«Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo :


 «El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue su cruz y me siga».

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Lectura del Santo Evangelio según San Lucas  9,18-24

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Un día Jesús estaba en un lugar solitario para orar.

Los discípulos estaban con él, y él les hizo esta pregunta:

“La multitud ¿qué dicen que soy yo?”. Ellos dijeron:

“Juan el Bautista, otros dicen que Elías; otros uno de los antiguos profetas que ha resucitado.”
Luego les preguntó:

“Y vosotros ¿quién decís que soy yo?”. Pedro dijo:

«El Cristo de Dios.» Él estrictamente les ordenó que no se mencionara esto a nadie.

“El Hijo del hombre – dijo – debe sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día.”
A continuación, les dijo a todos:

“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz de cada día y me siga.

 Quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mi causa, la salvará”.

Palabra del Señor.

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«Nos los dice Cristo otra vez a nosotros,  como al oído, íntimamente; la Cruz cada día.

No sólo  -escribe San Jerónimo-  en el tiempo de la persecución, o cuando se presenta 

la posibilidad del martirio,  sino en toda situación,  en toda obra, en todo pensamiento,

en toda palabra,  neguemos aquello que antes éramos y confesemos lo que ahora  somos,

puesto que hemos renacido en Cristo  (Epístola 121,3) (…) ¿lo veis?  La cruz  cada día.

ningún día sin Cruz:  ninguna jornada,  en la que no carguemos con la cruz del Señor,

en la que no aceptemos su yugo» (Es Cristo que pasa, nn. 58 y 176).  «Es muy cierto que

aquel que ama los placeres,  que busca sus comodidades, que huye las ocasiones de  sufrir,

que se inquieta,  que murmura,  que reprende y se impacienta porque la cosa más insignificante

no marcha según su voluntad y deseo,  el tal, de cristiano sólo tiene el nombre; solamente

sirve para deshonrar su religión, pues Jesucristo ha dicho aquel que quiera venir en pos de mí,

renúnciese a sí mismo,  lleve su Cruz todos los días de su vida, y sigame»

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La Cruz no solo debe estar presente en la vida de cada cristiano, sino también en todas las encrucijadas

del mundo:  «¡Qué hermosas esas cruces en la cumbre de los montes,  en lo alto de los  grandes monumentos,

en el pináculo de las catedrales!…  Pero la Cruz hay que insertarla también en las entrañas del mundo.

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«Jesús quiere ser levantado en alto,  ahí:  en el ruido de las fábricas y de los talleres,  en el silencio de las

bibliotecas,  en el fragor de las calles,  en la quietud de los campos,  en la intimidad de las familias,

en las asambleas,  en los estadios… Allí donde un cristiano gaste su vida honradamente,  debe poner

con su amor la Cruz de Cristo,  que atrae a Si todas las cosas».

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Fuente:  Sagrada Biblia Santos Evangelios.

 


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