Continuación de la primera meditación:
Desde luego podemos pensar: si Jesús no se desdeñó de nacer en un pesebre, no se desdeñará
tampoco de nacer en nuestros corazones.
Pero no es eso sólo, sino que El escogió aquel lugar precisamente por pobre, por desmantelado.
Si hubiera estado muy arreiglado y provisto de lo necesario, Jesús no hubiera nacido allí.
¿Por qué? El lo sabe. El puede decirnos dónde está el secreto de esa tendencia que Nuestro Señor
tiene a todo pobre.
El gusto de Jesús de nacer en un lugar muy pobre, muy humilde, muy pequeño, es
para nosotros un consuelo, porque es una seguridad de que no se deseñará denacer
en nuestros corazones.
Por consiguiente debemos pensar – y es una cosa de mucha importancia- que no son
obstáculo nuestas miserias, ni nuestra pequeñez, ni nuestra nada, para que Jesús
nazca en nuestros corazones.
Digámoslo de una ves: no sólo nace Jesús en el corazón de los santos, sino que nace también
en las almas imperfectas: con tal que se purifiquen, no hay obstáculo para que Jesús nazca
en ellas; lo único que El quiere es buena voluntad, lo cantaron los ángeles cuando nació.
Luego, ¿qué se necesita que hagamos? Una sola cosa: querer tener buena voluntad.
Si queremos, Jesús nacerá en nuestras almas.
¿Qué tenemos muchas miserias? No importa. El eligió para nacer un lugar de miserias.
¿Qué tenemos muchas faltas? No importa; el lugar donde Jesús nació estaba sucio.
¿Qué no tenemos virtudes para adornar nuestra alma? No importa. Escueto y vacío estaba
el lugar donde Jesús nació…
.
Pero no es esto solamente, me atrevo a decir más. Es una idea que he repetido muchas veces,
pero temo que no se haya comprendido.
.
Quiero decir que no solamente no son obstáculo nuestras miserias para que Jesús
venga a nosotros, sino que son un motivo especial, un motivo irresistible para que se
nos acerque.
Quienquiera que conozca a fondo el Corazón de Jesús sabe el atractivo que tiene por las
miserias.
¿Por qué le gustan? tal vez no pueda explicarlo, pero ese es su gusto.
Así como acá en la tierra hay gustos raros, que no podemos explicar, pero que existe;
así también, no podríamos explicar el gusto de Jesús, pero es un hecho que legustan
las miserias.
Ya lo vemos, para nacer eligió un lugar donde pareciera haberse reunido todas
las miserias humanas: allí estaba la pobreza, la incomodidad, la humillación, el olvido,
era un lugar despreciable.
¿Quién pensaba en aquella gruta, en aquella misma noche en que iba a nacer Jesús?… los mismos
pastores, si pasaron por allí dirigirían a la gruta una mirada distraída. De manera que el olvido,
el desprecio con la suciedad, con la pobreza, estaban reunidos en aquel lugar donde eligió
Jesús para nacer.
Y durante toda su vida no ocultó su afición a las miserias humanas. Vivió en un pueblecillo que
tenía mala fama, porque cuando Natanael le dijeron que Jesús, el Mesías, era de Nazareth,
replicó con asombro: «¿Pues qué, de Nazareth puede salir algo bueno? Pasó 30 años
de los 33 que duró su vida mortal en la casa de un obrero en la pobreza, no en la miseria,
pero sí en la penuria y en el olvido.
Cuando salió a la vida pública y quiso escoger a sus Apóstoles, eligió no sabios ni ricos,
sino de los más pobres e ignorantes. Y luego entre lasa multitudes que le seguían,
Nuestro Señor no disimulaba su aficción por aquellas personas que tenían más miserias,
¿No comía con los pecadores?… ¿No permitió que una pecadora pública estuviera a
sus pies bañara sus sagradas plantas con sus lágrimas y las enjugara con su cabellera?…
Y lo que entonces hizo y los gustos que entonces tuvo es natural que los conserve todavía,
pues El no cambia.
Y esto se ve todos los días. Tiene una afición muy especial por las almas más miserables,
se diría que cuando son mayores las miserias que encuentra en un alma, su Corazón
ternísimo no puede resistir y va hacia ellas.
El siempre se acerca a las almas. pero por las almas más miserables siente un atractivo
especial. Jesús viene a curarnos, a limpiarnos. Lejos pues, de ser obstáculo
nuestras miserias, son un atractivo para El. Debemos estar eternamente seguros de ello.
Claro está que un lugar miserable como el pesebre se puede transformar. Estoy seguro
que la Virgen Santísima y San José lo han de haber transformado, en aquella
noche bendita, en cuanto era posible.
Pues bien, eso mismo debemos hacer nosotros. Nos debemos dedicar a limpiar
más y más nuestro corazón; pero no nos apuremos, queriendo que quede nuestro
corazón como un palacio; no, es un pesebre, y los pesebres se asean, pero sólo
hasta cierto punto; no puede, sin embargo, quedar como un palacio de mármol.
Así debemos asear nuestro corazón, poniendo todos nuestros esfuerzos en purificarlo;
pero lo, repito, no nos apuremos, si queda polvo y basura, que sea la menos posible,
aunque no quede tan puro, tan limpio como lo deseáramos.
¿Cuál fue la verdadera transformación que recibió en aquella noche el portal de Belén?
Fue una transformación de amor.
Cierto que al nacer Jesús no encontró riquezas, ni ninguna de las cosas que tanto estiman
los hombres; encontró un pobre pesebre, pero caliente. Más que el buey en la leyenda
que dice estaba calentando con su baho el cuerpo ternísimo de Jesús, lo que lo
calentaba verdaderamente era el amor de aquellas almas, la ternura de María y de José.
Eso mismo debe encontrar Jesús en nuestros corazones. También debemos poner fuego
en ellos, nuestros corazones son el pesebre sucio, vacío, humilde, pero que esté caliente.
Lo único que lo calienta es el amor; no quiere más, no necesita más..
¡Si precisamente eso es lo que vino a buscar al mundo, si por amor eligió lo más
desagradable! Calentemos , calentemos la morada de nuestros corazones; amemos a
más, lo amemos mejor; así nuestro corazón estará caliente y será un lugar adecuado
para que nazca Jesús.
Yo no se si la Santísima Virgen y San José hayan podido perfumar aquel
lugar (los campesinos usan lo que llaman zahumerios, son flores secas y
hierbas olorosas que queman); pero el olor virginal de sus almas debe
haber perfumado preciosísimamente aquella gruta cuando Jesús vino a
la tierra.
Exteriormente tal vez no se respiraba ningún perfme, pero los sentidos espirituales de
Jesús, por decirlo así, deben haberse deleitado con el perfume virginal de aquellas almas.
Nosotros podemos también perfumar ese pesebre de nuestro corazón con un perfume que a
Jesús sea grato y de l que sepamos ciertamente que le agrada; porque en eso de
perfumes hay mucha diversidades de gustos; a unos les agrada más el perfume de rosas,
a otros el de violeta.
En cuanto a Jesús estoy cierto que le agradan muchos olores, pero especialmente dos:
- el olor del incienso, que es la oración , y
- el olor de la mirra, que es el sacrificio.
Con esos perfumes podemos perfumar nuestro corazón para que al venir a este
mundo pequeño de nuestra alma, pueda encontrar ahí los perfumes que le
satisfacen: incienso y mirra, el olor de la oración y el perfume del
sacrificio.
Embalsamemos nuestros corazones con esos perfumes, y Jesús vendrá
a nacer en ellos muy complacido.
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