Vivir amando y Sufrir pensando en el Paraíso


 

Aquí  abajo  no  hay  nada  definitivo.

Todos  estamos  de  paso  y  ninguno  es  árbol  perene.

De un momento a otro,  sanos y enfermos,  jóvenes y ancianos,  podemos recibir la notificación del  despido  y  el  aviso  de  que  es  necesario  partir.

Y  de hecho, todos,  antes o después,  se van.

Se deja la casa,  sea rica o humilde;  se deja a las personas,  se dejan las cosas… y se dejan también esos  dolores  que  no  parecen  absolutamente  interminables,  Y  todo  esto,   afortunadamente.

Porque sería la peor de las desgracias una vida eterna sobre esta tierra,  con tantos afanes,  y tantos  dolores,  con tantas  ansias,  maldades,  bajezas;   mezquindades,   contradicciones.

Amigo que sufres:  no estes destinado a una fatiga interminable,  a un sufrimiento inútil,  a una lucha  constante,  a una paz  relativa  y  provisional.

Tu   puesta  está   arriba.

Allá  arriba  tu  nave,   en  la  orilla  de  la   eternidad.

El  Señor  te  ha  precedido  y  te  ha  preparado  un  puesto (Jn 14,2).

Un  puesto  como  tú  lo  deseas,  como lo has buscado siempre,  sin encontrarlo jamás,  aquí abajo.

Sabe cuanto deseas y todo lo ha preparado de antemano:  te hará conocer toda la verdad,  sin lugar a dudas ni perplejidades;  te dará  toda la libertad, sin  límites alguno, como nunca la has tenido;  te hará poseer toda la justicia,  sin opresión alguna;  un gran amor,  sin límites y sin fingimientos;   una  alegría  limpia  y  pura,  sin  malicia  y  sin  sobreentendidos…

Ha acumulado para tí todo cuanto se puede pensar de más hermoso,  de más grande, de más delicioso.

Las bellezas terrenas son una pequeña muestra,  las armonías que escuchas son sólo un eco,  estos afectos  humanos son apenas un símbolo, nuestras alegrías  son solamente una sombra de la que ha de venir,

Aquí abajo se nos da el anticipo,  la figura,  la sombra; en el Paraíso,  la dulce e inacabable realidad.

Vive,  sufre,  con el pensamiento puesto en esta realidad que ya te pertenece potencialmente;  pensando en la vida que jamás terminará,  en la Patria que te espera después del viaje de este triste desierto.

Vive con la dulce y temblorosa esperanza de escuchar, dirigidas a tí,  las suaves palabras:  VEN, SIERVO BUENO Y FIEL,  ENTRA EN EL GOZO DE TU SEÑOR. (Mt 25, 23).  con tus ojos,  que se han hecho grandes y luminosos de tanto llorar,  los ojos y la faz de Dios.

Lacordaire ha dicho  que la muerte es el momento más hermoso en la vida del hombre ,  y es verdad, porque es el dies natalis  de la eternidad,  para la que hemos sido creados,  En efecto,  la muerte es como pasar una hoja cuya primera página es la del tiempo y la segunda la de la eternidad.

Pero el hombre no puede comprenderlo,  porque se trata de bienes y de sublimidades que trascienden infinitamente su mente limitada y oscurecida:  Ni el ojo vio, ni el oído oyó… lo que Dios ha preparado para los que le aman. (1 Cor 2, 9).

No obstante, cuando los místicos han vislumbrado algún pálido reflejo,  han expresado un entusiasmo indescriptible,  como esta expresión de Pascal;  «Alegría,  alegría…, lloró de alegría».

Un llanto de alegría con sólo pensar en la auténtica alegría que nos espera.

Pero ésta será grande,  indecible,  única,  sin precedentes.

La alegría de haber terminado con honor la carrera. (2 Tim 4, 7).

La alegría de ser,  para siempre,  felices en los brazos de Dios.

TODO A JESÚS POR MARÍA,  TODO A MARÍA  PARA JESÚS




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