Fiesta de la Epifanía, 6 de Enero


La Manifestación del Señor

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1. A la solemnidad que celebramos hoy se le da  el nombre griego de Epifanía

en atención a la manifestación del Señor.  En efecto, al manifestarse el día de hoy,

 

se ofrece a los magos, primicias de los gentiles, que lo adoran,

 

el que hace pocos días se le entregaba al nacer,

 

El es la piedra angular que juntó en su unidad a las dos como paredes  que traían

 

dirección contraria,  es decir,  la de la circuncisión y la del prepucio;

 

con otras palabras:  la de los judíos y la de los gentiles,

 

y se convirtió en nuestra paz, 

 

él que hizo de los dos pueblos uno solo.

 

Para dar el anuncio a los pastores judíos,

 

bajaron los ángeles del cielo,

 

y para que los magos gentiles lo adorasen,

 

brilló una estrella desde el cielo.  Ya mediante los ángeles,

 

ya mediante la estrella,

 

los cielos pregonaron la gloria de Dios,

 

para que por la gracia del nacido la pregonasen también los apóstoles,

 

llevando al Señor como si fueran cielos,

 

y su sonido llegase a toda la tierra,  y sus palabras,

 

al confín del orbe de la tierra.  Palabras que llegaron también a nosotros;

 

las creímos,  y por eso hablamos.

 

2. Hay muchas cosas, hermanos, en la lectura evangélicas escuchadas

 

que merecen consideración.

 

Llegan los magos del  Oriente,  buscan al rey de los judíos

 

quienes nunca antes habían  buscado a tantos otros reyes judíos como hubo.

 

Pero buscan no a alguien ya en edad viril o entrado en años,

 

visible a los ojos humanos en un trono elevado,

 

poderoso por sus ejércitos,  terrorífico  por sus armas,

 

resplandeciente por su púrpura,  de brillante diadema,

 

sino a un recién nacido que yace en la cuna,

 

ansía el pecho materno;

 que no destacaba ni por los adornos de su cuerpo,

 

ni por la fuerza de sus miembros,

 

ni por la riqueza de sus padres,  ni por su edad,

 

ni por el poder de los suyos.

 

Y preguntan al rey de los judíos por el rey de los judíos,

 

a Heródes por Cristo,  («A Heródes,  hombre por Cristo, Dios y hombre;

a un rey terreno, hombre por el rey del cielo, que había creado al hombre»)

 

al grande por el pequeño,

 

al ilustre por el oculto,

 

al elevado por el humilde,

 

al que habla por el que no habla,

 

al rico por el necesitado,

 

al fuerte por el débil, y,  no obstante,

 

(«aunque a Heródes,  que lo persigue por Cristo,  Señor de él y de los demás)

 

al que lo desprecia, por el que ha de ser adorado.

 

Efectivamente,  en él no se veía ninguna pompa real,

 

pero se adoraba la auténtica majestad.

.

3.  Además, Heródes teme,  los magos desean;

 

éstos desean encontrar al rey,

 

aquél temió  perder el reino.

 

Por último, todos le buscan:

 

aquéllos,  para vivir por él;

 

el otro, porque quiere darle muerte;

 

Heródes,  para cometer un gran pecado contra él;

 

los magos,  para que les perdone todos los suyos.

 

Heródes da muerte a muchos niños con la intención de matar a uno preciso,

 

y mientras causa tan cruel y sangrienta matanza en las personas de tantos inocentes,

 

es él el primero en causarse la muerte con tanta maldad.

 

Mientras tanto,  nuestro rey,  la Palabra que aún no habla,

 

(«Entre tanto,  nuestro rey Cristo,  Palabra de Dios que aún no habla,  Dios también»)

 

mientras los magos le adoran

 

y los niños morían por él,

 

o bien yacía acostado o bien tomaba el pecho,

 

y antes de hablar,  encontraba creyentes

 

y antes de padecer hacía mártires también.

 

¡Oh niños dichosos,  recién  nacidos,

 

nunca tentados,  nunca forzados a luchar y  ya coronados!

 

Dude que habéis sido coronados al padecer por Cristo

 

quien piense que de nada sirve a los niños el bautismo de Cristo.

(Los pelagianos.)

 

Aún no teníais la edad para creer en Cristo,

que había de sufrir  también su pasión,

 

pero teníais carne en que padecerla por Cristo,

 

que la sufría posteriormente.

 

En ningún modo abandonaría a estos niños la gracia del Salvador,

 

niño que había venido a buscar lo que se había perdido

no sólo mediante su nacimiento,

sino también colgando de la cruz.

(«descendiendo a los infiernos,  ascendiendo a los cielos y sentándose a la derecha del Padre».)

 

Quien pudo tener como pregoneros  de su nacimiento a los  ángeles,

 

como proclamadores a los cielos y como adoradores a los magos,

 

pudo concederles el que no muriesen aquí por él si supiera que con aquella

 

muerte iban a perecer y no a vivir en una felicidad mayor.

 

Lejos, de nosotros pensar que,  viniendo («Cristo») a librar a los hombres,

 

no se preocupase  de la recompensa para aquellos que iban  a morir por él

 

quien,  pendiente de la cruz,  oró incluso por sus asesinos.

.

4.  ¿Qué decir de los desdichados judíos que mostraron el testimonio de la profecía a los magos,

 

que preguntaban por Cristo,  y les indicaron la ciudad de Belén?

(«Que ellos mismos no hallaron»)

 

Fueron semejantes a los constructores del arca de Noé:

 

dieron a los otros con qué escapar del diluvio y ellos perecieron en él;

 

semejantes a las piedras miliares:  mostraron el camino sin poder andarlo ellos.

(«Puesto que quedaron en él como tontos», )

 

Les preguntaron dónde tenía que nacer Cristo,

 

y respondieron :  En Belén  de Judá, pues así está escrito en el profeta:

 

«Y tu Belén,  tierra de Judá,  no eres la menor entre los jefes de Judá.  De ti saldrá un rey que ha de regir a mi pueblo de Israel».

 

Los que preguntaron,  lo oyeron y se fueron;

 

los doctores lo dijeron,  y se quedaron;

 

separados por los distintos afectos,

 

unos  se convirtieron en adoradores y otros en perseguidores.

 

Aun ahora, los judíos no cesan de mostrarnos algo parecido.

 

Cuando presentamos a algunos paganos los clarísimos  testimonios de las Escrituras para

hacerles  saber que Cristo ya había sido profetizado, sospechando ellos que puedan ser

invenciones de los cristianos,  prefieren creer a los códices de los judíos.  Como hicieron

entonces los magos, los paganos se dirigen a adorarlo fielmente, dejándolos a ellos

leyéndolos vanamente.

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5.  Así pues, celebramos, exultando de gozo en el Señor,

 

este día festivo del Señor;

 

no sólo el día en que nació de judíos,

 

sino también aquel en que se manifestó a los gentiles.

 

Es de gran ayuda el verlo y, centrando todo en una sola mirada,

 

contemplar con la mente ese espectáculo espiritual.

 

Nace Cristo:  concibe una virgen,  da a luz una virgen,

 

nutre una virgen:

 

existe la fecundidad sin que falte la integridad.

 

Los ángeles lo anuncian,

 

los pastores lo glorifican,

 

los cielos lo proclaman,  los magos lo desean,

 

los reyes lo temen,  los judíos lo muestran,

 

los gentiles lo adoran;

 

fracasan los crueles,

son coronados los niños aún sin habla,

 

se llenan de admiración los creyentes.

 

¿Qué es esta alteza humilde,  esta fortaleza  del débil,

 

esta grandeza del pequeño?  Todo es efectivamente,

 

obra de la Palabra,  por quien todo fue hecho.

 

La Palabra,  que estaba distante de nosotros,

 

 

se hizo carne para habitar entre nosotros Reconozcamos, pues,

 

en el tiempo a aquel por quien fueron hechos los tiempos,

 

y, celebrando sus fiestas temporales, deseemos los premios eternos.

 

 

Fuente: Obras completas de San Agustín (Sermón 373)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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