Nuestra Señora de los Dolores (Viernes Santo): Las Horas de la Pasión


La sepultura de Jesús

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Dolorosa Mamá mía,  ya veo que te dispones al último sacrificio:  tener que dar sepultura a tu Hijo Jesús muerto.  Y resignadísima a los Quereres del Cielo,  lo  acompañas y con tus mismas manos lo depones en el sepulcro…  Y mientras recompones esos miembros,  tratas de decirle un último adiós,  de darle el último beso,  y por el dolor te sientes arrancar el corazón del pecho.  El amor te deja clavada sobre esos miembros,  y por la fuerza del dolor y del amor tu vida está a punto de quedar apagada junto con tu muerto Hijo…

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Pobre Mamá,  ¿cómo harás ya sin Jesús?  Él es tu vida,  tu todo…  y sin embargo,  es el Querer del Eterno el que así lo quiere.  Ahora tendrás que combatir con dos potencias insuperables:  El Amor y el Querer Divino… El amor te tiene clavada,  de modo que no puedes separarte,  pero el Querer Divino se impone y quiere este sacrificio…  Pobre Mamá,  ¿cómo harás? ¡Cuánto te compadezco!  ¡Ah,  ángeles del Cielo,  venid a ayudarla a separarse del cuerpo muerto de Jesús…  pues si no,  Ella morirá!

Mas,  oh prodigio,  mientras parecía extinguida juntamente con Jesús,  oigo su voz temblorosa e interrumpida por sollozos,  que dice:

«Hijo,  Hijo amado,  éste era el único consuelo que me quedaba y que mitigaba mis penas:  tu Santísima Humanidad,  desahogarme sobre estas llagas y adorarlas y besarlas… Pero ahora también se me quita esto,  porque el Querer Divino así lo quiere.  Y  Yo me resigno.  Pero sabe, oh Hijo,  que lo quiero…  y no puedo.  Al solo pensamiento de hacerlo,  las fuerzas se me desvanecen y la vida me abandona… Ah permíteme,  oh Hijo,  que para poder recibir fuerza y vida para esta amarga separación,  me deje sepultada eternamente en ti,  y que para mi vida tome tu vida,  tus penas,  tus reparaciones y todo lo que Tú eres… Ah,  sólo un intercambio de vida entre Tú y Yo puede darme la fuerza de cumplir el sacrificio de separarme de ti.»

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Afligida Mamá mía así decidida,  veo que de nuevo recorres esos miembros,  y poniendo tu cabeza sobre la de Jesús,  la besas y en ella encierras tus pensamientos,  tomando para ti sus espinas,  sus afligidos y ofendidos pensamientos y todo lo que ha sufrido en sus sacratísima cabeza… ¡Oh,  cómo quisieras animar la inteligencia de Jesús con la tuya para poder darle vida por vida!… Y ya sientes que empiezas a revivir,   con haber tomado en tu mente los pensamientos y las espinas de Jesús…

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Dolorosa Mamá,  te veo que besas los ojos apagados de Jesús.  Y se me parte el corazón al ver que Jesús ya no te mira más…  ¡Cuántas veces esos ojos divinos, mirándote,  te extasiaban en el Paraíso y te hacían resucitar de la muerte a la vida!  Pero ahora, al ver que ya no te miran,  te sientes morir… Por eso veo que dejas tus ojos en los de Jesús y que tomas para ti los suyos,  sus lágrimas y la amargura de esa mirada que ha sufrido tanto al ver las ofensas de las criaturas y tantos insultos y desprecios.

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Veo que besas también,  oh traspasada Mamá,  sus santísimos oídos, y lo llamas y lo llamas y le dices: «Hijo mío, ¿pero es posible que ya no me escuches más? Tú, que me escuchabas y que atendías hasta el más pequeño gesto mío… Y ahora que lloro y que te llamo ¿no me escuchas? ¡Ah,  el amor verdadero es el más cruel tirano!Tú eras para Mí más que mi propia vida.  ¿Y ahora tendré que sobrevivir a tan gran dolor? Por es,  oh Hijo,  dejo mis oídos en los tuyos y tomo para Mí todo lo que han sufrido tus santísimos oídos,  el eco de todas las ofensas que en ellos resonaban… Sólo esto me puede dar la Vida:  tus penas y tus dolores…»

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Y mientras esto dices,  es tan intenso el dolor y las angustias en tu Corazón,  que pierdes la voz y te quedas sin movimiento… ¡Pobre Mamá mía,  pobre Mamá mía,  cuánto te compadezco!  ¡Cuántas muertes crueles estás sufriendo!

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Pero, Mamá dolorosa,  el  Querer Divino se impone y te da el movimiento, y Tú miras el rostro santísimo de Jesús,  lo besas y exclamas:  «¡Hijo adorado,  cómo estás Jesús,  lo besas y exclamas: «Hijo adorado,  cómo estas desfigurado;  si el amor no me dijera que eres mi Hijo,  mi Vida,  mi todo,  no sabría reconocerte…  tanto has quedado irreconocible!  Tu natural belleza se ha convertido en deformidad,  tus rosadas mejillas se han hecho violáceas;  la luz,  la gracia que irradiaba tu hermoso rostro  -que mirarte y quedar arrobado era una misma cosa-,  se ha transformado en la palidez de la muerte,  oh Hijo amado… ¡Hijo,  a qué has quedado reducido! ¡Qué horrible trabajo ha realizado el pecado en tus santísimos miembros!  ¡Oh,  cómo quisiera tu inseparable Mamá devolverte tu primitiva belleza! Quiero fundir mi cara en la tuya y tomar para Mi tu rostro,  las bofetadas,  los salivazos,  los desprecios y todo lo que has sufrido en tu rostro adorable…  ¡Ah  Hijo,  si me quieres aún viva,  dame tus penas,  de lo contrario me muero!»

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Y tan grande es el dolor que te sofoca que te corta las palabras y quedas como extinguida sobre el rostro de Jesús… ¡Pobre Mamá,  cuánto te compadezco!  Ángeles míos,  venid a sostener a mi Mamá, su dolor es inmenso, la inunda,  la ahoga,  y ya no le quedan más vida ni fuerzas… Pero el Querer Divino,  rompiendo estas olas de dolor que la ahogan,  le restituye la vida.

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Y llegas ya a su boca, y al besarla te sientes amargar tus labios por la amargura de la hiel que ha amargado tanto la boca de Jesús,  y sollozando continúas:

«Hijo mío,  dile una última palabra a tu Mamá… ¿Pero es posible que no haya de volver a escuchar nunca más tu voz?  Todas las palabras que en vida me dijiste,  como otras tantas flechas me hieren el Corazón de dolor y de amor;  y ahora,  al verte mudo,  estas flechas se remueven en mi lacerado Corazón y me dan innumerables muertes,  y a viva fuerza parece que quieran arrancarte una última palabra…  y no obteniéndola,  me desgarran y me dicen:   «Así es,  ya no más lo escucharás;  no volverás a oír más sus dulces acentos,  la armonía de su palabra creadora,  que en ti creaba tantos paraísos por cuantas palabras decía»… ¡Ah,  mi paraíso se terminó y no tendré sino amarguras! ¡Ah Hijo,  quiero darte mi lengua para reanimar la tuya!  Ah,  dame lo que has sufrido en tu santísima boca,  la amargura de la hiel, tu sed ardiente, tus reparaciones y tus plegarias;  y así, oyendo por medio de éstas tu voz,  mi dolor podrá ser más soportable… y tu Mamá podrá seguir viviendo en medio de tus penas…»

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Mamá destrozada,  veo que te apresuras porque los que están contigo quieren ya cerrar el sepulcro, y casi como volando pasas sobre las manos de Jesús… las tomas entre las tuyas,  las besas,  te las estrechas al Corazón y dejando las manos en las tuyas,  tomas para ti los dolores y las heridas que han deshecho esas manos santísimas… Y llegando a los pies de Jesús y mirando la cruel destrucción que los clavos han hecho en sus pies,  pones en ellos los tuyos y tomas para ti esas llagas, entregándote en lugar de Jesús a correr en busca de todos los pecadores para arrancarlos al infierno…

Angustiada Mamá,  ya veo que le dices el último Adiós al Corazón traspasado de Jesús… Aquí te detienes;  es el último asalto que recibe tu Corazón materno,  y te lo sientes arrancar del pecho por la vehemencia del amor y del dolor,  y por sí mismo se te escapa para ir a encerrarse en el Corazón Santísimo de Jesús;  y Tú,  viéndote sin Corazón,  te apresuras a tomar para ti el Corazón Sacratísimo de Jesús,  su amor rechazado por tantas criaturas,  tantos deseos suyos ardientísimos,  no realizados por la ingratitud de ellas,  y los dolores,  las heridas que traspasan ese Corazón sagrado y que te tendrán crucificada durante toda tu vida… Y mirando esa ancha herida, la besas y tomas en tus labios su sangre,  y sintiéndote la vida de Jesús,  sientes las fuerzas para soportar la amarga separación…  Y así,  lo abrazas y te retiras… y estás a punto de permitir que sea cerrado el sepulcro con la piedra…

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Pero yo,  Dolorosa Mamá mía,  llorando te suplico que no permitas aún que Jesús nos sea quitado de nuestra mirada;  espera que primero me encierre en Jesús para tomar su Vida en mí… Si no puedes vivir sin Jesús Tú,  que eres la Sin Mancha,  la Santa,  la Llena de Gracia,  mucho menos podré yo,  que soy la debilidad,  la miseria, la llena de pecados… ¿Cómo voy a poder vivir sin Jesús?  Ah Mamá dolorosa, no me dejes sola,  llévame contigo;  pero antes depositarme toda en Jesús,  vacíame de todo para poder poner a Jesús por entero en mí,  así como lo has  puesto en ti…  Comienza a cumplir conmigo el oficio de Madre que te dio Jesús estando en la Cruz,  y abriendo mi pobreza externa una brecha en tu Corazón materno,  enciérrame toda por completo en Jesús con tus mismas  manos maternas.  Encierra los pensamientos de Jesús en mi mente,  a fin de que no entre en mi ningún otro pensamiento.  Encierra los ojos de Jesús en los míos para que nunca pueda escapar yo a su mirada.  Pon sus oídos en los míos para que siempre lo escuche y cumpla en todo su Santísimo Querer… Su rostro ponle en el mío a fin de que contemplándolo ese Rostro tan desfigurado por amor a mí,  lo ame,  lo compadezca y repare.  Pon su lengua en la mía,  para que hable,  rece y enseñe con la lengua de JESÚS.  Pon sus manos en las mías para que cada movimiento que yo haga obra que realice,  tomen vida en las obras y movimientos de Jesús.  Sus pies ponlos en los míos,  a fin de que cada paso  que yo  dé  sea vida,  salvación,   fuerza  y celo para todas las criaturas…

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Y ahora,  afligida Mamá mía,  permíteme que bese su Corazón y que beba su Preciosísima  Sangre,  y encerrando Tú su Corazón en el mío,  haz que pueda vivir yo de su amor,  de sus deseos y de sus penas… Y ahora toma la mano derecha de Jesús, rigida ya, para que me des con ella su última bendición…

Veo que ahora ya permites que la piedra cierre el sepulcro,  y  Tú,  destrozada,  la besas y llorando dices tu último Adiós a Jesús…  y después te alejas del sepulcro.  Pero tu dolor es tanto que quedas petrificada y helada…  Traspasada Mamá,  contigo le digo Adiós a Jesús y, llorando,  quiero compadecerte y hacerte compañía en tu amarga desolación.  Quiero ponerme a tu lado para decirte en cada suspiro tuyo,  en cada dolor,  una palabra de consuelo,  para darte una mirada de compasión… Recogeré tus lágrimas,  y si te veo desvanecerte,  te sostendré en mis brazos.

 

 

Fuente: Las Horas de la Pasión de Luisa Picarreta

 


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