  poco a poco,  El demonio le fue a proponer que lo hiciera de otro modo:  «Si eres el Hijo de Dios,  déjate caer de aquí».

Los judíos tenían la preocupación de que el Mesías había de ser un gran conquistador y que había de someter a su mando todos los imperios que existían.  Por eso el demonio le dice a Nuestro Señor:  «Si eres el Mesías,  si tienes que conquistar a todos esos imperios, póstrate a mis pies y adórame.  Todos son míos y yo  te los daré».  Nuestro Señor no había venido a conquistar los imperios de un modo material,  sino por el sufrimiento,  por la cruz.  Pero todas las tentaciones que el demonio le puso,  no tenían otro fín sino apartarlo de la voluntad de Dios.

Debemos ser fieles,  fidelísimos siempre,  pero especialmente en estos días,  para que el Padre, viendo esa delicadeza, deposite en  nuestra alma a su Hijo.

De manera que ya sabemos:  para recibir a Jesús es preciso prepararle un pesebre,  es necesario también un San José;  es decir, es necesario que haya en nuestra alma humildad,  es necesario que haya fidelidad.


[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=m3aMgA0Qdiw[/youtube]


Fuente:  Luis M. Martínez

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.