La gran solemnidad de la Pascua


 

PASCUA

 

SOLEMNIDAD DE  LAS SOLEMNIDADES

 

La gran solemnidad de la Pascua es el centro y núcleo de todo ciclo litúrgico, así como todos los radios convergen al centro de la circunferencia,  así todas las fiestas del año eclesiástico se relacionan con la Pascua,  ya preparándola de una manera remota o próxima,  ya haciéndonos saborear sus frutos exquisitos y deliciosos.

Podría también compararse esa fiesta a la cima de una gigantesca montaña,  a la cual debemos ascender para gozar al fin de la luz radiosa,  de la luz serena,  del ambiente diáfano y de los panoramas magníficos  de los que  sólo se disfruta en las cumbres,  Todo lo que precede en el Año Litúrgico no es otra cosa que las etapas sucesivas por las cuales vamos poco a poco ascendiendo:  el Adviento,  primero,  que es la vida purgativa que purifica nuestra  alma y la prepara  para gozar de la paz dulcísima de Belén;

La Navidad,  después que nos hace gozar los frutos de la primera conversión,  fiesta que se prolonga en la  Epifanía y en las domínicas después de Epifanía;  viene enseguida la prolongada preparación para la Pascua,  que es el Tiempo de Cuaresma,  dónde la Liturgia con su sobreabundaste  riqueza de enseñanzas nos hace entrar en la vida iluminativa,  y de esta manera llegamos a la  Gran Semana,  que,  por los sacrosantos  ministerios  que celebra,  se llama por antonomasia  la Semana Santa. 

 

Carácter especial de la Pascua

La Pascua la celebramos  en el llamado Triduo Pascual:  

  • Tarde del Jueves (viernes según el cómputo semita)
  • Viernes,  Sábado y Domingo.

Es notable la insistencia con la cual se esfuerza la Iglesia en hacernos comprender,  la ignominia de la Cruz  de la gloria del triunfo,  el dolor del gozo.  y por eso llama a la Pasión beatísima,  es decir felicísima,  y siempre nos presenta la Resurrección como fruto de las humillaciones de la Cruz.

Por eso,  durante la Semana Santa,  aunque el tema predominante es la Pasión,  mezcla la Liturgia el tema de la Resurrección con atinada maestría;  y durante la Semana de Pascua,  aunque el tema predominante es la Resurrección gloriosa,  no deja de recordarnos a cada paso los dolores de la Pasión.

Por eso no encontramos un tema,  entre tantos hermosísimos que pudieran tratarse acerca de la Pascua,  como éste:  hacer ver cómo la Iglesia nunca separa la Pasión de la Resurrección;  «lo que Dios ha unido no debe el hombre separar».

DOMINGO DE RAMOS

 

Se abre la Semana Santa con el Domingo de Ramos,  en el cual podemos admirar de una manera evidente esta combinación magistral de la Pasión y de la  Resurrección.

Donde resalta más este carácter triunfal es en la procesión;  toda ella es un homenaje a Cristo Rey, que marcha a la victoria por el camino de la Cruz.

Empieza esta solemnidad con la antífona:

«Hosanna al Hijo de David,  bendito el que viene en el nombre del Señor,  el Rey de Israel,

¡Hosanna en el Cielo».

Hace luego el celebrante una exhortación al pueblo «para que participando ahora de su Cruz, merezcamos un día tener parte en su Resurrección».

Bendice los ramos con una de dos oraciones.

-Se lee o canta el Evangelio que refiere este misterio.

-Se distribuyen  los ramos o palmas.

-Se ordena la procesión a la Iglesia principal donde va a celebrarse la Santa Misa.

Durante el trayecto, la «schola» y los fieles cantan himnos de triunfo en los que se multiplican los «¡Hosanna!  ¡Gloria,  alabanza, honor!» Etc.

Pero en medio de este jubilo,  aparece el recuerdo de la Pasión.  En la Colecta el sacerdote canta:

Dios todopoderoso y eterno,  que has querido entregarnos

como ejemplo de humildad a Cristo,  nuestro salvador,

hecho hombre y clavado en una Cruz,  concédenos vivir

según las enseñanzas de su pasión,  para participar con Él,

un día,  de su gloriosa resurrección…

Lo mismo en las Lecturas,  en el salmo responsorial y en la oración sobre las ofrendas:

Que la Pasión de tu Hijo actualizada en este santo sacrificio

que vamos a ofrecerte,  nos alcance,  Señor,  de tu misericordia,

el perdón que no podemos merecer por nuestras obras.

EN EL PREFACIO:

El cual siendo inocente se dignó padecer por los pecadores

y fue injustamente condenado por salvar a los culpables;

con su muerte borró nuestros delitos y,  resucitando,  conquistó

nuestra justificación.

EN LA ANTIFONA DE COMUNIÓN

Padre mío,  si este Cáliz no puede pasar sin que Yo lo beba, hágase tu voluntad.

EN LA POSTCOMUNIÓN:

Tu que nos has alimentado con esta Eucaristía y por

medio de la muerte de Tu Hijo nos das la esperanza de

alcanzar lo que la fe nos promete,  concédenos,  Seññor,

llegar,  por medio de su Resurrección,  a la meta de

nuestras esperanzas.

Pero sobre todo en el relato de la Pasión.

Mas tampoco deja de hablar de la gloria de la  Resurrección:  la anuncia en el canto que precede el Evangelio,  la proclama en la segunda Lectura.

Pero dónde administramos de una manera más clara esta divina combinación de Ignominia y de triunfos  es  en el Colecta (Colecta es la primera y principal oración de una misa; en ella suele la Iglesia condensar todo el espíritu de la fiesta.)  como ya vimos.

Si la Iglesia nos enseña que no debemos separar la ignominia de la Cruz de la gloria de la Resurrección,  es para que aprendamos que en la vida del Cristiano no debe separarse tampoco y que sólo se puede llegar a la gloria de la bienaventuranza por el aspero sendero del Calvario.

Fuente: Vida Litúrgica P. José Guadalupe Treviño

 


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