¿Qué es la Cuaresma?


 

Cuaresma,  tiempo de conversión.

Hoy se nos anuncia gozosamente que dentro de cuarenta días será la Pascua.  Empieza así la cuenta atrás para la gran fiesta cristiana.  Es como empezar un viaje hacia la tierra más bonita,  el país de la libertad.  Habrá que hacer algunos preparativos y añadir algunos esfuerzos, para hacer el viaje conveniente. Pero hemos de tener siempre los ojos fijos en esa meta,  que es el sostén de todas las fiestas y el fundamento de nuestra esperanza,  la resurrección de nuestro Señor Jesucristo,  que a su vez es promesa y anticipo de todas nuestras resurrecciones.

Cuaresma es camino hacia la Pascua.  Se abre un tiempo de esperanza activa y de preparación exigente.  Lo propio de todo caminante o atleta que espera entrar victorioso a la meta.  Lo podemos llamar tiempo de conversión.

La  Conversión  no  es, desde  luego  un conjunto de prácticas ascéticas:   vamos a   ayunar  algo  más,   vamos a fumar algo menos,   vamos a dedicar un poco más de tiempo a la oración y un poco menos a la televisión,  vamos a ser más generosos y hacer alguna obra más de caridad, vamos a gastar un poco menos.

Tampoco es conversión el esfuerzo por corregir un defecto o progresar en una determinada virtud.  Ni es conversión hacer,  como en los ejercicios espirituales,  una serie de buenos propósitos,  de los que nos iremos olvidando progresivamente.  La conversión es algo más radical,  la metanoia,  cambio de la mente y el corazón,  cambio del  ser  entero.  En términos bíblicos es un volver a nacer;  es un empezar a ver  -ojos nuevos, como los de Pablo-;  es un cambiar el corazón de piedra por un corazón de carne; es un crucificar nuestra vida vieja,  clavando en la cruz hasta las raíces el pecado;  es un morir con Cristo,  para resucitar con él.  Sin muerte no hay resurrección;  si no nos convertimos,  no podemos celebrar la Pascua.

Se comprenderá que una conversión tan de raíz es imposible conseguirla con sólo nuestro esfuerzo,  Si eres tú el que te empeñas en convertirte,  no terminarás nunca.  Es más,  cuando crees que progresas es cuando menos avanzas.

Este tema espiritual es muy complicado.  Te parece que avanzas en virtud y empiezas a perder en humildad.  La santidad no se conquista,  se regala.  Es algo casi imperceptible,  de lo que no te das cuento,  y ahí está su encanto.  El que se sabe santo,  pierde frescura.  El que se «esfuerza» por ser santo  se deshumaniza y desequilibra.  El que se cree un santo es el que menos sabe de santidad y de Dios, y, por el contrario,  el que se siente un ruin y miserable,  «sale del templo justificado».  ¡Qué peligrosa es la autocomplacencia espiritual!  Aquí Prometeo no tiene nada que hacer.  Todo será más bien obra de la gracia y del Espíritu.  Tú puedes hacer algo por recibir el bautismo de Juan,  pero no podrás hacer nada por conseguir el bautismo de fuego y Espíritu.  Lavarse es más o menos fácil,  pero nacer, nacer,   sólo se nace del Espíritu.

Por eso,  la verdadera conversión,  sin menoscabo de su dimensión libre y responsable,  es más pasiva que activa. Tú puedes poner el deseo,  la confianza,  la apertura -y aun esto es demasiado poner para una pobre criatura-  pero el resto de la conversión es obra de Dios.

No te empeñes tanto en convertirte.  Pide que el Señor te convierta.  No digas:  voy a corregir esto,  voy a renunciar a aquello,  me voy a convertir a esto otro.  Di más  bien: Señor,  convierteme;  Señor,  cambia  mi  corazón;  Señor,  transforma  mi  espíritu.

 

(Caritas, Rios del corazón,1993)

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