Consagración a Nuestra Señora del Rosario de Fátima: 13 de Mayo del 2017: Centenario de las Apariciones en Fátima


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CONSAGRACIÓN

A  NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO DE  FÁTIMA

DÍA 13 DE MAYO

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Con un corazón de hijo,
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con el deseo de pertenecer más enteramente a Dios,
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te hago esta consagración, Madre mía,
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en el centenario de tus apariciones en Fátima,
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y estando aquí presente, en tu casita de Guadalupe,
donde nos cubres a todos bajo tu mirada tierna y protectora.
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Me uno a ti y te ofrezco la posesión de mí mismo

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para que tú adhieras todo mi ser al Señor.
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Sé que con esta consagración me comprometo a seguir tu camino,

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que es camino del amor que se entrega sin límites.
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Acepto por anticipado todas las renuncias que lleva consigo,
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y te prometo con la gracia de Dios,
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no quejarme de las exigencias de esta entrega total
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ni rehusar los sacrificios que me pide el Señor.
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Te pido alegría para fomentar mi generosidad,

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para que mi consagración sea un camino gozoso hacia el Padre
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por medio de tu Hijo Jesucristo, siempre protegido y motivado por tu amor.
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Madre Santísima, al ofrecerme a ti con esta consagración,

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te confío todo lo que poseo y todo lo que soy, todo lo que el Señor me ha dado.
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Te entrego mi inteligencia para que se llene como la tuya,

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del Misterio de Cristo, y para que comprenda, gracias a Él, todas las cosas.
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Te entrego mi voluntad, para que se dirija únicamente hacia el bien,

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y se fortalezca contra todas las desviaciones y tentaciones.
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Te entrego mi corazón, para que lo animes con un inmenso amor,

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sincero y generoso, que no se busque a sí mismo.
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Te entrego mi cuerpo y mis sentidos,

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para que vivan en la pureza y ayuden a mi alma a encaminarse al Señor.
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Te entrego mi libertad para que se libere de la servidumbre de las pasiones

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y escoja siempre lo que agrada a Dios.
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Te entrego mis preocupaciones y mis temores,

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para que se pierdan en la seguridad de Dios, que es mi Padre Bueno y Vigilante.
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Te entrego mis deseos y mis esperanzas,

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para que fijos en el Señor, se cumplan plenamente.
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Te entrego mis penas y mis alegrías,

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para que se conviertan en la pena y en la alegría de Jesús, mi Redentor.
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Virgen de Fátima, que bajaste de los cielos con el rosario en las manos

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como una red salvadora y con el corazón al descubierto para que no pudiésemos resistir,
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no permitas que me separe de ti,
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y llévame de tu mano cariñosa hacia Aquel que tiene Palabras de Vida Eterna.
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María, Madre de Guadalupe, estoy frente a ti,

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mírame con tu ternura y repíteme muchas veces al oído:
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“¿No estoy aquí que soy tu Madre? ¿Qué puedes temer?»
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¡Sé tú la Reina de mi vida y de mi conducta;

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gobierna todo lo mío, para que todo sea del Señor!

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Gracias Madre. Amén.

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*P. Guillermo Serra, L.C.*


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