Segunda Agonía de Jesús en el Huerto de Getsemaní


 

Segunda Hora de agonía en el Huerto de Getsemaní

Oh,  dulce Jesús mío,  ya ha transcurrido una hora desde que llegaste a este Huerto.  El Amor  tomó la primacía sobre todo,  haciéndote sufrir todo junto lo que los verdugos te harán sufrir en el curso de  tu amarguísima Pasión;    más aun, suplió y llego hacerte sufrir todo lo que ellos no podrán,   y en las partes más internas de tu Divina Persona.   Jesús mío,  te veo ya vacilante en tus pasos,  pero no obstante,  quieres caminar.  Dime, oh bien mío, ¿a dónde quieres ir?  Ah,   ya  comprendo,    a  encontrar  a tus amados discípulos…

Y yo también quiero acompañarte para sostenerte si Tú vacilas.   Pero,  oh Jesús mío,  otras amarguras encuentra tu Corazón:   Ellos duermen y Tú,  siempre piadoso,  los llamas,   los despiertas y con paternal amor los amonestas y les recomiendas la vigilancia y la oración.  Vuelves  luego al Huerto,  pero llevas otra herida en el Corazón,  y en esta herida veo,   oh amor mío,   todas  las  heridas de las almas consagradas a ti,   que,  o por tentación o por estado de ánimo o por falta de mortificación,   en vez de estrecharse a ti,   de velar y orar,   se abandonan  a sí mismas y,  somnolientas,  en vez de progresar en el amor y en la unión contigo,  retroceden…

Cuánto te compadezco,  oh  amante apasionado,   y te reparo por todas las ingratitudes de tus más fieles.  Estas son las ofensas que mayormente entristecen a tu corazón adorable y es tal y tan grande su amargura que te hacen delirar.   Pero, oh amor mío sin límites,  tu amor que te hierve en las venas vence todo y olvida todo.   Te veo postrado por tierra,   y oras,  te ofreces,   reparas y quieres glorificar al Padre en todo,  por las ofensas que le hacen las criaturas.   También yo,   oh Jesús mío,   me postro contigo y unido a ti quiero hacer lo que haces Tú…

Oh Jesús,  delicia de mi corazón,   veo que la multitud de todos los pecados,   nuestras miserias,   nuestras debilidades,   los más enormes delitos,   las más negras ingratitudes,   te vienen al encuentro,   se arrojan  sobre ti y te aplastan,   te hieren,   te muerden… Y Tú,  ¿qué  haces?   La  sangre que te hierve en las venas hace frente a todas estas ofensas,   rompe las venas  y  en copiosos arroyos  brota fuera,   te empapa todo y corre hasta la tierra,  dando  sangre  por ofensas…

¡Ah,   a qué  estado te veo reducido,   está expirando  ya !   Oh bien mío.  dulce vida mía,   no te mueras,   levanta la cara de esta tierra que has mojado con tu sangre  preciosísima,   ven a mis brazos   y  haz  que  yo  muera  en  vez  de  ti…

 

Pero  oigo  la  voz  trémula  y  moribunda  de  mi  dulce  Jesús,   que dice:  

¡Padre,   si es posible, pase de Mí este cáliz, pero hágase no mi voluntad sino la Tuya»

Ya  es  la segunda vez que oigo esto de mi dulce Jesús.  ¿Pero qué es lo que me quiere hacer comprender con estas palabras:   «Padre,  si  es  posible  pase de Mí este cáliz?» Oh Jesús,   se te hace presentes todas las rebeliones de las criaturas,  ves por casi todas rechazado aquel «Hágase tu Voluntad» que debía ser la vida de cada criatura,  y  éstas,  en vez de  encontrar la vida,  encuentran la muerte;  y Tú,   queriendo dar la vida a todas y hacer una solemne reparación al Padre por las rebeliones de las criaturas,   por tres veces repites:  «¡Padre,  si es posible pase de Mí este cáliz», es decir,   «el cáliz amargo de que las almas,   separándose de nuestra Voluntad,   se  pierdan»…

«Este cáliz es para Mí muy amargo;  sin embargo,  no se hag mi voluntad sino la Tuya».


Pero mientras dices esto,  es tal y tan grande la amargura que te reduce al extremo,  te hace agonizar  y  estás a  punto  de  dar  el último  respiro…

Oh Jesús mío,   Bien mío,   ya que estás en mis brazos,   yo también quiero unirme contigo,   quiero repararte  y compadecerte por todas las faltas,   por todos los pecados que se cometen contra tu  Santísimo Querer,   y suplicarte  que yo siempre hago todo en tu Santísima Voluntad;  que tu  Voluntad   sea  mi  respiro,    mi  aire;   que  tu  Voluntad sea mi latido,  sea mi corazón,   mi pensamiento,   mi  vida  y  mi  muerte…

Pero,   ah,   no te mueras.  ¿Adónde podré ir sin ti?   ¿A quién me volveré,   quién me ayudará?  Todo acabaría para mí.  Ah,   no me dejes,  tenme como quieras como a ti mas te plazca,  pero tenme contigo,   siempre contigo ;   como a ti más te plazca,   pero tenme contigo,  siempre contigo;  que jamás suceda que,   ni por un instante,   me quede separada de ti,   déjame endulzarte,  repararte y compadecerte por todos,  porque veo que todos los pecados,  de todas las especies, pesan  sobre  ti.

Por eso,  Amor mío,  beso tu santísima cabeza…   Pero,  ¿qué veo? Todos los malos pensamientos,  y Tú sientes un horror.  Cada pensamiento malo es una espina para tu sacratísima cabeza,  que te hiere acerbamente; ah,  no se podrán comparar con la corona de espinas que te pondrán los judios…

¡Cuántas coronas de espinas te ponen en tu adorable cabeza los malos pensamientos de las criaturas!,  tanto que la sangre te brota por todas partes;  de la frente, y hasta de entre los cabellos…    Jesús,  te compadezco y quisiera ponerte otras tantas coronas de gloria y para endulzarte te ofrezco todas las inteligencias de los ángeles y tu misma inteligencia para ofrecerte una compasión y una reparación por todos.

 

Oh Jesús,  beso tus ojos piadosos.. Y en ellos veo todas las malas miradas de las criaturas que hacen correr sobre tu rostro lágrimas de sangre… Te compadezco y quisiera endulzar tu vista poniéndote delante todos los gustos que se pueden encontrar en el  Cielo y en la tierra.

 

Jesús,  bien mío, beso tus sacratísimos   oídos…  Pero, ¿qué escucho?  En ellos  oigo el eco de las horrendas blasfemias,  los gritos de venganza y de maledicencia; no hay ni una voz amante y dulce que resuene en tus sacratísimos oídos…  Oh amor insaciable,  te compadezco, y quiero consolarte haciendo resonar en ellos todas las armonías del Cielo, la voz dulcísima de tu querida Mamá,  los encendidos acentos de la Madgalena y de todas las almas que te aman.

 

Jesús, vida mía,  un beso más encendido quiero poner en tu rostro, cuya belleza no tiene par…  Ah, este es el rostro,  cuya belleza no tiene par…  Ah,  este es el rostro ante el cual los ángeles no se atreven a levantar la mirada,  y es tal y tanta su hermosura que a ellos los arrebata, pero que las criaturas sí se atreven a ensuciarlo con salivazos, a golpearlo con bofetadas y a pisotearlo bajo los pies.  ¡Amor mío que osadía!  ¡Quisiera gritar fuertemente para ponerlos en fuga!  Te compadezco, y para reparar estos insultos me dirijo a la Trinidad  Sacrosanta para pedir el beso del Padre  y del Espíritu Santo y las inimitables caricias de sus manos creadoras, me dirijo también a la Mamá Celestial para que me dé sus besos, las caricias de sus manos maternas y sus profundas adoraciones,  me dirijo también a todas las almas consagradas a ti y te lo ofrezco todo para repararte por las ofensas hechas a tu santísimo rostro.

Fuente: Las Horas de la Pasión de Luisa Picarreta


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