San Martín de Porres


«BARRERÉ POR TU AMOR»

 

El hombre,  la mujer,  bien  realizados

llenos de vida y de buenas obras,  es

el   «HONOR DE DIOS» y de la humanidad.

 

Don Juan de Porres

 

Martín de Porres nació en Lima en el año 1579.

 

En el libro de Bautismos de la Parroquia de San Sebastián se puede leer:

 

«Miércoles 9 de Noviembre de 1579,  bauticé a Martín, hijo de padre no conocido y de Ana Velázquez,  fueron padrinos Juan de Briviesca y Ana de Escarcena.  y firmelo

Sin embargo,  se sabe que el padre de , Martín  no era desconocido.

Se trataba de Don Juan de  Porres,  Caballero de la Orden de Alcántara,  del cuáol Martín de Porres fue hijo natural.

El apellido Porres,  figuraba a través de los siglos cargando de gestas y de gloria.  Y cuando llegamos al padre de Martín de Porres,  Don Juan,  se le definía como un caballero que dió honra a su padre y sirvió con amor a su rey.  Y,  por mejor servir a su Rey,  se fué  a las Indias.

LOS CONQUISTADORES

 

Los Españoles,  no tan solo iban al Nuevo Mundo de las Américas en busca de riquezas.   También les guiaban altos ideales,  que ellos resumían en tres palabras:  Fe,  Servicio y Hora.

-Su Fe Católica que se proponían extender,  convertía a menudo a capitán y a soldado en catequista.

–Servicio al rey,  que era el mismo sentimiento patriótico de engrandecimiento de España.

–Honra,  ese ideal caballeresco, tan característico del espíritu español.

No hay duda de que también iban buscando riquezas.  Sobre todo en los primeros años,  gente humilde que acudían con la esperanza de salir de la pobreza.

Del afán de riquezas,  muchos pasaron a más altas aspiraciones de señorío,  de mando y de ser personaje en aquel Nuevo Mundo.

Por eso, desgraciadamente,  surgieron los «encomenderos»,  quienes,  con mano dura,  utilizaban al nativo para la «servidumbre»,  obligandolo a salir de la selva y de su apatía para aprovecharlo mejor.

MANO DE OBRA BARATA…

 

Sin embargo,  los reyes españoles constantemente exhortaban a que se tratara a los indios de manera más humana,  y prohibieron que se abusara de sus horas de trabajo.

Debido a esto,  los conquistadores y colonizadores empezaron a prescindir  del indígena para ciertos trabajos duros  y tuvieron que acudir a la gente de color,  es decir a los negros,  como mano de obra barata.

Los negros,  traídos de África,  se compraban como esclavos,  Pero en la práctica,  el trato que recibían de los españoles era de siervos remunerados que podían acabar por alcanzar la libertad.

Este fué el motivo de la presencia de negros en el Continente Americano.

HIJO  NATURAL

Juan de Porres,  Caballero de Alcántara,   había venido a Panamá invitado por su Tío,  Don Diego de Miranda,  importante oficial del Gobierno español.

 

Joven,  impulsivo,  con deseos de aventura,  tuvo relaciones ilícitas con Ana Velázquez,  panameña negra,  libre y cristiana,  cuyos padres habían sido esclavos.

Las relaciones de Don Juan y Ana, al intensificarse,  pusieron a Don Juan frente a un problema: tener a su tío ignorante de sus intereses por la muchacha,  ya que él no podía casarse con una mujer de color,  debido a su rango aristocrático.  La solución era llevar a Ana al Perú,  y establecerla allá,  lo que Don Juan hizo finalmente.

Allí,  el 9 de Noviembre de 1579,  les nació un niño:  Martín.  

Aunque Don Juan no reconoció públicamente su paternidad,  visitaba a Ana cuando venía a Lima,  una vez al año aproximadamente.

Ana dio también a luz a una niña,  a la que llamaron como a su padre Juana.

Cierto es que,  años más tarde,  actuando como hombre responsable y movido por sentimientos religiosos y de honor,  reconoció como hijos suyos a Martín y a su hermanita Juana,  por lo que nuestro santo pudo llevar el apellido Porres.

En medio de dificultades y trabajos…

 

Poco tiempo después,  comisionado por el Virrey,  Don Juan de Porres marchó a Guayaquil,  donde permaneció varios años,  dejando a la madre de sus hijos algunos medios para sostenerlos.  Los padrinos de los niños,  seguramente los vecinos,  le darían también algún socorro.  Pero en medio de dificultades y trabajos,  se van desarrollando y despuntando en el niño cualidades sorprendentes y extraordinarias.  La madre,  una buena cristiana,  nada descuida para inculcar en los niños los principios elementales de la fe.

Ya desde niño,  el pequeño Martín manifestó tener un corazón generoso,  Distribuía su alimento a los que veía más necesitados.  En más de una ocasión,  las reservas de la despensa desaparecieron misteriosamente.  Pero la madre sabía muy bien cuál era la causa:  Martín,  que se lo daba todo a los pobres.

¿COMO PODIA NEGARLO?…

Su madre lo mandaba a comprar a la Plaza  Mayor,  y Martín,  con su cestita desaparecía en la enorme aglomeración de la gente de todos colores,  en busca del sustento diario.  En más de una ocasión volvía a casa con la cesta vacía,  pues no podía ver las miserias y necesidades sin que al punto tratara de remediarlas.  ¡Y eran tantas las que encontraba en el camino!…

Su madre le riñe,  pero es inútil,  pues la caridad es en él una pasión invencible.

-¿Cómo vienes sin nada?

-Un niño muy  pobre me pidió una limosna y le he dado lo que acababa de comprar en el mercado.

-¡También nosotros somos pobres!

-Madre, me lo pidió por amor de Dios.  ¿Cómo podía negarselo?

-¡Siempre vienes con lo mismo!  Esto no puede continuar así.  ¡Voy a tener que castigarte!

El niño siente la llamada de la caridad,  que le inclina a socorrer a los indigentes.

También Martín es un niño fervoroso,  y reza con mucha serenidad en la Iglesia.  Disfruta  de los encantos de la naturaleza…  y se queda contemplando la espesa vegetación,  refugio de venados,  perdices y pájaros,  la fértil campiña,  la ciudad,  y,  más allá,  el inmenso mar.

He tomado la decisión….

 

Cierto día se oyen cascos de caballo en la calle.  Se detienen delante de la casa de Ana.  La puerta se abre,  y ella reconoce inmediatamente al caballero:  es Don Juan.  Enseguida,  él se ve rodeado de los dos niños pequeños que gritan:  ¡padre!,  ¡padre!…

Pasados los primeros momentos de efusión,  Don Juan dijo a Ana:

-Señora mía,  he tomado la decisión de llevar conmigo a mis dos hijos a Guayaquil.

-¿Y por  qué no me lleva con usted?

-No es posible ahora.   Tal vez más adelante sea posible…

Ana llora.   Juan le dijo:

-Piense,  señora mía,  que la llevo en mi corazón.

Diciendo esto,  sacó una bolsa con dinero y se la entregó a Doña Ana.   Llamó a los niños y les explicó que se los iba a llevar,  pero que volvería a traerlos luego.

MARTÍN CONFIRMADO

 

Los años pasaron.  Don Juan fue nombrado por el Virrey Gobernador de Panamá.  Volvió a Lima con los niños,  y se los entregó definitivamente a Doña Ana,  la madre.

Hallamos a Martín a su regreso de Ecuador  Tenía 11 años.

En esta época,  Martín recibe la confirmación.  Lima tenía en aquel entonces por Obispo  Santo Toribio de Mogrovejo  y de su mano recibió Martín en Sacramento de la Confirmación.

Acompañado de su madre,  llegaron temprano a la Iglesia,  y esperaron rezando.  Cuando empezó  la ceremonia,  se formó la fila de los futuros confirmados,  que luego avanzó hacia el Obispo.  Martín ansiaba la venida del Espíritu Sato.

Por fin le tocó arrodillarse a los pies del santo Obispo que le dijo:

 -«Te marco con el signo de la Cruz,  y te confirmo con el Santo Crisma,  en el Nombre del Padre,  del Hijo y del Espíritu Santo Amén».

El niño se levanta,  emocionado,  y se retira lleno de ideales divinos.

MARTÍN CORAZÓN DE ORO

 

La casita de Ana era pobre,  pero Martín pudo observar al recorrer las calles de la ciudad,  que había gente más pobre todavía:  ciegos que mendigaban;  cojos apoyados en sus muletas;  huérfanos con cara de hambre y de abandono…  Martín sufría con el sufrimiento ajeno y daba todo lo que tenía para socorrer a los necesitados,

Un día,  tuvo la idea de plantar un limonero junto a su casa para dar a los pobres todos los frutos del árbol.  Y el Señor bendijo aquella planta que dió frutos en todas las estaciones del año,  de modo que Martín pudo socorrer a manos llenas a sus amigos los necesitados.

Martín iba creciendo.  ¿Cómo ganarse la vida?  La madre no recibía nada de Don Juan,  y ni sabía dónde paraba.

APRENDIZ  BARBERO

 

Entró,  pues como aprendiz en la botica de Don Mateo Pastor.  Allí  se familiarizó el muchacho con todas las manipulaciones farmacéuticas de la época.  Además, aprendió el oficio de barbero,  que,  en aquellos tiempos,  desempeñaba indistintamente las funciones de boticario,  médico,  sacamuelas,  etcétera…,   y curaba así muchos trastornos físicos.

El trabajo que tenía que realizar Martín, era para pagar la enseñanza que recibía,  pues no habiendo propiamente colegio,  había que iniciarse con algún maestro,  y trabajar bajo su inspección varios años.

Martín era trabajador,  y ponía gran interés en las explicaciones del maestro.  Gracias a eso fue progresando rápidamente.

En sólo algunos meses  se convirtió en hábil peluquero y en cirujano de renombre,  pues,  en la ausencia de su maestro,  Martín tenía que actuar solo y con prontitud.  Trabajaba con toda su alma,  y los heridos y ulcerosos sentían especial alivio cuando el niño ponía sus manos sobre sus carnes laceradas.  Y mientras curaba a los enfermos,  les hablaba de la bondad de Dios,  del amor de Jesús muerto en la cruz por los hombres.  La fama de la bondad de Martín comenzó a extenderse por todo Lima.

LUGAR ESPECIAL PARA MARTÍN DE PORRES

 

La importancia de la obra de caridad llevada a cabo por Martín de Porres en Lima,  no se puede apreciar  sin un conocimiento de la ciudad a principios del siglo XVII:  2,000 Familias españolas controlaban el resto de la población de Lima,  25,000 indios y 40,000 negros,  de los cuales unos eran esclavos y otros libres.  Muchos de los indios y de los negros eran mestizoz,  y considerados por lo tanto como pertenecientes a la clase de los siervos o esclavos.

Toda la ciudad mostraba un tremendo contraste de riquezas y pobreza,  de libertad,  de privilegio y opresión.  La febril marcha de la vida en Lima producía santos y pecadores.

Dios había previsto un lugar especial para Martín de Porres en esta complicada sociedad.  Iba a trabajar entre los pobres,  entre los enfermos y los paria,  y todoi ello, sin rechazar a los ricos a quienes aliviaba de sus dolores.

Había sacerdotes y monjas que trabajaban movidos por la salvación de las almas,  pero eran insuficientes para cubrir las grandes necesidades de este pueblo nativo.

EL LLAMADO DE DIOS

Martín  tiene una gran vida interior.  Muy de mañana,  cuando apenas amanece,  está ya en la Iglesia San Lázaro para asistir y ayudar a varias misas.  Tiene tanta devoción que,   mirándolo,  las escasas personas que acuden a tales horas al templo,  sienten aumentar en ellas el fervor.

Y mucho  más aumentó aún esta fama de santidad cuando una criada que ayudaba a su madre,  contó que vió salir del muchacho un gran resplandor,  mientras estaba rezando en éxtasis delante de un crucifijo.

Pronto Martín supo que sus rezos y mortificaciones eran tema de la gente,  y eso le disgustaba.  Quería poder desaparecer,  servir a Dios sin que nadie se enterase.

Comprendió que nunca sería feliz en el oficio de barbero,  porque le parecía que el Señor lo llamaba para servirle en el silencio y la oración de un convento.  Se lo confió a su madre quien se puso a llorar ante la idea de tener que separarse de su querido hijo.   Pero  como buena cristiana,  no puso obstáculo,  y  si era verdad que Dios lo llamaba,  ella le daba su consentimiento.

¿QUE DESEA USTED?

 

Un buen día, Martín de Porres llamó a la puerta del convento de Santo Domingo,  solicitando su admisión  como simple donado,  es decir,  en el plano más humilde,  ni siquiera como Hermano Lego.

Llegó a la puerta,  tiró la cadena y tintineo la campana.  Durante los breves momentos  de espera,  contempla en la entrada la imagen de la Virgen del Rosario,  que ama tanto y que parece mirarle con amor.

Le saca de su meditación el portero:

-¿Qué desea usted?

Martín,  respetuosamente,  expone su deseo:

-Quisiera hablar con el Padre Prior.

-¡Pase!

Lo conduce a una sala y le ruega esperar.  Un momento después,  entra el Padre Juan de Lorenzana,  una de las figuras más prestigiosas de Lima.

Timidamente,  Martín le expone su deseo ardiente de entregarse a Dios en un humilde oficio e ingresar como donado.

En los Dominicos,  había tres clases de religiosos:

1. — Los donados,   que eran miembros  de  la Tercera Orden,  dedicados a los trabajos manuales,  con un hábito especial que consistía  en una túnica de lana blanca  y un sobre-hábito negro,  sin capilla ni escapulario.  No hacían votos.

2.-  Los Legos o Hermanos conversos,  profesos,  dedicados a trabajos auxiliares,  que vestían el hábito completo.

3.-  Los Clérigos y Sacerdotes,  ocupados en los estudios y el ministerio,  dando gran importacia a la predicación.

FRAY ESCOBA

Tenía 15 años cuando traspasó los umbrales  del convento con un pequeño hatillo bajo el brazo.  Tras de sí dejaba su pequeño mundo:  su casa,  su madre,  su hermana Juana,  sus amigos..   Pero sentía que nunca probaría la tristeza en la paz del convento,  porque,  en medio del silencio,  le estaba esperando el mejor de sus amigos:  Jesús,  que,  desde aquel momento,  llenaría toda su vida.  Y decía:

-«Gracias, Señor,  Quiero ser el último de esta casa,  el más pequeño,  el más humilde».

Como oficio,  se le dió,  efectivamente, la misión más insignificante del convento:  ¡Barrer!  Como la casa era inmensa,  Fray Martín pasaba el día entero barriendo.

Y así era feliz,  porque cumplía  con la voluntad de Dios.

No le faltaron las pruebas ni las humillaciones que él tanto deseaba,  pero todo lo aceptaba  por amor a  Nuestro Señor.

BARRERÉ  POR  TU  AMOR…

 

Martín hablaba así con el Señor:

 

-«Pesa menos que tu cruz mi escoba,  pero yo,   Señor,  barreré por tu amor.  Quiero que tu casa esté limpia y  resplandeciente como el mejor de los palacios.

Ayúdame a amarte barriendo,  Señor».

Finalmente se le impuso el hábito religioso de la Tercera Orden,  Martín de Porres,  con inmensa alegría,  por su parte,  se encontró revestido con el hábito blanco de los  Hermanos de la Orden de Santo Domingo.  Todo conmovido exclamó:  «Gracias,  Señor».

Este  «Gracias»,  lo repetía cada mañana al ponerse el hábito.

NO  HAY  NINGUN  PUESTO  BAJO…

 

Un día,  Don Juan,  su padre,  se enteró de que su hijo Martín había ingresado a la Orden,  y que lo habían puesto como barrendero del convento.

 

¿Cómo?  -pensó-.  El ilustre apellido de Porres llenándose de polvo con mi hijo… ¡Eso jamás!»

 

Se sintió ofendido en su honor de Gobernador de Panamá y gritó:  ¡ «Nunca toleraré tal cosa! ¡No puedo admitir que mi ilustre apellido sea mancillado de ese modo!»

 

Pero ante la elucidad  de Martín,  y su voluntad de seguir las huellas del Señor,  Don Juan se quedó muy impresionado.

 

-«Padre mío,  le dijo Martín,  en las cosas del Señor no hay ningún puesto  bajo,  por muy humilde que sea».

El padre tuvo que conformarse.  Y   Martín continúo siendo el último en la casa de Dios.  No guardaba nada para sí:  unas sandalias toscas,  un hábito pobre,  y…su escoba.

Barriendo los amplios corredores pasaba una y otra vez ante el Crucifijo:  lo contemplaba,  y le hablaba así:

_»Qué fácil es,  Señor,  manejar la escoba contemplando tu cruz».

BALSAMO DE SU CARIDAD

 

Cuando los pasillos quedaban limpios,  subía a la enfermería y,  con suma delicadeza,  atendía a los frailes enfermos.

En ese tiempo,  no eran muy avanzadas  las  medicinas empleadas para sanar,  pero a todos prodigaba el bálsamo de su caridad y el lenitivo de su alegría.

Martín parecía incansable en su trabajo.

Cuando terminaba la vuelta cotidiana por la enfermería,  iba al policlinico público del convento,  en donde los enfermeros y heridos se habían ido reuniendo durante las horas de la mañana.

Empezaba su trabajo metódicamente,  tratando primero los casos urgentes,  tales como las fracturas o desgarraduras.  Después llegaba el turno de los que tenían fiebre,  úlceras visibles o males internos.  Finalmente atendía a los pacientes externos,  que volvían para el tratamiento periódico.

NO TE ASUSTES…

 

Un día,  un novicio del vecino convento se cortó los dedos,  con un afilado cuchillo.  Descuidó las heridas,  y éstas se infectaron.  El  Prior mandó a Fray Juan Macías llevarle a la clínica  de Martín.  Al verle éste,  dejó todas las cosas para examinar al paciente.  El  novicio estaba asustado ante la perspectiva  de perderle la mano y las esperanzas de llegar al sacerdocio,  Martín,  penetrando los pensamientos del joven,  lo tranquilizó diciéndole:  «El Señor tiene poder sobre la vida y la muerte,  sabe cuán necesaria te es la mano para tu futuro trabajo.  Sanártela es muy fácil para El.  No te asustes.»

Y bañó  la mano del joven con soluciones de hierbas y luego con polvos medicinales,  y haciendo la señal de la cruz sobre los dedos,  despidió al novicio a su convento.

Al día siguiente,  se había recuperado por completo.  Este Fraile llegó  a ser Padre Gutierrez,  que ayudó a Martín de Porres en sus obras de caridad.

UNA  PIZCA DE AMOR

 

Tal como en cada comida se pone una pizca de sal,  Martín de Porres  ponía en todas sus acciones,  por insignificantes que fueran,  una pizca de amor.  Amor de Dios  y amor del prójimo,  que en último término se transforma también en amor de Dios.

Martín amaba a Dios y a sus hermanos.  El que ama no siente la fatiga,  no se da cuenta de los sacrificios;  al que ama todo le parece liviano y más hermoso,  como la mamá que se sacrifica por sus hijos.  El amor lo hace a uno capaz de heroísmos,  y  de iniciativas extraordinarias,  y eso se verificada en la vida de Martín de Porres.

Los superiores le permitieron salir de nuevo por la ciudad,  y pronto los pobres encontraron en él al mejor de sus amigos.

Curaba las llagas más repugnantes,  ayudaba a los pobres en sus trabajos,  y tenía para todos una palabra de aliento y esperanza.

En cuanto le veían corrían a su encuentro.

En el convento,  durante todo el día,  preguntaban por el Fraile  Mulato.

Su celda se transformó en un pequeño hospital y,  como los enfermos eran muchos,  el Prior se asustó,  lo llamó y le dijo:

_»Pero,  Fray Martín,  no es posible alojar a más enfermos;  nuestro convento no es un hospital… Debe decirles que se vayan».

_»Padre mío,  Jesús se esconde en la persona de los pobres y de los enfermos,  ¿y vamos a mandar a Jesús fuera de nuestra casa?.

Los enfermos permanecieron en el convento y Martín día y noche los atendía.

MARTIN  REALIZA  MILAGROS

 

Martín tenía lo que se llama el don de bilocación,  o sea el poder de estar en dos lugares a la vez.

Es  así  como un día un novicio,  Francisco Velázquez,  enfermo de hidropesía,  se sintió una noche repentinamente grave.  La fiebre era tan alta que no podía moverse y necesitaba urgentemente de una medicina para calmarse,  pero estaba solo y no tenía a quién llamar.  De pronto,  se abrió silenciosamente la puerta de su celda y entró Fray Martin para ayudarle y refrescarle.  Y cuando la fiebre desapareció,  Fray Martín se marchó silenciosamente como había llegado.

A la mañana siguiente,  el novicio contó todo al Superior,  que corrió a observar  la puerta del noviciado:   estaba cerrada como de costumbre.

¿Por dónde había entrado Fray Martín?  Después de pensarlo un poco,  el Prior dijo:  no hay que extrañarse de esto,  porque Fray Martín es bien capaz de hacer milagros.

 MARTÍN CON SUS HERMANOS NEGROS

 

A pocos  kilómetros  de Lima,  vivían en miserables chozas los esclavos negros que trabajaban  los campos de los grandes propietarios.  Eran tratados como bestias de carga.  Fray Martín iba con mucha frecuencia a consolar a sus hermanos de raza,  ayudándoles en sus duras tareas,  curando sus enfermedades y hablándoles  de Dios,  tratando de aportar un poco de alegría.

AMOR DE MARTÍN A LOS NIÑOS

Fray Martín no olvidaba nunca a los necesitados que esperaban todos los días a la puerta del convento.  Entre ellos había una multitud de chicuelos a los que, después de darles de comer,  reunía para enseñarles catecismo y mejorar su condición moral.

La niñez,  en Lima,  no era sólo blanca,  había también niños indios,  mulatos y negros.

A todos estos niños atendía con solicitud maternal.  Este enamorado de Dios tenía siempre en el alma la Palabra del Señor:  «Si no se hacen como niños no entrarán en el Reino de los Cielos».  Y Fray  Martín tenía esta infancia espiritual que ALABA El Señor.

Estado de inocencia del Paraiso

Martín  de Porres perteneció a la categoría de estas almas que,  por gracia de Dios,  alcanzaron a vivir  la  hermandad con la naturaleza,  al igual que San Francisco de Asís,  y se volvieron a encontrar en el mismo estado de inocencia que el hombre tuvo en el Paraíso Terrenal.

Es tan vivo el obrar de Dios en ellos,  que no solamente los demás hombres sienten sobre sí el poder de esas almas,  sino que también los animales.

Estaba cierto día Fray Martín sembrando plantas medicinales en la huerta del convento,  cuando sonó derrepente un disparo de escopeta.  Luego vió caer un cuervo  con una pata rota.  Lo cogió,  movido  de compasión,  le curó la herida y lo acomodó en un lugar de la huerta.  Por unos días siguió llevándole de comer hasta que,  por fin,  ya curado,  remontó en vuelo.

Otro día,  a un viejo perro dejado medio muerto por un accidente,  se lo llevó sangrando hasta su celda y lo curó hasta que se recuperó por completo.

Pero lo más divertido fue su actuación con los ratones…

¿POR QUE HACES DAÑO…?

 

Después de un largo tiempo de lluvia,  los ratones habían invadido la sacristía y la ropería del convento donde Martín guardaba la ropa para los pobres,  haciendo gran daño.  Ni las trampas ni los venenos eran suficientes para exterminar aquella plaga.

Entonces Fray Martín dijo a los demás frailes:  «No les hagan ningún daño y verán como no vuelven a molestarnos».

Abrió entonces una trampa,  en la que había caído prisionero un incauto ratoncillo,  y,  tomándolo en la mano,  dijo al animalito asustado:

___»Hermano,  ¿por qué haces daño con tus compañeros en la ropa de  los enfermos y pobres…?  No te voy a matar para que avises a los demás ratones que vayan a la huerta,  que allí les  daré de comer todos los días».

Así lo hizo Martín,  y desde entonces los ratones no volvieron a molestar.

PARA QUE NO PEQUEN…

Los pobres aumentaban cada día,  sobre todo con las frecuentes carestías,  en las que el hambre ocasionaba verdaderos estragos.   Martín recordó que en su juventud había plantado un limonero para los pobres,  al que el Señor había bendecido.  Con la ayuda de sus amigos plantó un buen número de árboles frutales en el convento y también en algunos terrenos abandonados en las afueras de Lima.

En el convento,  se entiende que uno pueda plantar árboles,  pero en terrenos baldios…,  a la  merced de todos…

El joven que lo acompañaba,  intrigado de su actuación,  le preguntó el por qué de ello.  El Santo contestó:

__»Para que no pequen…»

Martín había comprendido que su respuesta era incomprensible para el joven y agregó:

___»¿No entiendes,  Juanito,  que la gente que toma frutos de los huertos ajenos está robando,  y que por lo tanto ofende a Dios…  Tomando de lo que estoy plantando,  no pecarán,  porque para ellos los estoy sembrando.»

Maravillosa imaginación la de los Santos… Dios bendijo esta iniciativa tan generosa.  y,  en poco tiempo,  los árboles dindieron mucho,  y los pobres que se los comían no pecaban.

TIENEN PIEDAD DE LOS PECADORES

El corazón de Martín era de la dimensión del Corazón Misericordioso de Jesús.  Tenía gran piedad de los pecadores.

Un día,  dos ladrones perseguidos por los carabineros entraron en el convento y se refugiaron en la celda de Fray Martín,  suplicándole  que los escondiera para que no fueran a parar en la carcel.  Lleno de piedad,  el Fraile  Mulato los escondió detras de unos sacos y cajones y les encomendó que implorasen el auxilio del cielo.

Al rato después llegaron los guardias,  registraron todos los rincones del convento,  también detrás de los sacos y cajones,  pero no vieron a nadie y,  sin embargo,  los ladrones estaban allí mismo,  delante de sus narices.

Cuando estuvieron fuera de peligro,  salieron de su escondrijo y se echaron a los pies de Martín diciéndole:

__»¡Usted nos ha salvado milagrosamente!»

__»¡Vayan en paz,  les  contestó el Santo,  y no vuelvan a apoderarse de lo ajeno,  que es cosa que desagrada a Dios».

LIMA TIERRA DE SANTOS

 

En la época de San Martín de Porres,  otros Santos vivieron en Lima.  Algunos de ellos fueron elevados al honor de los altares:

__El Santo Obispo Toribio de Mogrovejo;

__El Santo Misionero franciscano Francisco Solano;

__Y los dos dominicos:  Santa Rosa de Lima y San Juan Macías.

San Juan Macías,  portero del convento de Santa María Magdalena era amigo íntimo de Martín de Porres.  Cuando tenía un poco de tiempo libre,  Fray Martín corría al convento de su amigo y ambos sentían un gozo inefable al encontrarse,  al hablar de Dios o de las almas que querían acercar a Dios,  y aprovechaban  para rezar juntos y con más fervor.

Eran dos almas sencillas,  llenas de fe y buen humor.

Tal vez nunca se dieron cuenta que uno era blanco y el otro negro porque,   mirándose a los ojos,  cada uno de ellos no veía más que el alma de su amigo que era blanca y  pura como la nieve.

 

LO ADMITEN A LA GLORIOSA ORDEN DOMINICA.

Las   grandes virtudes de Fray Martín movieron a sus Superiores a admitirle,  al fin,  como Hermano Lego,  pronunciando los votos.  A partir de aquel momento pertenecía en verdad a la gloriosa Orden Dominica.

Por su humildad,  le costó mucho aceptar lo que él consideraba como un honor desmedido,  ya que prefería la modesta condición de donado.  Pero finalmente aceptó,  sin que por esto cambiara su humilde manera de vivir.

Los años trascurrían llenos de buenas obras y trabajos.  Toda su vida era una continua caridad.  Por  eso Dios se complacía en otorgarle el don de los milagros.

Pero el milagro  más grande,  era su vida de fe y amor.  Cuando por la noche,  después de un largo día de trabajo,  los  Frailes  se retiraban a descansar,  Martín se quedaba en la Iglesia,  postrado en oración ante Jesús vivo en el tabernáculo.  Lloraba por sus pecados y por los del mundo entero. 

Luego se retiraba a una sala del convento,  Llamada  «del Capítulo»  y se castigaba.

PERRO MULATO,  VIL…

 

El  Padre Fray Gonzalo García,  que conoció a San Martín de Porres  desde el día que tomó el hábito  religioso,  cuenta que nuestro Señor hacía rigurosa penitencias y que se daba muchas disciplinas.  Otro religioso testifica que mientras se disciplinaba decía: «¡Perro mulato víl! ¿Con qué correspondes a los beneficios que Dios te ha hecho,  convirtiéndote en hijo de la Iglesia, cristiano y católico y,  en compañía  de tantos   padres nobles,  doctos, y santos,  en vez de averte arrojado al infierno por tus pecados?

¿Hasta cuándo ha de durar tu mala vida,  tu tibieza y tus flaquezas en el ejercicio y ocupaciones que se te han mandado…?

Y se daba 20 latigazos,  y mofándose de sí mismo agregaba:

__»¡Vive, pues,  perro mulato,  sirviendo a Dios con puntualidad y atención! ¡Enmiéndate!»

COMUNIÓN DE LOS SANTOS

 

¿Cómo comprender esta actitud de los Santos  que siempre se consideraron grandes pecadores?… Es que mientras más uno se acerca a la Santidad de Dios,  más toma conciencia de sus flaquezas,  y siente su indignidad frente a la perfección infinita de Dios.  Entonces brota el deseo incontenible de reparación por tantas ofensas que recibe de Dios de parte de los pecadores.

Es así como Martín de Porres vivió lo que llamamos en la Iglesia:  LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS,  o sea,  éste gran compartir universal de riquezas espirituales y de gracias.

Uno,  por su vida de oración,  sacrificios y ofrendas,  puede ayudar no solo a las personas cercanas y conocidas,  sino también a las desconocidas y alejadas.

Por la comunión de los Santos,  uno puede ayudar y sostener en su trabajo apostólico al Papa,  a los Obispos,  y a los Sacerdotes.  Por la Comunión de los Santos,  uno puede ser misionero permaneciendo en su casa.

En este gran Cuerpo que es la Iglesia,  circula la sangre de la Caridad,  que uno entre sí a todos los  todos los Santos y a los que viven en amistad con Dios.  Por eso todo lo que hacen se convierte en beneficio para todos los demás y produce un maravilloso intercambio de dones entre las almas unidas a Jesús.  Resulta que el que tiene méritos los puede dar al que no posee nada,  y así puede compensar y reparar la ingratitud y las ofensas de los pecadores.

MARTIN SE GASTO…

 

Una vida tan sacrificada como la suya,  tenía que agotar la rtesistencia del hombre más fuerte.

Martín se gastó en el servicio de Dios y de su prójimo.  Pasó tantas horas trabajando y orando,  y se concedió tan poco descanso por la noche que,  a no ser por una ayuda especial de Dios,  no hubiera podido sobrevivir.

De tiempo en tiempo sufría de fiebres interminables que lo agotaban,  pero nunca hizo caso de la advertencia que ello suponía.  Solamente cuando sus Superiores le pedían cumplir con las prescripciones de los médicos,  entonces de retiraba a su celda.

Se sentía cada vez más acabado.   Pero él no se daba por vencido y,  por el contrario,  se alegraba de que cada vez le costaba mayor esfuerzo cumplir sus obligaciones y prodigar sus caridades.

MUERTE  PRÓXIMA….

 

Llegaban los últimos meses del año 16739 y Martín se enfermó.  Mandaron a buscar al Doctor Francisco Navarro,  pero,  antes que pudiera diagnosticar nada,  Martín le dijo que ninguna medicina le haría el menor efecto.

__» Agradezco__le dijo__ , su   interés y el tiempo que me dedica,  pero,  por favor,  déjeme morir como está señalado».

Comprendió,  el médico que Fray Martín había sido sobrenaturalmente informado de su muerte próxima.

La noticia del próximo fin de Martín de Porres corrió por toda la ciudad de Lima,  acudiendo hasta su cabecera gente de toda condición social,  ansiosa de demostrar a su bienhechor su cariño.  El mismo Virrey quiso pasar para arrodillarse a la cabecera del enfermo y besarle la mano.

ÚLTIMOS  MOMENTOS …

 

La comunidad se había reunido alrededor del enfermo para rezar las oraciones de los agonizantes,  junto al Obispo de México a quien Martín había sanado de una enfermedad mortal.

Martín,  con voz débil,  pidió  perdón a todos sus hermanos por los malos ejemplos y las ofensas que hubiera podido hacerles,  y exhaló su último suspiro.

Un solemne silencio se apoderó de todos.  Luego,  el Obispo Feliciano de la Vega,  dijo:

» Ha muerto un santo;   él nos enseñó a vivir,  aprendamos de él también a morir».

Eran casi las 9 de la noche del día 3 de Noviembre de 1639.  Fray  Martín de Porres acababa de cumplir 60 años.

EL  ULTIMO  ADIÓS

 

Según la costumbre,  el santo difunto debía ser enterrado al día siguiente de sus muerte,  pero,  a causa de la constante llegada de gentío,  hubo que postergar un día más el entierro.

Verdaderamente jamás se había visto tanta gente en Lima  como en esta ocasión.  Nobles españoles mezclados con pobres esclavos.  aristócratas junto a los mineros tiznados,  a los mestizos y a los negros,  iban unidos.  Todas las diferencias sociales y raciales parecían borradas en esta multitud.  Mujeres y niños,  damas españolas y criadas,  los hijos ricos y los granujas de la calle,  todos se unían también a la procesión para acompañar los restos de su bienhechor.

La Iglesia se llenó,  al igual que los terrenos cercanos.  Con gran dificultad  se pudo  hacer sitio a los sacerdotes,  a los religiosos de la comunidad y a los oficiales de la ciudad y del Estado.

LOS DEVOTOS INIPORTUNOS

 

Lo enterraron en el cementerio de los religiosos,  situado en el mismo convento.  Pero su cuerpo no se quedaría mucho tiempo en este lugar porque la gente quería arrodilklarse ante su tumba y muchos no lo podían hacer,  dado que estaba en la clausura y las mujeres no podían entrar en ella.

Sin embargo venían a todas las horas a arrodillarse ante la puerta del convento,  molkestando a los padres.

No comprendían o no querían comprender que Martín,  a quien visitaban mientras vivía,  les fuera negado ahora.

LOS DEVOTOS GANARON…

 

Los Padres Dominicos tuvieron que trasladar los restos del Santo, 25 años después de su muerte.  Hoy en día se pueden venerar sus reliquias en la Iglesia de Santo Domingo, dónde vivió y oró diariamente.

Junto al relicario de San Martín de Porres están las reliquias de Santa Roso de Lima y de San Juan Macías,  las que constituyen las joyas más preciadas  de Lima.

Los devotos empezaron a pedir favores de todas clases,  y Martín les respondía.  Y siguió haciendo milagros como en su vida.

Milagros de  Fray  Martín

 

De entre los numerosos milagros,  citaremos solamente dos.

Elvira Mariano,    de Lima,  se había herido un ojo  con los vidrios de u vaso roto,  de forma tal,  que los más   célebres cirujanos no pudieron  hacer nada por ella.  La enferma se colocó unas reliquias de Martín en el ojo,  dejándose la  sobre él toda la noche.  Cuando despertó, a la mañana siguiente,  el ojo estaba completamente restaurado.  Los médicos confirmaron la milagrosa sanación.

Otro milagro sometido a las autoridades competentes es el referente al hijo de una mujer de color,  empleado por Doña Inés Vidal de Lima.   El niño de 2 años,  Melchor Varanda,  cayó desde la ventana,  de un segundo piso,  rompiéndose la cabeza de tal suerte que sangraba abundantemente por los ojos,  boca y oídos.  Los médicos lo dieron por perdido.  La única esperanza era Fray Martín.  Todos los presentes  rezaron a nuestro  Santo y,  al cabo de tres horas,  el niño estaba sanando, comenzando a jugar.  La noticia de este milagro se extendió rápidamente por toda la ciudad y un gentío curioso fue a ver al niño.

BEATIFICACIÓN

 

Ante una vida llena de buenas obras,  de oraciones y sacrificios;  ante una continua procesión de devotos que venían a agradecer al humilde lego mulato los favores y milagros obtenidos,  se inició el Proceso de Beatificación.

Cuando todos los documentos necesarios estuvieron reunidos,  incluidos los milagros,  y después de largos y meticulosos estudios,  el Papa Gregorio XVI beatificó al humilde Fray Martín,  el 10 de Septiembre de 1837.

CANONIZACIÓ

 

Pasaron muchísimos años,  Los prodigios más extraordinarios seguían floreciendo gracias al Beato Martín de Porres.

 

Fue el Papa Juan XXIII quien finalmente,  canonizó a SAN MARTÍN DE PORRES, gloria del Perú y honor de Dios,  el 6 de Mayo de 1962.

 

SAN MARTIN DE PORRES

RUEGA POR NOSOTROS

Y CONCÉDENOS UN CORAZÓN

MÁS HUMANO Y MÁS CRISTIANO.

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Fuente:  Ma. del Carmen

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