1.- ¿Qué es la Vida Litúrgica?


misa : Ilustración de Jesús Cristo, la Eucaristía y el sacramento de la comunión, ilustración vectorial Vectores

La Liturgia no es únicamente el conjunto de funciones sagradas – oraciones, cánticos, ceremonias- con que la Iglesia rinde culto a Dios públicamente; es algo más vital,  íntimo y profundo.  En realidad es la misma vida de la Iglesia.  Y la vida de la Iglesia no es otra cosa que la renovación y la prolongación de la vida de Cristo en las almas a través de los siglos: es la vida del Cuerpo místico de Cristo.

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Y a esa vida no es ni puede ser sino la Vida Divina comunicada a los hombres.

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Por eso se habla tanto en nuestros días, y con sobrada razón de la VIDA LITÚRGICA y se exhorta a los fieles a vivirla,  es decir,  a vivir la vida de la Iglesia, o mejor, a dejar que el Cristo inmortal viva en nosotros.

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Porque Jesús no vino a la tierra sino para traernos la vida,  y una vida sobreabundante.  Y San Pablo,  en la Epístola a los Hebreos,  nos lo presenta como Litúrgista por excelencia, sentado a la diestra de la Majestad divina en los cielos;  como el Sacerdote supremo que entre el cielo y la tierra vive siempre para interceder por nosotros, para sacrificarse por nuestra santificación y lograr así el objeto supremo de sus anhelos,  a saber:  que nos incorporemos y nos unamos a El,  que vivamos plenamente su vida,  que lleguemos a la edad madura,  a la virilidad en Cristo,  que completemos su cuerpo místico, para que el «Cristo plenario» ofrezca al Padre celestial la perfecta «Hostia de alabanza».

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Los cristianos de los primeros siglos vivían más la vida de la Iglesia.   Formaban toda la multitud de de los creyentes,  dicen los libros santos, un solo corazón y una sola alma;  lejos de llevar una vida individualista,  tenían conciencia íntima de su  solidaridad,  de su unión vital con Cristo.

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Su piedad no tenía por centro su pobre y mezquino «yo»,  no era «egocéntrica»; muy al contrario, los hacía salir de sí mismos hacia Dios,  era «Cristocéntrica » y «Teocéntrica».

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Recordaban que Cristo les había enseñado a orar diciendo: Padre nuestro, y no Padre mío; a pedir por los grandes intereses de Dios,  primero;  después, por los intereses de la comunidad cristiana,  pero nada en un singular egoísta;  danos el pan de cada día, y no dame;  perdónanos,  y no perdóname;  libranos, y no líbrame.

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Asistían con verdadero entusiasmo a los Oficios litúrgicos,  no como simples espectadores,  sino como miembros activos, formando un solo todo con los ministros del altar,  alternando con ellos en las oraciones y cánticos,  comprendiendo las lecturas y penetrando en el simbolismo de los ritos y ceremonias.

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  Desde el siglo XVll,  la piedad ha venido sufriendo una decadencia muy lamentable;  las ideas de entonces que exaltaban demasiado al hombre, inficionaron también la piedad,  que empezó a perder su carácter social y universal – como la caridad de donde emana-  y a volverse egoístas y ensimismada.

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Ya el  cristiano no decía en su oración «nosotros»,  el plural de la caridad;  sino «yo», el singular del egoísmo,  preocupándose muy poco de los vastos intereses de la Iglesia y del linaje humano para reconcentrarse en los mezquinos intereses propios.

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Entre los sacerdotes y los fieles se abrió una distancia y se levantó un muro de separación,  formando de incomprensión,  y de ignorancia.  Los hombres se fueron olvidando de que eran hijos de la Iglesia,  conciudadanos de los santos y miembros vivientes del Cuerpo místico de Cristo.

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¿Quién comprende ahora a los fieles de los primeros siglos que celebraban todas las grandes festividades con una vigilia de preparación,  es decir,  con toda una noche consagrada a la  oración y a los Oficios Litúrgicos?

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¿Quién entiende ahora a los seglares de la Edad Media que acudían numerosos y entusiastas para seguir los cursos de Teología y las disputas de los escolásticos?

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¿Quién se imagina ahora a aquellos simples fieles, de todas clases y condiciones, que acostumbran recitar diariamente el Oficio divino por entero, como si fueran eclesiásticos y religiosos?

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Hoy  en día,  los fieles penas asisten a la misa de obligación de los días festivos, y tan sólo como espectadores mudos e indiferentes,  distraídos o recitando oraciones vocales muy ajenas al acto que en el altar se realiza.

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Y aun las personas piadosas que oyen misa diariamente, ¡cuántas ignoran que su bautismo les ha dado una participación en el Sacerdocio de Cristo,  un derecho no sólo para asistir a misa, sino para celebrar «su misa»;

Cuántas que no tienen gusto alguno por las solemnidades litúrgicas,  prefiriendo sus devociones particulares,  para quienes las Vísperas,  Los Maitines, los Oficios de Semana Santa, son jeroglíficos egipcios y la misma Misa solemne e un lujo que no se permiten casi nunca; que en una palabra,  no comprenden nada del simbolismo litúrgico,  tan dramático,  tan artístico, que instruyen y deleita,  que conmueve y santifica!.

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Gracias a Dios,  desde el principio de este siglo a esta parte se ha iniciado un movimiento de renovación litúrgica que empieza a cundir por todas partes.  Los fieles quieren volver a «la fuente primera e indispensable del genuino espíritu cristiano», según la célebre expresión de San Pío X: quieren vibrar al unisono con la Iglesia, orar con Ella, sentir con Ella en una palabra,  vivir la vida misma de la Iglesia que es la vida de Cristo en las almas, sobre todo después del Concilio Vaticano ll.

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Ayudar a este movimiento santificador en la medida de nuestras fuerzas,  es el objeto de estas sencillas páginas.  ¡Quiera Dios bendecirlas!

Fuente: Vida Liturgica P. José Guadalupe Treviño.


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