La Cena Legal
Oh Jesús, ya llegas al Cenáculo con tus amados discipulos y te pones a la mesa con ellos. Qué dulzúra, qué afabilidad muestras en toda tu Persona al abajarte a tomar por última vez el alimento material. Aquí todo es amor en ti, y también es esto no sólo reparas por los pecados de gula sino que nos obtienes también la santificación del alimento; Y de igual modo que éste se convierte en fuerza, así nos obtienes la santidad hasta en las cosas más bajas y más corrientes.
Jesús, vida mía, tu mirada dulce y penetrante parece escrutar a todos los Apóstoles; y aun en ese acto de tomar el alimento, tu corazón queda traspasado viendo a tus amados Apóstoles débiles y vacilantes todavía, sobre todo el pérfido Judas el fondo de tu corazón amargamente dices: «¿Cuál es la utilidad de mí Sangre? ¡He ahí un alma, tan beneficiada por Mí: está pedida!» Y con tus ojos resplandecientes de luz lo miras, como queriendo hacerle comprender el gran mal cometido. Pero tu suprema caridad te hace soportar este dolor y no lo manifiestas ni siquiera a tus otros amados Apóstoles… Y mientras sufres por Judas, tu corazón querría llenarse de alegría viendo a tu izquierda a tu amada discípulo Juan, tanto que, no pudiendo contener más el amor, atrayéndolo dulcemente a ti le haces apoyar su cabeza sobre tu corazón, haciéndole probar el Paraíso por adelantado. Es en esta hora solemne cuando en los discípulos son representados dos pueblos, el réprobo y el elegido. El réprobo en Judas, que ya siente el infierno en el corazón, Y el elegido en Juan, que en tí reposa y goza.
Oh dulce Bien mío, también yo me pongo a tu lado y junto con tu discípulo amado quiero apoyar mi cabeza cansada sobre tu corazón adorable y rogante que a mí también me hagas sentir sobre esta tierra las delicias del Cielo, y así la tierra ya no sea más tierra para mí sino Cielo, raptada por las dulces armonías de tu corazón… Pero en esas armonías dulcísimas y divinas diento que se te escapan dolorosos latidos: ¡Son por las almas que se perderán! Haz que tu palpitar corriendo en el suyo les hagas sentir los latidos de la vida del Cielo como lo siente tu amado discípulo Juan y que atraídas por la suavidad y la dulzura de tu amor puedan rendirse todas a ti.
Oh Jesús, mientras me quedo en tu corazón dame también a mí el alimento como se lo diste a los Apóstoles: El alimento de la Divina Voluntad, el alimento del amor, el alimento de la Palabra divina. Y jamás, oh Jesús mío, me niegues este alimento que tanto deseas Tú darme, de modo que forme en mí, tu misma vida.
Dulce Bien mío, mientras me estoy a tu lado veo que el alimento que tomas con tus amados discípulos no es sino un cordero. Es el cordero que te representa, y como en este cordero no queda ningún humor vital por la acción del fuego, así Tú, místico cordero, que por las criaturas debes consumirte todo por fuerza de amor, ni siquiera una gota de tu sangre conservarás para ti, derramándola toda por amor a nosotros. Nada haces Tú que no represente a lo vivo tu dolorosísima Pasión, la que tienes siempre en la mente, en el corazón, en todo, y así me enseñas que si yo tuviera también siempre en la mente y en el corazón el pensamiento de tu Pasión, jamás me negarías el alimento de tu amor.
¡ Cuánto te doy las gracias, oh Jesús mío! Ningún acto se te pasa en que no me tengas presente y con el que no pretendas hacerme un bien especial, por eso te ruego que tu Pasión esté siempre en mi mente, en mi corazón, en mis mirada, en mis pasos, en mis obras, a fin de que a donde quiera que me dirija, dentro y fuera de mí, te encuentre siempre presente para mí, y dame la gracia de que no olvide jamás lo que tú sufriste y padeciste por mí. Esto sea para mí como un imán que atrayendo todo mi ser a ti, haga que no pueda nunca jamás alejarme de ti.