Del Santo Evangelio según San Mateo
(Mt 5, 43-48)
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Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo rezad
por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los Cielos,
que hace salir su sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos y pecadores.
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Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?
¿Acaso no hacen eso también los publicanos?
Y si saludáis solamente a vuestros hermanos,
¿qué hacéis de más?
¿Acaso no hacen eso también los paganos?
Sed, pues, vosotros perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto.
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Entre los antiguos semitas, de los que procede el pueblo hebreo, imperaba la ley de la venganza,
Esto daba lugar a unas interminables luchas y crímenes. La Ley del talión constituyó en aquellos
primeros siglos del pueblo elegido un avance ético, social y jurídico notorio. Ese avance consistía
en que el castigo no podía ser mayor que el delito, y que cortaba de raíz toda reiteración punitiva.
Con ello por un lado, quedaba satisfecho el sentido del honor de los clanes y familias, por otro,
se cortaba la interminable cadena de venganzas.
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La primera parte del versículo «amarás a tu prójimo, está en Levítico 19,18. La segunda parte
«odiarás a tu enemigo» no viene en la Ley de Moisés. Las palabras de Jesús, sin embargo, aluden
a una interpretación generalizada entre los rabinos de su época, los cuales entendían por prójimo
sólo a los israelitas. El Señor corrige esta falsa interpretación de la Ley , entendiendo por prójimo
todo hombre (cfr la parábola del buen samaritano en (Lc 10,25-37).
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El pasaje recapitula las enseñanzas anteriores. El Señor llega a establecer que el cristiano no tiene
enemigos personales. Su único enemigo es el mal en sí, el pecado, perno no el pecador. Esta doctrina
fue llevada a la práctica por el mismo Jesucristo con los que lo crucificaron, y es la que sigue todos los días
con los pecadores que se rebelan contra El y le desprecian. Por eso los santos han seguido el ejemplo del
Señor, como el primer mártir San Esteban, que oraba por los que le estaban dando muerte. Se ha llegado
a la cúspide de la perfección cristiana: amar y rezar hasta por los que nos persiguen y calumnien. Este es el
distintivo de los hijos de Dios.
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Fuente: Sagrada Biblia Santos Evangelios.