Que significa Pentecostés?


Lo que significa Pentecostés

 

1. ORIGEN Y SIGNIFICADO DE LA FIESTA

 

 

Lo que significa Pentecostés

 

Este nombre está tomado de una palabra griega,  «Penteconta«,  que significa «cincuenta»; porque la fiesta se celebra 50 días  después de la Pascua,  de la cual viene a ser como una octava formada por semanas en lugar de días.

 

En efecto,  son 7 los días que transcurren después del día de la fiesta hasta su octava;  ahora bien,  7 repetido 7 veces da 49;  si a estas 7 octavas,  se agrega el día de la fiesta,  resultan 50 días.  De aquí el nombre de Pentecostés.

 

Estas 7 jornadas incluyen todo el tiempo Pascual.  Así se comprueba que toda esta etapa del Ciclo litúrgico no es más que la celebración con extraordinaria solemnidad,  de la gran Fiesta de la Pascua,  la  «Solemnidad de las solemnidades».

 

Los judíos tenían 3 fiestas principales en el año:   La Pascua,  Pentecostés,  y la fiesta de los Tabernáculos.  Los cristianos,  pasando de la figura a la realidad,  adoptaron las dos primeras.

 

La Fiesta de Pentecostés entre los judíos  -que también se llamaba «Fiesta de las Semanas»,  por la explicación antes dada-,  tenía un doble objeto:  primero dar gracias por la cosecha del trigo,  que en Palestina se hace en esa época del año,  y por eso estaba mandado que se ofrecieran en sacrificio dos panes de trigo acabado de cosechar;  y segundo y principal,  recordar la promulgación de la Ley en el monte Sinaí y celebrar su aniversario.

 

Nada tan importante para el hombre como la Ley,  puesto que es el único camino para ir a Dios.  Desgraciadamente tenemos la tendencia a considerarla de otra manera,  porque sólo vemos en ella su aspecto molesto,  en cuanto limita la libertad y pone un dique a nuestras inclinaciones desordenadas.  Pero si la viéramos sólo a la luz de la fe, de nada le daríamos tantas gracias a Dios como de habernos dado su Ley,  como un freno que reprime las inclinaciones que manchan y envilecen,  como un camino seguro que nos eleva hasta el cielo,  hasta Dios.

 

El salmo 118,  el salmo más largo de todo el salterio -tiene 167 versículos-,  no es otra cosa que el más espléndido elogio de la Ley,  escrito no  por los hombres,  sino dictado por el Espíritu Santo.

 

Dada esta importancia de la Ley,  Dios la escribió no en libros no en pergaminos que puedan perderse,  sino que la grabó con su mano divina en nuestra propia naturaleza.  Es lo que llaman los moralistas  «la Ley natural».

 

La ley natural es esa especie de instinto que nos hace distinguir espontáneamente lo bueno de lo malo;  es la voz de la conciencia que como eco de la Voz de Dios nos está diciendo esto debes hacer,  esto debes evitar,  aun antes de conocer toda la revelación.

 

Sin embargo,  como a pesar de todo los hombres se dejaron llevar de sus pasiones,  desoyendo la voz de la conciencia,  y como las pasiones siempre  ciegan;  la Ley natural quedó por esos desórdenes,  desfigurada y oscurecida.

 

Para remediar este mal.  Dios juzgó necesario dar esa misma Ley por escrito.  Es lo que los moralistas llaman la Ley positiva divina.  Esa Ley fue promulgada en el monte Sinaí,  tres semanas después de la salida de los judíos de la esclavitud de Egipto,  en medio de un gran aparato de poder y de majestad,  para infundir en el duro corazón de los judíos el santo temor de la Ley.

 

La teofanía del Sinaí la describe el Éxodo en su capitulo XlX.  Toda la montaña semejaba una inmensa hoguera de la cual salían truenos,  relámpagos y rayos,  toda ella se estremecía sacudida por un terrible terremoto.  El pueblo,  a lo lejos temblaba y,  sobrecogido de temor,  decía Moisés:  «Háblanos tú y te escucharemos;  pero que no nos hable Dios,  porque moriremos de espanto.» Entonces subió Moisés al Sinaí,  penetró en la nube que lo cubría y Dios le habló promulgando el Decálogo.

 

Tal es el acontecimiento cuyo aniversario celebraban los judíos en la fiesta de Pentecostés, acontecimiento   que no es sino una figura de lo que celebramos en la fiesta cristiana.

 

Ya hemos visto cómo el año eclesiástico comprende dos siclos,  el de Navidad y el de Pascua.

  • El primero celebra el misterio de la Encarnación;
  • el segundo el Misterio de la Redención;

Uno tiene por fiesta central la NAVIDAD,  fiesta que se prolonga y consuma en la Epifanía.

El otro  tiene por fiesta central la PASCUA,  que se prolonga y consuma en la fiesta de Pentecostés.

 

Debemos notar,  sin embargo,  que la Navidad y la Epifanía,  primitivamente celebraban el mismo Misterio:  el nacimiento de Jesús,  que el Oriente festejaba el 6 de enero y el Occidente el 25 de diciembre.  Poco a poco fue adoptando  el uno la fiesta del otro y dándole un matíz propio;  así resultaron las dos fiestas que ahora tenemos.

 

La Pascua y Pentecostés aún ahora tienen más perfecta unidad en el misterio que celebran,  la Obra de Redención;  pero cada una tiene algo propio que la caracteriza;  La PASCUA CELEBRA EL TRIUNFO DE jESUCRISTO,  PENTECOSTÉS LA CONSUMACIÓN DE SU OBRA.

En  la Pascua,  el jardín de la Iglesia se cubre con una nueva floración;  los neófitos y las almas renovadas durante la Cuaresma;

En Pentecostés,  esas flores se convierten en frutos sazonados por el calor del Espíritu Santo.

En la Pascua, Cristo es el jardinero que planta; en Pentecostés,  el Espíritu Santo es el que hace madurar los frutos.

 

En Pascua, por el Bautismo,  nacemos a la vida sobrenatural,  como hijos de Dios;  en Pentecostés,  por la Confirmación,  llegamos a la edad madura.

 

La fiesta cristiana de Pentecostés celebra dos acontecimientos,  uno histórico y otro místico.

 

El Histórico lo refieren los Hechos de los Apóstoles y los discípulos de Jesucristo,  en número de 120, se reunieron en el Cenáculo en una especie de retiro espiritual,  con María la Madre de Jesús.  El  décimo día,  a las 9 de la mañana,  se dejó oír de improviso un gran ruido,  como de un huracán impetuoso que llenó toda la casa.  Aparecieron entonces como lenguas de fuego que fueron a posarse sobre las cabezas de cada uno.  Y bajo este símbolo recibieron al Espíritu Santo.

 

Una tradición asegura que ese día y a esa misma hora.  San Pedro celebró la primera misa,  en el mismo lugar donde unas semanas antes Jesús había instituido este adorable misterio.  Lo cual parece confirmarse por este dato:  antes de Pentecostés,  el Libro de los Hechos de los Apóstoles,  -que contiene la Historia de los primeros años de la Iglesia-,  no dice una palabra de la Eucaristía.  Pero inmediatamente después,  asegura que los primeros cristianos «asistían asiduamente a la predicación de los Apóstoles,  a la «Fracción del Pan» (La Eucaristía) y la oración en común».

El hecho místico es la constante efusión del Espíritu en la Iglesia,  en las almas,  efusión que se realiza de una manera especial,  el día en que la Iglesia celebra el aniversario de aquel acontecimiento  histórico,  como lo explicamos en otro lugar.

 

De manera que en este día tienen una realidad sobrenatural y una actualidad muy verdadera estas palabras de la Iglesia en el Prefacio de Pentecostés:

  • Jesús,  subiendo a lo más alto de los cielos y sentándose a la diestra del Padre derrama en este día sobre los hijos de adopción,  al Espíritu Santo que había prometido.  Por lo que,  difundiendo por todas partes el gozo divino,  todo el orbe de la tierra se estremece de júbilo y de alegría.

Pentecostés es la Fiesta del fuego, por eso se le llama Pascua roja y la Iglesia la celebra con ornamentos color de fuego.

 

El fuego es la fuente del calor,  de la luz  y  de la vida,  y el símbolo del amor.  ¿No es el fuego del sol el que ilumina y descubre a nuestra vista los más espléndidos horizontes? ¿No es el calor el que hace germinar las simientes y cubre la tierra de flores y frutos?  ¿Y el orden espiritual,  el amor no es,  como el fuego,  la fuente de la luz,  del calor y de la vida?

 

Por eso el fuego es uno de los símbolos escripturarios  del Espíritu Santo,  que manifiesta cuál es la actividad del Espíritu divino  en nuestras almas:   Es Luz que nos hace comprender las enseñanzas de Cristo y penetrar los misterios de la fe.  «El Espíritu  Santo, decía Jesús,  os  enseñará todo y os recordará todo lo que he dicho»  (Jn 13, 26)  (Jn 14, 13)   (ll Co 2, 10) «Cuando venga el Espíritu de verdad,  os enseñará toda verdad». Porque el Espíritu de Dios todo lo penetra,  hasta los más arcanos misterios.  «Veni Creator»

 

Es calor que quema todo lo que mancha y afea a las almas;  pecados imperfecciones y miserias;  calor que purifica,  por consiguiente;  fuego que caldea a las almas frías,  que es fervor,  actividad plena,  entusiasmo ardiente,  vida plena y fecunda…  Por eso la Iglesia le llama fuego, «Veni Creator» le pide que caliente lo que está frio.

 

Es vida.  Lo que es el alma para el cuerpo, eso es el Espíritu Santo  para nuestra alma.  Es el alma de nuestra alma.  Cadáver es un cuerpo sin alma;  cadáver también,  en el orden sobrenatural,  es un alma sín el  Espíritu Santo.

Más aún:  en el Cuerpo Místico de Cristo,  si la Cabeza es Jesús,  el alma es el Espíritu Santo.   El  Espíritu divino es pues el alma de la Iglesia,  de todo el Cuerpo místico de Cristo;  sin el  Espíritu Santo,  la Iglesia no tendría vida:  sería un  cadáver.

 

Si el Espíritu  Santo  es luz,  calor  y vida,  es  porque es el AMOR.  El amor es el fuego que ilumina calienta y vivifica a las almas.

 

En resumen,  Pentecostés,  es la fiesta del fuego.  Del fuego,  símbolo bajo el cual Dios ha hecho tres grandes teofonías al mundo:

 

  • El fuego del Sinaí,  que inició la religión del temor.
  • El fuego del Cenáculo,  que inició la religión del amor.
  • El fuego del último día de los tiempos,  que purificará la Creación,  manchada por el pecado,  e  inaugurará el Pentecostés eterno del cielo y consumará todas las cosas en Dios…

 

    Fuente: Vida Liturgica P. Guadalupe Treviño

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