Meditación para el 4° Domingo de Adviento


 

Maravilla en silencio
Meditación para el 4o Domingo de Adviento
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Ya estamos a unos cuantos días del nacimiento de Jesús, que no atropellemos el tiempo de Dios, que demos espacio al silencio, a la oración y a la contemplación del gran misterio

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Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo Coadjutor de la Diocesis de San Cristobal de la Casas | Fuente: Diocesis de San Cristóbal de Las Casas

Isaías 7, 10-14: “He aquí que la virgen concebirá”

Salmo 23: “Ya llega el Señor, el rey de la gloria”

Romanos 1, 1-7: “Jesucristo, nuestro Señor, nació del linaje de David”

San Mateo 1, 18-22: “Jesús nació de María, desposada con José, hijo de David”

 

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Parece de risa pero es cierto. ¡Celebraron un aniversario más de la llegada de la mariposa monarca a suelos michoacanos! Bueno, al menos algunos noticieros así lo titularon y ya después explicaban la noticia: “En 1975, después de una larga búsqueda por décadas donde participaron miles de voluntarios y se extendió por todo un continente, Ken Brugger y Catalina Aguado encontraron uno de los más bellos misterios de la naturaleza: el lugar de hibernación de la mariposa monarca”. No fue el primer año que vinieron las mariposas. No llegaron porque alguien se haya percatado. Ya nuestros ancestros mazahuas daban fe de la presencia misteriosa y sorprendente de las “palomas de las ánimas”. Ya llegaban en nubes silenciosas, ya permanecían escondidas entre oyameles…  Era una maravilla sólo conocida por los lugareños. Allí estaba el prodigio, escondido y cercano, sólo para los sencillos. ¿No nos pasará igual con la Navidad que pasa desconocida para muchos? ¿No se percatarán del misterio sólo los sencillos y cercanos?

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Las más grandes maravillas, los más grandes acontecimientos son los que menos ruido hacen. El esperado de las naciones, el Dios vengador y justiciero, la gloria y verdad de Israel, llega al mundo en un abrumador silencio. Así es la vida de Dios: silenciosa, humilde, sin prisas, con respeto, pero muy fiel. Hoy nos lo hace saber este cuarto domingo de adviento. En medio de muchos ruidos, en medio de escándalos y gritos de un mundo atronador,  silenciosamente se va acercando la Navidad. Ya está a la puerta. El Evangelio de San Mateo nos narra la sencillez del gran misterio: una muchachita olvidada en las montañas de la desconocida Nazareth; un hombre justo, honrado, que no quiere desprestigiar a su prometida, son los desconocidos protagonistas. Los sueños, la revelación, la aceptación… todo cobijado por el silencio y por la humildad de estos sencillos campesinos. Y ahí se engendra el más grande misterio de la humanidad: “Dios con nosotros”

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El Adviento nos ha llevado de la mano hasta el más grande misterio del cristiano: “la presencia de Dios que salva” en medio de los hombres, resumida en dos nombres: Jesús, Dios-Salva; y Emmanuel, Dios-con-nosotros. Dios para manifestarse se confía a la carne, se sirve de nuestra carne. La Encarnación no es sólo un discurso, ni una apariencia, el Hijo de Dios se hace hombre realmente. Jesús de Nazareth se ha hecho un hombre en medio de los hombres, un hombre como nosotros. Y se ha hecho hombre para salvarnos. Navidad es la presencia de Dios que salva. Si Dios está con nosotros todo cambia: todos somos hermanos, tiene sentido la vida, renace la esperanza. Si Dios se hace carne, transforma la humanidad, le da dignidad, la enaltece.

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San Mateo se encarga de resaltar este vínculo tan grande con el pueblo de Israel, da una larga lista de sus raíces con nombres de todos colores y sabores: los hay santos y perversos, los hay judíos y extranjeros, hay hombres y mujeres. Todos contribuyen  a “formar” al Emmanuel, para que el Emmanuel sea de todos. Pero ¿estamos dispuestos a aceptar esta presencia? El Dios-con-nosotros, es decir, participante de nuestras vidas, metido en todos nuestros momentos, envuelto en las acciones profanas de nuestra existencia, gozando y sufriendo nuestras alegrías y dolores, puede resultar una presencia incómoda. Nosotros queremos a Dios presente en nuestras vidas pero sólo en determinados momentos y puede resultar embarazoso sentirlo siempre junto a nosotros. ¿Cómo sentir al Emmanuel cerca al corazón y continuar odiando al hermano? ¿Cómo saber que de Dios se hace carne, y alentar guerras, desprecios e injusticias?  Sin embargo se necesita aceptar con la Encarnación el riesgo de un Dios que unido a la carne hace camino con nosotros. Necesitamos “familiarizarnos” con este Dios que pone su tienda no en un lugar privilegiado sino precisamente en su tiempo y en la carne, y por tanto también en nuestro tiempo y en nuestra carne..

 

Desde que Dios se hace carne, en el silencio y la humildad, no podemos mirar con desprecio ningún hermano, nuestro carne; desde que el Dios Vivo toma vida, hueso y sangre, de una mujer, deberíamos mirar con gran respeto y  cariño a toda mujer; desde que el Siempre Firme, se hace caminante para surcar nuestras veredas, todo migrante adquiere la categoría de hermano nuestro; desde que el Siempre Eterno se hace niño, débil e inocente, todo niño se hace merecedor de protección y ternura.¿Estamos dispuestos a reconocer a Dios en medio de nosotros? ¿Preferimos dejarlo abandonado en la belleza romántica de un nacimiento a encontrarlo vivo y presente en los hermanos? ¿Lo cambiamos por un simpático viejo regordete que carcajada a carcajada nos permite alejarnos del silencio salvador pero comprometedor del Niño-Dios?

La semilla cae donde hay tierra abierta, pero una vez acogida por ella, la transforma y le da vida. Cuando una persona entra en la vida de otra o en la historia de una comunidad, se producen irremediablemente cambios y transformaciones. La venida de un niño cambia el rostro de una familia, las costumbres de los esposos, hasta los muebles, los horarios, los ruidos, todo cambia. Nosotros ¿queremos acoger a Jesús Niño y seguir con nuestra vida? No, Cristo Niño nos transformará, nos cambiará. Quizás sea por eso que no queremos aceptar, a corazón abierto, su presencia, por el riesgo de cambiar, de transformarnos, por el miedo al compromiso.

Ya estamos a unos cuantos días del nacimiento de Jesús, que no atropellemos el tiempo de Dios, que demos espacio al silencio, a la oración y a la contemplación del gran misterio. No destruyamos con nuestras prisas, la vida inocente que se acerca. De todo corazón deseo a todos ustedes que encuentren la verdadera felicidad, que realmente esta Navidad llene  su corazón, su hogar y su comunidad, el “Dios que salva”, “El Dios con nosotros”.

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Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que hemos conocido por el anuncio del Ángel la Encarnación de tu Hijo, para que lleguemos, por su Pasión y su Cruz, a la Gloria de la Resurrección. Amén

 

 


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