La Manifestación del Señor. 6 de Enero


 Fiesta de la Epifanía                   [youtube]http://youtu.be/8KeWRiHAZWs[/youtube]   .

 

1. La celebración anual de esta fecha exige de mí el sermón correspondiente

 

debido a vuestros  oídos y a vuestros corazones.

 

 Hoy, el Salvador condujo a sí a los magos,

 

originarios de un pueblo lejano.

 

Vinieron para adorar a un niño aún sin habla,

la Palabra de Dios.

 

¿Por qué vinieron?  Porqué vieron una estrella nueva.

 

 ¿y cómo  reconocieron que era la estrella de Cristo?

 

Ellos,  en efecto,  pudieron ver la estrella;

 

mas ¿acaso pudo ella hablarles y decirles:

 

«Soy la estrella de Cristo»? Sin duda,

 

les fue revelado de otra forma mediante alguna revelación.

 

Lo cierto es que,  de forma desacostumbrada,

 

había nacido un rey que iba a ser adorado también por gente extraña.

 

¿Por  ventura no habían nacido con anterioridad reyes en Judea o

 

en los distintos pueblos de la tierra entera?

 

¿Por qué ha de ser adorado éste,  y adorado por gente extraña,

 

sin atemorizar con ningún ejército,

 

antes bien presentándose en la pobreza de la carne,

 

ocultando la majestad de su poder?

 

Cuando nació,  lo adoraron los pastores israelitas,

 

avisados por los ángeles.

 

Pero los magos no pertenecían al pueblo de Israel;

 

adoraban los dioses de los gentiles,  es decir,  a los demonios,

 

cuyo falaz poder los tenía engañados.

 

Vieron, pues,  cierta estrella desconocida y se llenaron de admiración;

 

sin duda,  preguntaron de quién era señal aquello que estaban viendo,

 

tan nuevo e insólito.  Y oyeron la respuesta, ciertamente de los ángeles,

 

mediante algún aviso revelador.  Preguntarás acaso:

 

«¿De qué ángeles,  de los buenos o de los malos?»

 

Efectivamente,

 que Cristo es Hijo de Dios lo confesaron hasta los ángeles malos,

 

es decir,  los demonios.

 

Más  ¿por qué no oírlo también de boca de los ángeles buenos,

 

si al adorar a Cristo lo hacían buscando su salvación y no dominados

 

por la maldad?  Pudieron decirles los ángeles:

 

«La estrella que visteis es la estrella de Cristo;

 

id y adorarle donde nació,

 

 y al mismo tiempo indicad quién y cuán grande  es  el  nacido».

 

Ellos,  oídas estas palabras,  vinieron y lo adoraron.

 

Le ofrecieron oro,  incienso  y  mirra,

 

según su costumbre;  es decir,

 

lo mismo que acostumbraban ofrecer a sus dioses.

 

.

2.  Antes de hacer esto,

 antes de encontrarle en la ciudad en que había nacido,

 

llegaron preguntando:

 

¿Dónde ha nacido el rey de los Judío?

 

¿No podían haber conocido también esto por revelación,

 

como conocieron que aquella estrella era la del rey de los Judíos?

 

¿No pudo conducirlos a aquella ciudad con la misma estrella,

 

como después los guió al lugar donde estaba Cristo con su madre?

 

Podía ciertamente,  pero no lo hizo para que lo preguntasen a los Judíos.

 

¿Por qué quiso que lo preguntasen a los Judíos?

 

Para que,  al mostrar a aquel en quien no creen,

 

queden condenados por ese mismo hecho.

 

Considerad que también en este acto

 son los magos las primicias de los gentiles:

 

cuanto mayor era la impiedad de la que fueron librados.

 

Preguntan:

 

¿Dónde está el rey de los Judíos?

 

Herodes,  nada más oír la palabra «rey»,

 se estremeció en cuanto rival.

 

Llama a los expertos en la ley

y les interroga sobre las Escrituras  para que le indiquen

 

el lugar donde tenía que nacer Cristo.

 

Ellos le responden:

 

En Belén de Judá.

 

Los magos se marcharon y adoraron al niño;

 

los judíos,  que habían mostrado el lugar,  se quedaron.

 

¡Oh misterio grandioso!

 

Hoy sacamos pruebas de los códices de los judíos;

 

gracias a sus códices surgen nuevos fieles.

 

Les mostramos a los paganos lo que no quieren creer.

 

Efectivamente, a veces nos plantean un problema al respecto.

 

Cuando ven que lo escrito se cumple

de manera que les es imposible negarlo,

 

que en el nombre de Cristo se ha hecho realidad en todos los pueblos

 

lo que se lee ya predicho  en los santos códices  respecto a la fe de los reyes,

 

la destrucción de los ídolos y la transformación de los asuntos humanos,

 

a veces se atreven a decir:

 

«Visteis  lo que acontecía,

 y lo escribisteis como si se tratase de una profecía».

Esto lo hizo  alguno de sus poetas;

quienes lo han leído reconocen lo que estoy diciendo.

Narró  que cierta persona había descendido a los infiernos y

llegado a la región de los bienaventurados,

e indicó que iban a nacer aquellos príncipes de los romanos que

quien  eso escribía  sabía que habían nacido ya.

 

Narró hechos  pasados,  pero los escribió como si fuesen predicciones

 

de futuro.  Así,  vosotros también,  nos dicen los paganos,

 

visteis que acontecía todo esto y escribisteis vuestros códices,

 

en los que puede leerse como si fuera una profecía.

 

¡Oh gloria de nuestro rey!  Con justa razón,

 

los romanos vencieron a los judíos,

 

pero no los aniquilaron.

 

Todos los pueblos subyugados por los romanos se sometieron al derecho romano;

 

más éste,  aunque vencido,  permaneció en su propia ley;

 

por lo que se refiere al culto de Dios,  mantuvo las costumbres

 

y el ceremonial de los padres.

 

Fue destruido su templo,  y se extinguió el antiguo sacerdocio,

 

no obstante,  mantienen la circuncisión y cierto estilo  de vida

 

que los distingue de los restantes pueblos.

 

¿Con qué finalidad  sino para que den  testimonio de la verdad?

 

Los judíos se hallan dispersos por doquier,

 

llevando consigo los códices  en los que se anuncia a Cristo

 

y se prueba que ha sido predicho,

 

pudiendo  demostrárselo  a los paganos.

 

Traigo el códice y leo al profeta:

 

muestro que la profecía se ha cumplido.

 

El  pagano duda de si no se trata de una invención mía.

 

Mi enemigo tiene el códice,

 

confiado a él  desde antiguo por sus mayores.

 

Con el mismo códice dejo convictos a ambos:

 

al judío,  de que he visto la profecía y su cumplimiento,

 

y al pagano,  de que no lo he inventado yo.

.

3. Así, pues,  no seduzcan los demonios,

 

bajo capa de adivinación,  a los incautos y a los que sienten una

 

perversa curiosidad  por las cosas temporales,

 

ni exijan para sí el honor de los sacrificios,

 

engañando a los impíos con altanera soberbia.

 

Los varones divinos,  discípulos de uno solo,

 

predijeron cosas en verdad divinas.

 

El verdadero sacrificio se debe al único Dios.

 

Antes de la gracia,  las víctimas eran figuras,

 

aunque oscuras,  de él.

 

Lo que había de acontecer de una única manera,

 

la Providencia divina lo anticipó de muchos modos para mostrar su grandeza.

 

El es el médico, él  el medicamento;

 

médico en cuanto Palabra,

 

medicamento en cuanto Palabra hecha carne.

 

El es el sacerdote y él el sacrificio;

 

él quien cambió la ruta de los magos,

 

él quien también ahora cambia la vida de los malos.

 

Los pueblos,  justificados en el espíritu,

 

celebran en la solemnidad de hoy su manifestación en el carne,

 

que en griego se llama Epifanía.

 

Para que la solemnidad renueve la memoria,

 

adquiera vigor la piedad mediante la devoción,

 

sea fervoroso el amor en la asamblea y brille

 

la verdad para los envidiosos.

 

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Fuente:  Sermón de San Agustín 374.

 


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