Vivir amando y sufrir callando


Sufrir callando.

 

No te cause extrañeza la insistencia en un pensamiento repetidamente expresado:  el mundo no es generoso en comprensión.

Los  otros  no  saben  nada,  no  quieren  saber  nada  de  tu  dolor.

Son pocos los que verdaderamente lloran con el que llora,  participando sincera y fraternalmente en su dolor.

A  veces  por  egoísmo,   y   más   frecuentemente  por  una  incapacidad  comprensible.

  • No   confíes ,     pues,   excesivamente  en  la  comprensión  ajena.
  • No hables constantemente de tus penas;  no  molestes a todos, no te hagas el desierto en torno tuyo con tus tristes relatos,  lúgubres,  aburridos,  que,  desgraciadamente,  ninguno quiere escuchar.
  • No hagas pesar sobre los demás tu preciosa carga,  porque si hay algo en el mundo  que  se debe  guardar  celosamente  dentro  de  uno  mismo ,   es precisamente   eso.
  • Evita  la apariencia doliente y sacrificada que pone de manifiesto la mísera necesidad,  por  lo  demás  natural,   de   despertar  simpatías   y   atraer   la  atención.

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Que tu dolor nunca pese   sobre los que están cerca de tí:  están ya demasiado preocupados por ti,  y  tú  no  debes agravar el dolor con el desagradable estribillo de tus lamentos y tus impaciencias.

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  • La resignación, al igual que tu serenidad, son la manera más hermosa de animarles en sus preocupaciones.
  • Habla  poco  con  las  criaturas  y  mucho  con  Dios.
  • La palabra nos pone en comunicación con aquéllas, pero el silencio nos comunica con Dios.

La mayor parte de las personas,  incluidas las piadosas, disminuyen el mérito de sus sufrimientos,  porque  van  contando  lo que sufren y,  aún cuando no se  quejan,  desean que los demás lo sepan.

Y   creen  que  alivian  sus  males  contándoselos   a   las   criaturas.

  • Se amable con todos, muéstrate dispuesto a escuchar las penas de todos, pero intransigente y   fuerte   contigo   mismo.
  • Sufre tu  dolor  con   dignidad   humana  y  cristiana.
  • No  eches  a  perder  su perfume y su valor confinándolo al juicio y a la comprensión de quien está a tu lado.
  • Silencia con  empeño aun las pequeñas cruces y pequeñas mortificaciones,  porque cuando  se mantienen secretas por  amor son flores fragantes cuyo aroma sólo Dios aspira.

Y si estas crucificado en un hecho de dolor, recuerda que los mimos y caricias están bien alrededor de una cuna,  pero no en el altar del sacrificio,  al que le convienen  el  silencio,  el respeto  y  la  plegaria.

El  lecho de un enfermo no es una cuna,  sino un altar donde se inmolan una víctima y una hostia.

 

Fuente: Para sufrir menos para sufrir mejor
Misioneros Combonianos

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