Miércoles Santo: Meditación


 

 

 

Dice Jesús:  » Hasta  que un alma no acepta ser admitida  en el  «secreto del dolor»  que Yo, Cristo,  he sabor eado hasta el fondo,  no puede pretender conocer a fondo mi Doctrina,  ni tener luces concedidas a todos.  Yo hago brotar de mi Frente coronada de espinas,    de mis Manos  traspasadas,   de mis pies perforados, de mí Pecho desgarrado,  Rayos de Luz especial.   Pero éstos van a quienes se unen a mis Llagas y a mi Dolor y encuentran el Dolor y las Llagas más hermosos  que  cualquier otra cosa creada».

Cada alma enamorada de Mi  hasta el punto de seguirme en la tortura y en la muerte que es vida, lleva mi Estigmas en su corazón, en su mente.  Mis Rayos son armas que hieren y luces que iluminan.  Son Gracias que entra y vivifica.  Son Gracias que instruye y eleva. Por mi Bondad doy infinitamente a quien se da totalmente a Mí.

¿Notas como duelen la ingratitud y el desamor?   ¡ Oh! ¡ninguna tortura física es comparable a éstas!  Y piensa que para Mi fueron y son muchedumbres.  Dar afecto y recibir indiferencias y hastío,  dar obras y verlas rechazadas, supera en potencia a los golpes de los flagelos y al penetrar de las espinas.  Estas son cosas que hieren sólo la carne,  pero indiferencia,  ingratitud,  hastío,  hieren el alma,  agitan el espíritu…

A quien venga a Mí,  Fuente de Vida,  Yo daré la vida Eterna. Seré en él como un manantial que no muere nunca y que con su ser lava y fecunda.  Pero para quienes saben venir a Mi con verdadero y generoso amor,  no daré sólo la Vida Eterna ni seré sólo Fuente de Vida Eterna.  Seré Fuente de perpetua Dulzura.  El verdadero,  generoso amor, lo poseen aquellos que no se ocupan más que de Mis intereses y que no apartan de Mi su mirada espiritual.

Sólo Yo, el Hombre Dios,  tengo un Corazón similar al de ustedes:  un Corazón de hombre perfeccionado,  por mi Naturaleza Divina,  para ser Corazón de Hombre-Dios. Y este Corazón está dilatado hasta la aflicción del Amor que lo llena y del que el mundo no quiere tomar.

Mi  vestidura,  la  vestidura  que les doy,  es la que Yo he impregnado con mi Sangre durante la agonía espiritual,  moral y física que va desde el Getsemaní hasta el  Gólgota.  Mí Corona es la de espinas y mi Cetro es la Cruz,  Pero  ¿quién quiere estas joyas de Cristo?  Tan sólo mis verdaderos amantes, Y a éstos los despojo con rito de alta Caridad.  Cuando termine el tiempo de la tierra,  vendré  resplandeciente para cada uno de mis amantes,  a fin de introducirlos en la Gloria.

Que nada te pase,  nada te repugne,  nada descuides. Aunque el camino sea cada vez más pesado,  piensa en tu Jesús que también encontró tan duro el último sendero que le llevaba al Gólgota.   Cada víctima es un pequeño redentor:  de sí mismo y de los hermanos. Y los caminos de la redención no son agradables caminos florecidos:  son subidas pedregosas,  llenas de espinos,  que se recorren con una cruz sobre los hombros,  la fiebre en las venas,  la flaqueza en la carne moribunda,  el sabor de la sangre en la boca reseca,  las espinas sobre la cabeza y la perspectiva de la tortura final en el corazón.

La redención cumple en la cumbre,  Y la última grandeza del rito expiatorio tiene las piedras preciosas de los tres clavos.  el desgarro de las últimas dulzuras de afectos,  la soledad entre Cristo y la tierra,  la oscuridad no sólo en la atmósfera sino en el corazón,  Después viene el sol a besar al inmolado.  Pero antes están las tinieblas y el dolor,  Sólo Jesús ayuda y sólo Jesús instruye,  porque ha vivido en experiencia,  instruye para sufrir el martirio de Amor.

Pero como antes de sufrirlo tuve que crecer a la vida y nutrirme de la leche de mi Madre como primer sustento,  y después con el alimento preparado con sus santas manos,  así cada pequeño redentor debe vivir en María para formarse a ser un Cristo.  Jesús es la fuerza del alma.  María en dulzura.

Antes de beber el vinagre y la hiel hay que tomar el vino aromático.  y  éste se los da la sonrisa reconstituyente de María.  Bálsamo que me hizo feliz en la tierra,  bálsamo que me hace feliz en el Paraíso,  y con Dios hace feliz a todo el paraíso; La sonrisa de mi Madre es estrella en la vida  y estrella en la muerte.  Y   sobretodo estrella en el dolor de la inmolación.  Yo he mirado esa heroica sonrisa desgarrada de mi Madre ,  único consuelo,  infinito consuelo que subía  hacia mi tormento.  La he mirado para no permitir que la desesperación se me acercara.  Mírenla,  ustedes,  hombres que sufren.  La sonrisa de María hace huir al demonio de la desesperación. Vivan unidos a María de quien son hijos como lo soy yo.

 

Vivan sobre el Corazón de María,  almas que quiero llevar al Cielo. Las manos de esta Madre que no decepciona a sus hijos están llenas de caricias para ustedes.  Sus brazos los estrechan contra el seno que me ha llevado y su boca dice las palabras que me han consolado a Mí.  Allí no entra la agitación  porque es la Madre de la Paz.  Allí no entra el Enemigo porque Ella es la Victoriosa.  Que María les  enseñe las altas llamas de la Caridad,  Ella que es la Hija,  la Madre, la Esposa de la Caridad.

Corta todos los puentes entre el mundo y tú.  Vive en Jesús y María. Recuerda que,  aunque,  el hombre hubiera dado todos sus bienes por poseer el amor,  eso no sería nada porque el Amor es algo tal respecto a Dios  -Amor de su alma,  auténtica finalidad de su vida-  todo pierde valor.  Poseer  el  Amor es lo único que cuenta.  Y el Amor se posee cuando se sabe renunciar por Él a todo cuanto se tiene. Después  vendrá la paz.  Ahora es lucha.  Pero para quien ama es lucha con coronación de victoria.  Persevera.  Pon mi sello a cada latido tuyo,  a cada trabajo Grábalo con lágrimas en las fibras de tu corazón.  Yo soy  Quien salvo y amo».

 

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Fuente:  Escrito de inspiración privada por Ma. Valtorta – 1961

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