ROSARIO MISIONERO GUADALUPANO


ROSARIO MISIONERO GUADALUPANO

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Le llamamos Rosario Misionero Guadalupano, porque en cada continente pone de relieve algún elemento del acontecimiento y del mensaje que la Madre de Dios transmitió a los pueblos de nuestro continente americano por medio de sus apariciones al Santo Juan Diego en el Tepeyac, cerrito que actualmente ha quedado enclavado en el corazón de la capital mexicana.

Ese acontecimiento marcó el alcance de la evangelización en nuestro continente. Pero no debe ser un acontecimiento y un mensaje de «ayer», pasado para siempre a la historia. Quiere y debe ser un acontecimiento siempre vivo y su mensaje debe ser siempre vigente entre los pueblos americanos.

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Santa María de Guadalupe estuvo presente en los comienzos de nuestra evangelización . Estuvo presente en el desarrollo de la misma: Sigue presente y cuida de sus hijos en nuestros tiempos. A esta presencia suya se atribuye la conservación de la fe, sobre todo en América Latina.

Vale la pena, pues, aprovechar el rezo del santo Rosario para hacer memoria y meditar su mensaje maternal. Esto nos ayudará a conocerlo más a fondo, a escucharlo con el corazón, a vivirlo concretamente y experimentar esa presencia protectora y de intercesión de la Santísima Madre de Dios y Madre nuestra, Santa María de Guadalupe.

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La Santísima Virgen María fue la mujer preparada por Dios para dar existencia humana al propio Hijo de Dios, hecho hombre por la salvación de la entera humanidad.

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En la constitución Lumen gentium del Concilio Vaticano II se afirma que «María, aceptando la palabra divina, fue hecha Madre de Jesús, y abrazando la voluntad salvífica de Dios con generoso corazón, se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo el misterio de la redención con Él y bajo Él» (No. 56).

Esto significa que ella es la «Nueva Eva» que cooperó con el «Nuevo Adán» para que naciera la humanidad nueva.

Es así como María concibió y dio a luz a Jesús en Belén, estuvo con El en las bodas de Caná e intercedió de El, el primer milagro, estuvo firme a los pies de la cruz, oró con los Apóstoles en el cenáculo. Y ahora, elevada a la gloria del cielo, sigue intercediendo por el mundo, por la Iglesia, y por cada uno de nosotros.

Con el rezo del Rosario en su honor celebramos esa cooperación suya, confiamos en su asistencia maternal, pedimos su intercesión delante de su Hijo Jesús.


EL SANTO ROSARIO

Todos: Por la señal de la Santa Cruz…

Abre, Señor, nuestros labios para que bendigamos Tu santo nombre y el de la Purísima Virgen María de Guadalupe; purifica nuestros corazón de todos los pensamientos malos, vanos e impertinentes; ilustra nuestro entendimiento e inflama nuestra voluntad para que digna, atenta y devotamente recemos el Santo Rosario y merezcamos ser oídos ante el acatamiento de Tú divina Majestad.  Por Jesucristo Nuestro Señor.  Amén.

– Señor Mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, me pesa de todo corazón haber pecado, porque he merecido el infierno y perdido el cielo, pero sobre todo porque te ofendí a tí, que eres bondad infinita, padeciste y moriste por mí clavado en la Cruz. Propongo firmemente con tu gracia enmendarme, alejarme de toda ocasión de pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me sea impuesta. Confío me perdonarás por tu infinita misericordia, Amén.

Se  dice el misterio correspondiente el día.

Padre nuestro…    10  Avemarías,  Gloria…

V. Mi corazón en amarte, eternamente se ocupe.

R. Y mi lengua en alabarte, Madre mía de Guadalupe.

V. Santa María de Guadalupe, Reina de México.

R. Salva nuestra Patria y conserva nuestra fe


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MISTERIOS GOZOSOS
Lunes y Sábado

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PRIMER MISTERIO GOZOSO ÁFRICA

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En el primer misterio gozoso contemplamos la anunciación del ángel a María y la encarnación del Hijo de Dios.

Ha llegado el momento tan esperado por la humanidad: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer» (Ga 4,4).

María de Nazareth, la mujer preparada por Dios y anunciada por los profetas, conoce por medio del ángel los designios de Dios y los acepta con un «sí» generoso y total. Ella representa a toda la humanidad que recibe al Salvador tan esperado.

Al llegar la plenitud de los tiempos para nuestro continente americano, Cristo envió a su propia Madre al Tepeyac de México. Leemos en el «Nican Mopohua» (narración original del acontecimiento Guadalupano escrita en idioma náhuatl): «Diez años después de tomada la ciudad de México, se suspendió la guerra y hubo paz entre los pueblos. Así empezó a brotar la fe y el conocimiento del verdadero Dios por quien se vive».

El evento de Guadalupe y su mensaje, tal como los encontramos en la narración original, aparecen inculturados, encarnados en la cultura y en la realidad de los mexicanos de aquel tiempo. Desde entonces, como el Papa lo afirma: «América Latina, en Santa María de Guadalupe, ofrece un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada. En efecto en la figura de María, desde el principio de la cristianización del Nuevo Mundo y a la luz del evangelio de Jesús, se encarnaron auténticos valores culturales indígenas. En el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac se resume el gran principio de la inculturación» (Juan Pablo II).

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En este misterio pidamos para que la Santísima Virgen siga acompañando la labor de todos los misioneros en África, para que el mensaje del Evangelio siga inculturándose en tierras africanas y para que surjan grandes evangelizadores entre los mismos africanos.


SEGUNDO MISTERIO GOZOSO – AMÉRICA

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En el segundo misterio gozoso contemplamos la visita de María a su prima Isabel y la santificación del precursor Juan Bautista en el seno de su madre.

En la anunciación el ángel había dicho a Maria: «Isabel, tu pariente, ha concebido a un hijo en su vejez, y éste es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril» (Lc, 36).

María deja de prisa el recogimiento de Nazareth y va a visitar a su pariente, llevando la generosa ayuda de su caridad, pero sobre todo llevando a Jesús y comunicando a Isabel, al esposo Zacarías y al niño Juan, aún antes de nacer, las gracias de la salvación.

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Al iniciar la historia de la salvación en nuestro continente americano, María nos visitó. Su visita trajo a nuestros pueblos su presencia maternal llena de ternura. La Virgen de Guadalupe se presenta a Juan Diego, en primer lugar como la Madre de Dios, y lo hace sirviéndose de los conceptos de la teología náhuatl: es la madre de Ometeotl, el único y verdadero Dios. En segundo lugar se presenta como nuestra madre y le dice: «Deseo vivamente que se me erija aquí un templo para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre» (1 a. aparición).

Pero, lo más importante es que su visita nos trajo a Jesús: en efecto la imagen que ella dejó grabada en la tilma de Juan Diego muestra a una mujer encinta: es la Virgen de la visitación, la misma que, estando encinta llegó a la casa de Isabel y comunicó el primer anuncio de la redención.

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En este misterio queremos pedir para que Santa María de Guadalupe siga visitando nuestros pueblos de América para socorrer nuestras necesidades; pero sobre todo para traemos a su hijo Jesús que es camino, verdad y vida.

TERCER MISTERIO GOZOSO-EUROPA

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En el tercer misterio gozoso contemplamos el nacimiento de Jesús en Belén y el anuncio de la salvación a los pastores y a los reyes magos.

«Tanto amó Dios al mundo que mandó a su hijo único» (Jn 3,16).

«Se le cumplieron a María los días del alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvieron en pañales y le acostó en un pesebre porque no tenían sitio en el alojamiento» (Lc 2,6-7).

«El ángel les dijo a los pastores: Os anuncio una gran alegría… os ha nacido hoy un salvador» (Lc 2, 10-11).

Jesús, el hijo de Dios, nace en la pobreza de un pesebre y se manifiesta a los pastores.

María de Guadalupe, la Madre de Dios, elige el Tepeyac, que forma parte de la periferia donde habitaban los desplazados por la conquista, para manifestarse a Juan Diego, un indio recién bautizado. Desde allí envía a su mensajero hacia el centro del poder civil y religioso para hacer conocer su mensaje al obispo de México.

Convierte así al «evangelizado» Juan Diego en «evangelizador», de quien era oficialmente portador del Evangelio. La Virgen le había dicho: «Oye, hijo mío, y ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros, a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y con tu mediación se cumpla mí voluntad» (2a. aparición).

Fue de esta manera que el obispo Zumárraga y los demás misioneros tuvieron que conocer la voluntad de la Madre de Dios por medio de aquel hombre que ellos mismos habían evangelizado y bautizado.

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En este misterio pidamos para que la Iglesia europea, que tradicionalmente ha sido evangelizadora, recupere su vitalidad y para que se mantenga abierta a la generación y al intercambio con las iglesias jóvenes.

Pidamos también para que de América Latina surja una gran muchedumbre de misioneros y misioneras quienes, como Juan Diego, sepan llegar hasta los antiguos evangelizadores para darles un renovado anuncio del evangelio de Jesús.

CUARTO MISTERIO GOZOSO-OCEANÍA

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En el cuarto misterio gozoso recordamos cuando María y José, al cumplir los cuarenta días del nacimiento del niño Jesús, le llevaron al templo para presentarle al Padre celestial.

Allí se encontraba Simeón a quien «le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor». Cuando vio al niño, movido por el Espíritu de Dios, reconoció en él al Mesías esperado por la humanidad y enviado por Dios como «luz para alumbrar las naciones» (Lc 2,26.32).

La profetisa Ana «como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén» (Lc 2,38).

Simeón esperaba ver al Cristo para poder morir en paz.

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El día 12 de diciembre de 1531, Juan Bernardino, tío de Juan Diego, que era muy anciano, se encontraba en su casa muy enfermo y esperando la llegada del ministro de Dios. Quería recibir consolación y los auxilios santos para reconciliarse con Dios y poder morir en paz. Pero su hora no había llegado todavía ya que cuando Juan Diego iba rumbo a la ciudad a toda prisa a buscar a un sacerdote, la Santísima Virgen se le hizo la encontradiza y le animó diciendo: «No te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella: está seguro de que ya sanó». Y entonces sanó su tío según después se supo. También le dijo la Señora que, cuando fuera a ver al obispo, le revelara lo que vio y de qué manera milagrosa lo había sanado (4a. aparición).

En este misterio gozoso del rosario pediremos por todos los ancianos y ancianas de Oceanía y del mundo, para que haya quien, como Juan Diego con su tío, esté cerca de ellos y los ayude en sus necesidades. Pero sobre todo le pedimos a la Santísima Virgen que ella misma los alivie en los achaques y molestias de la edad y les consiga de Dios poder llegar a conocer a su Hijo Jesús, para su completa y eterna salvación.

QUINTO MISTERIO GOZOSO – ASIA

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En el quinto misterio gozoso contemplamos a Jesús adolescente de 12 años que subió al templo con sus padres.

«Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando tuvo 12 años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres». Al no encontrarlo en la caravana, María y José se volvieron a Jerusalén en su busca. «Y sucedió que al cabo de tres días, lo encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas» (Lc 2,41-43.46-47).

Juan Diego fue a la casa del obispo Zumárraga para contarle todo lo que había «visto, admirado y oído» cumpliendo de esta manera la voluntad de la Virgen.

Como los maestros del templo de Jerusalén, al oír las preguntas y respuestas de ese muchachillo de 12 años, «estaban estupefactos por su inteligencia» así le pasa al obispo, el cual, ante la insistencia de Juan Diego, llevado en parte por la incredulidad y en parte por la prudencia, le pidió que le trajera una señal para poder creer que era realmente la Madre de Dios la que se le aparecía. La Santísima Virgen le dijo a Juan Diego que subiera a la parte alta de la montaña y que recogiera las rosas que encontraría para llevarlas como señal. Así lo hizo y cuando abrió su tilma delante del obispo, cayeron las rosas y apareció la imagen de la Madre de Dios pintada sobre el rústico tejido de la tilma.

Los grandes pueblos de Asia en su prudencia y sabiduría humanos quieren señales extraordinarias que acrediten el mensaje evangélico proclamado por los misioneros. Por otra parte ellos son muy respetuosos y amantes de la naturaleza. Pidamos para que la Madre del verdadero Dios conceda mucha sabiduría a los mensajeros de su Evangelio en Asia. Y encuentren caminos que los lleven a Aquel que Dios nos envió como único salvador.


MISTERIOS DOLOROSOS
Martes y Viernes
PRIMER MISTERIO DOLOROSO

En el primer misterio doloroso contemplamos a Jesús que ora y suda sangre en el huerto de los Olivos.

«Entonces Jesús salió y se fue, como era su costumbre, al cerro de los Olivos; y lo siguieron también sus discípulos. Cuando llegaron al lugar, les dijo: «Orad para no caer en tentación».

Después se alejó de ellos como a la distancia a la que uno tira una piedra, y doblando las rodillas, oraba diciendo: Padre, si quieres, aparta de mí este calizo Sin embargo, que no se haga mi voluntad sino la tuya».

Entonces se le apareció un ángel del cielo que venía a animarlo, y empezó a luchar contra la muerte. Oraba con más insistencia y su sudor se convirtió en grandes gotas de sangre, que caían hasta el suelo» (Lc 22,39-44).

En el silencio y la oscuridad de esa noche en el huerto de los Olivos Jesús presintió los tormentos que caerían sobre El y pidió al Padre que alejara de El la prueba.

Juan Diego y los de su raza fueron humillados por el conquistador, y vivían una situación de opresión; eran los más pobres entre los pobres. El mensajero de Guadalupe era consciente de todo esto y cuando se dio cuenta de que el obispo no le había creído, pidió a la Virgen que no lo enviara nuevamente. Le dice: «Señora mía… mucho te suplico que le des tu encargo a uno de los nobles más valiosos, los conocidos, estimados y respetados». Y María le responde: «Aunque muchos son los mensajeros a quienes puedo dar el encargo… es de todo punto preciso que con tu mediación se cumpla mi voluntad» (2a. aparición). Después le animó para que fuera y cumpliera la misión que le había dado.

Hoy nos toca a nosotros acercamos a Jesús que ora y suda sangre en el huerto; nos toca a nosotros prolongar la oración de Jesús, y recoger las gotas de su sangre ofreciéndolas a Dios-Padre por el continente Africano. Y nuestra oración y ofrenda tendrán más eficacia si sabemos unir nuestros sacrificios, nuestras penas y sufrimientos al sudor de sangre de Jesús para la evangelización de África.

SEGUNDO MISTERIO DOLOROSO

En el segundo misterio doloroso contemplamos la flagelación de Jesús. «Cada fiesta, el procurador solía conceder al pueblo la libertad de un preso, el que quisieran. Tenían a la sazón un preso famoso, llamado Barrabás. Y cuando ellos estaban reunidos, les dijo Pilato: «¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, el llamado Cristo?», pues sabía que le habían entregado por envidia… Respondieron: ¡A Barrabás! Díseles Pilato: «¿y qué voy a hacer con Jesús, el llamado Cristo?». y todos a una: <<¡Crucifícalo!»… Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarle, se lo entregó para que fuera crucificado» (Mt27,1 5-18.21-22.26).

Jesús afrontó la humillación y el sufrimiento de la flagelación para reparar los tantos y graves delitos que se cometen contra la dignidad de las personas.

La Virgen María vino a nosotros, con sus apariciones en el Tepeyac, cuando la mano pesada de los conquistadores azotaba y humillaba la dignidad de nuestros antepasados. Los trataban como esclavos, los maltrataban con azotes, los asustaban y mataban con sus armas, y se servían de ellos únicamente para sus intereses ya sea en los trabajos pesados de las minas, ya sea para labrar los campos de sus inmensas posesiones.

La «Madre del verdadero Dios por quien se vive» quiso que se le erigiera un templo en medio de nosotros para «en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa… Para oír allí sus lamentos, y remediar todas sus miserias, penas y dolores» (la aparición). El mensaje de María de Guadalupe es una «buena noticia» de amor y consolación, pero también de rehabilitación y redignificación de un pueblo humillado, oprimido y marginado.

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En este misterio pidamos que Santa María de Guadalupe nos alcance de su Hijo la gracia de ser solidarios con nuestros hermanos indígenas que, marginados en las sierras o en las ciudades, luchan todavía hoy, como Juan Diego por la vida, por la tierra, por su dignidad y por la justicia.
TERCER MISTERIO DOLOROSO
En el tercer misterio doloroso contemplamos a Jesús tratado como rey de burlas y humillado con una corona de espinas y una caña por cetro.

«Entonces los soldados del procurador llevaron consigo a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de El a toda la cohorte. Le desnudaron y le echaron encima un manto de púrpura; y trenzando una corona de espinas, se la pusieron sobre la cabeza, y en su mano derecha una caña; y doblando la rodilla delante de El, le hacían burla diciendo: «¡Salve, rey de los judíos!» . y después de escupirle, cogieron la caña y le golpeaban en la cabeza» (Mt 27,27-30).

Jesús sufre y aguanta ese dolor físico y esa humillación moral para reparar todas las ambiciones y delitos de aquellos que aprovechan el poder para dominar a los pueblos y ejercer su gobierno no sólo olvidándose de Dios, sino incluso pisoteando la ley de Dios y destruyendo el sentido religioso y la fe cristiana entre los ciudadanos.

Dios envió al mundo a su Hijo único para redimimos y nos dio a María como mediadora entre El y nosotros. El Nican Mopohua aclara esto desde el principio. En varias de sus expresiones, la Santa Virgen de Guadalupe utiliza grupos de tres palabras: quiere un templo para «oír, remediar, y curar» sus «miserias, penas y dolores». El número tres, en la teología indígena náhuatl, era símbolo de mediación entre el cielo y la tierra.

Para muchos latinoamericanos Santa María de Guadalupe ha sido desde siempre la mediación más extraordinaria que Dios ha escogido para manifestar el amor que tiene a sus hijos. Ha sido la escuela en donde muchas generaciones han aprendido que Dios es padre y madre, que nunca se olvida de sus criaturas y que no esta de acuerdo al ver a tantos de sus hijos pisoteados y condenados a sobrevivir en condiciones que de humano no tiene ni el nombre.

En el rezo de este misterio pidamos a Cristo Rey del universo y redentor nuestro, que por la intercesión de la Santísima Virgen de Guadalupe, reavive la Fe de los pueblos europeos, para que Europa y en el mundo entero se extienda el reino de Jesús, reino de justicia, de amor y de paz.

CUARTO MISTERIO DOLOROSO

En el cuarto misterio doloroso contemplamos a Jesús condenado a muerte por Pilato y su camino al Calvario llevando en sus hombros el madero de la cruz.

«Tomaron pues a Jesús y El, cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Gólgota…» (Jn 19, 16-17).

«Cuando le llevaban echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús. Le seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y se lamentaban por Él» (Lc 23,26-27).

A lo largo del camino doloroso probablemente Jesús encontró a su Santísima Madre que le acompaño hasta la cumbre, al lugar llamado Gólgota, que quiere decir «Calvario».

Simón de Cirene se ve forzado a cargar con la cruz de Jesús y, de este modo, aún contra su gusto, realizó un gesto de solidaridad.

El «cirineo» no ayudó por iniciativa suya, así como Juan Diego no se convirtió en mensajero de la Virgen por propia iniciativa. Fue la Madre de Dios que le pidió que fuera su colaborador, su mensajero. Sabía que la tarea que le encomendaba no era fácil y lo animaba a ser su «buen cirineo» diciéndole: «Ten por seguro que te lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que yo te recompense del trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo» (1a aparición). Y en otra ocasión le decía: «Sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has emprendido» (3ª. Aparición).

Juan Diego asume su papel de <<buen cirineo>> de Santa María de Guadalupe y realiza con entusiasmo y fidelidad todo lo que ella le pide sabe que cuenta con la confianza y protección de su madre del cielo.

En este misterio pidamos a la Virgen de Guadalupe que nos ayude a convertirnos en «cirineos» de los misioneros, especialmente de los que trabajan en Oceanía, sosteniéndoles con nuestra oración y con nuestros sacrificios.

En este misterio pidamos a la Virgen de Guadalupe que nos ayude a convertirnos en «cirineos» de los misioneros, especialmente de los que trabajan en Oceanía, sosteniéndoles con nuestra oración y con nuestros sacrificios.

QUINTO MISTERIO DOLOROSO

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En el quinto misterio doloroso contemplamos la crucifixión y muerte de Jesús.

«Tomaron a Jesús, y él cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario… y allí le crucificaron» (Jn 19,17-18).

«Así mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de DIOS» (1 Co 1,22-24).

Poquísimas palabras para describir el crimen más grave y la muerte más injusta acaecida en el mundo, y al mismo tiempo el acto de amor más grande con que Dios ha amado a la humanidad: «El (Dios-Padre) no perdonó a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros» (Rm 8,32).

Cuando llegaron los primeros misioneros a México y empezaron a predicar el gran misterio del Hijo de Dios hecho hombre y muerto en una cruz, los habitantes de esas tierras quienes tenían un gran concepto de la trascendencia del ser divino se quedaban no sólo indiferentes, sino incluso escandalizados. Resultaba incomprensible para su mentalidad y cultura admitir ese misterio de acercamiento de Dios al hombre y esa humillación de la divinidad hasta la muerte del Hijo de Dios en la cruz. Eran, pues, muy pocos los que aceptaban ser cristianos.

Cuando llegó Santa María de Guadalupe se acercó al indio Juan Diego, hablando su idioma y tratándolo con sencillez y cariño. De esta manera, aún revelándose como «la madre del verdadero Dios, del creador, del señor del cielo y la tierra», le hizo comprender que el «Dios grande y lejano», en realidad se había hecho tan pequeño que entró en su seno; y que estaba tan cerca de su pueblo que les había enviado a su propia madre para quedarse con ellos. La llegada de María en el Tepeyac, abrió los corazones del pueblo indígena a la aceptación del Cristo crucificado y allanó el camino a la obra evangelizadora de los misioneros.



Pidamos a la Santísima Virgen María que repita esas maravillas entre los pueblos de Asia, para que ellos también se abran a la gracia de la salvación que brota de la cruz donde está clavado el Hijo de Dios, único y verdadero redentor de la humanidad.


MISTERIOS GLORIOSOS

Miércoles y Domingo

PRIMER MISTERIO GLORIOSO

En el primer misterio glorioso contemplamos la resurrección de Jesús.

«El Ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: Vosotras no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado, como lo había dicho. Venid, ved el lugar donde estaba. Y ahora id enseguida a decir a sus discípulos: ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis» (Mt 28,5-7).

La vida de Jesús y su obra redentora no se acaban con la tragedia del Calvario ni en la oscuridad y el silencio del sepulcro. Al tercer día Jesús resucita, como lo había anunciado. Con su resurrección empieza para la humanidad redimida una historia nueva. La Virgen de Guadalupe vino a dar nueva vida y esperanza a un pueblo que quería morir
y hasta olvidar que había existido.

Si alguna palabra puede resumir al mensaje de Guadalupe, es precisamente
ésta: nueva vida.

A un pueblo caído, dominado, esclavizado, María le entrega un mensaje de libertad, de dignidad, y una razón de existir. María de Guadalupe pone su confianza en quienes no confían ni siquiera las autoridades religiosas. Transforma a Juan Diego, lo recrea, de un «pobre indio» en otro hombre, le da una nueva personalidad; ahora es su hijo y el mensajero de su confianza.

No basta, sin embargo, la experiencia religiosa íntima. La reconstitución del nuevo sujeto indio es tarea que el mismo indio tiene que llevar a cabo en su propio drama y en su propia historia. Su rehabilitación no termina en el diálogo amoroso con María, sino ante el obispo, a quien entrega las rosas «para que aparezca la verdad de mi palabra».

En este misterio pidamos para que la Santísima Virgen María, quien transforma en mensajero suyo al indio Juan Diego, transforme también a los africanos en mensajeros del Evangelio, para la venida del Reino de Jesús en todo el mundo.

SEGUNDO MISTERIO GLORIOSO

En el segundo misterio glorioso contemplamos el mandato misionero de Jesús a los Apóstoles y la ascensión al cielo del Señor:

«Estando sus discípulos reunidos, Jesús les dijo: Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará… Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios.
Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que le acompañaban»
(Mc 16,15.19-20).

Jesús ha terminado su misión sobre la tierra. Ahora les toca a sus discípulos continuar y completar la obra de la salvación. Y es obedeciendo a este mandato del Señor que los misioneros llegaron a nuestro continente a traernos la riqueza de la fe cristiana.

La Santísima Virgen de Guadalupe con cariño maternal muestra a Juan Diego sus posibilidades, sus cualidades, le hace recuperar su dignidad y su valor, y le hace aceptar como propio un papel que ha de cumplir con esmero, ser su embajador: «Ve allá al palacio del obispo de México, y le dirás que yo te envío como mi mensajero».

El vidente del Tepeyac no se contentó con llevar el mensaje de la Madre de Dios al señor obispo, sino que se transformó en un verdadero apóstol. Una vez construida e inaugurada la ermita en el lugar de las apariciones, Juan Diego se quedó encargado de la casa de oración. Allí él daba a conocer a los visitantes y peregrinos que venían los acontecimientos del mes de diciembre de 1531. Además enseñaba a todos las verdades de la fe cristiana y los mandamientos de la ley de Dios, con su palabra, con sus oraciones y sobre todo con su testimonio de vida. Él fue el primer catequista indígena de América Latina.

En este misterio pidamos por la intercesión de María de Guadalupe, y de su mensajero, el santo Juan Diego, que el señor llame a muchos jóvenes de nuestro continente americano y los envíe por el mundo entero a anunciar la Buena Nueva.

TERCER MISTERIO GLORIOSO

En el tercer misterio glorioso contemplamos la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles en el cenáculo.

«Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar… Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos, quedaron todos llenos del Espíritu Santo…» (Hch 2,1.3-4).

«Después de haber escuchado a Pedro y a los demás apóstoles, los que acogieron su Palabra fueron bautizados. Aquel día se les unieron unas tres mil almas» (Hch 2,41).

Pedro fue el primero quien abrió las puertas del cenáculo para anunciar con valentía a Cristo muerto y resucitado. Más tarde la fuerza del Espíritu Santo cambió la vida de «Saulo el perseguidor» en la de «Pablo el evangelizador». Y Pedro y Pablo llegaron a Europa para anunciar el Evangelio. Sobre los cimientos de la predicación apostólica y el testimonio de su martirio, la fe cristiana se afianzó y se extendió por todo el continente europeo. Y Europa, antes centro del gran imperio romano, se transformó en centro de irradiación del cristianismo.

Cuando la Santísima Virgen María se le apareció a Juan Diego en el Tepeyac, los habitantes de México estaban divididos. Existían innumerables tribus, con costumbres, creencias, ritos e idiomas muy diferentes entre ellos. Pero la llegada de la Madre de Dios, su manera de acercarse al indio, de hablar su idioma, de asumir su lenguaje y su cultura, de quedarse entre ellos con su sagrada imagen grabada en una tilma, fueron más eficaces que las catequesis y los sermones de los misioneros. Poco a poco, en el nombre de Santa María de Guadalupe, México se hizo cristiano, y las varias tribus se encontraron reunidas en la misma fe.

Hasta hoy en día, el santuario de «La Villa» y la veneración y devoción a la «Morenita del Tepeyac» constituyen el elemento que más une en un solo pueblo y una sola fe a los habitantes de todo México.

En este misterio pidamos por la intercesión de la Virgen de Guadalupe, una nueva efusión del Espíritu sobre el Papa, los obispos y toda la Iglesia de ese continente para que surja «una nueva primavera de vida cristiana», el viejo continente rejuvenezca bajo ese soplo del Espíritu de Pentecostés.

CUARTO MISTERIO GLORIOSO

En el cuarto misterio glorioso contemplamos la asunción de la Santísima Virgen a los cielos.

El Concilio Vaticano II afirma: «La Virgen lnmaculada, terminado el curso de su vida terrena, fue asunta a la gloria celestial en cuerpo y alma».

La Virgen María ha sido la «Nueva Eva» que se puso a lado de su Hijo Redentor, el «Nuevo Adán», para dar inicio a una nueva humanidad. Era, pues, muy lógico que Jesús se la llevara al cielo en alma y cuerpo para que disfrutara plena y definitivamente de los beneficios de la redención.

La asunción de María al cielo no fue una «despedida» de sus hijos peregrinos en este mundo. Al contrario: Jesús la quiso en el cielo para que desde allí pudiese darse cuenta de las necesidades de todos sus hijos en la tierra y, estando junto a su Hijo-Dios, pudiese interceder por nosotros, como lo hiciera un día en las bodas de Caná.

Prueba de ello son las numerosísimas apariciones de María en todos los rincones de nuestro planeta. Con el pasar de los años se han multiplicado los santuarios, las capillas, los altares y los nichos que sus hijos le han dedicado para recordar su presencia materna entre nosotros y para agradecerle las gracias y los favores recibidos por su intercesión.

Ella está siempre junto a sus hijos, como lo dijo a Juan Diego en la cuarta aparición: «No se turbe tu corazón… ¿No estoy aquí yo que soy tu madre? ¿No estás tú bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás tú, por ventura, en mi regazo?». Son palabras muy hermosas y alentadoras que ponen de manifiesto cuánto y cómo esta madre celestial se preocupa por nosotros sus hijos.

Los misioneros que trabajan en Oceanía, como los que trabajaron y trabajan en otros continentes, saben con certeza que María, la Madre de Jesús y de los cristianos, subió al cielo para poder acompañarlos y socorrerlos mejor en su labor evangelizadora. Pidamos, pues, a ella que afiance el corazón de los misioneros y misioneras con esa confianza total en su maternal protección. Y pidámosle también para que nuestros hermanos de Oceanía, incluso los que habitan en las islas más pequeñas y remotas, puedan experimentar el poder de su intercesión delante de Jesús, para que llegue para todos ellos el día de la redención.

QUINTO MISTERIO GLORIOSO

En el quinto misterio glorioso contemplamos la coronación de la Santísima Virgen como reina de cielo y tierra.

«Apareció en el cielo una señal grandiosa: una mujer, vestida del sol, con la luna bajo los pies y en su cabeza una corona de doce estrellas» (Ap 12,1).

El Vaticano II afirma: «La Virgen inmaculada… fue asunta a la gloria celestial y enaltecida por el Señor como reina del universo, para que se asemejara más plenamente a su Hijo, vencedor del pecado y de la muerte».

Es hermoso para Jesús contemplar la belleza y la gloria de su madre. Pero es extasiante también para nosotros contemplar la belleza y la gloria de María reina de cielo y tierra, y saber que es también nuestra madre celestial.

En la narración de la primera aparición de la Madre de Dios a Juan Diego (9 de diciembre de 1531) Leemos lo siguiente: «Al llegar Juan Diego junto al cerrillo llamado Tepeyac amanecía, y oyó cantar arriba del cerrillo: semejaba canto de varios pájaros preciosos, y parecía que el monte respondía… Estaba viendo hacia el oriente, arriba del cerrillo, y así que cesó repentinamente y se hizo el silencio, oyó que le llamaban y le decían: «Juanito, Juan Dieguito…» Cuando llegó a la cumbre, vio a una señora que estaba allí de pie y que le dijo que se acercara. Su vestidura era radiante como el sol; el risco en que posaba su planta flechado por los resplandores, semejaba una ajorca de piedras preciosas, y relumbraba la tierra como el arco iris. Los mezquites, nopales y otras diferentes hierbecillas parecían de esmeralda» (1a. aparición)

La armonía, la luz y la belleza de la creación anunciaban y celebraban la presencia de la Reina, la Madre del verdadero Dios.

La Santísima Virgen María, reina del cielo y de la tierra, consiga con su intercesión que también para nuestros hermanos de Asia llegue el Reino de Dios y que todos ellos formen un día con nosotros el pueblo de la nueva y eterna alianza, sellada por nuestro redentor en la sangre del Cordero, Cristo nuestro redentor.

Letanía

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Señor, ten piedad…
Cristo, ten piedad…
Señor, ten piedad…
Santa María de Guadalupe, mamá de nuestras naciones Ruega por nosotros
Mamá que nos vienes a revelar y a entregar al único Dios y Señor Ruega por nosotros
Mamá del Verdaderísimo Dios por Quien se vive Ruega por nosotros
Mamá de Quien está siempre cercano a todos Ruega por nosotros
Mamá del Creador de rostros y corazones Ruega por nosotros
Mamá del Dueño de los cielos y la Tierra Ruega por nosotros
Mamá que vienes a manifestar el Plan de Dios para que se haga Ruega por nosotros
Mamá de ternura inigualable para cada una de las gentes Ruega por nosotros
Mamá de trato tan cariñoso que cautivas a las personas Ruega por nosotros
Mamá de mirada compasiva y misericordiosa Ruega por nosotros
Mamá que respondes sin descanso a las llamadas Ruega por nosotros
Mamá que recibes a quienes te buscamos Ruega por nosotros
Mamá que despiertas infinita confianza Ruega por nosotros
Mamá que levantas al indígena de su postración Ruega por nosotros
Mamá que enseñas al jerarca a servir al Pueblo de Dios Ruega por nosotros
Mamá que engendras vida nueva en los Pueblos de Abya-Yala Ruega por nosotros
Tú, la perfecta y siempre Virgen, Santa María Enséñanos a amar
Tú, la que nos quieres a todos y a cada uno Enséñanos a amar
Tú, que nos das tu defensa y auxilio, amor y compasión Enséñanos a amar
Tú, que escuchas nuestros llantos y remedias las tristezas Enséñanos a amar
Tú, que curas nuestras penas, miserias y dolores Enséñanos a amar
Tú, que nos envías a vivir el amor a Dios y a nuestra gente Enséñanos a amar
Tú, que depositas en nosotros tu confianza Enséñanos a amar
Tú, que agradeces a tus fieles lo que hacemos por Tí Enséñanos a amar
Tú, que pides pongamos nuestra parte para hacer nuestra misión Enséñanos a amar

Oremos


Te pedimos Señor, que nosotros, tus siervos, gocemos siempre de salud de alma y cuerpo; y por intercesión de Santa María de Guadalupe líbranos de las tristezas de este mundo y concédenos las alegrías del cielo. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

Oración

Señor, Tú has querido que tu Iglesia sea sacramento de salvación para todos los hombres, a fin de que la obra redentora de Cristo persevere hasta el final de los tiempos; mueve ahora los corazones de tus fieles y concédenos la gracia de sentir que nos llamas con urgencia a trabajar por la salvación del mundo, para que, de todas las naciones, se forme y desarrolle un solo pueblo, una sola familia, consagrada a tu nombre. Por Cristo nuestro Señor. Amén.


virgen.jpg Virgen De Guadalupe image by longoria2310





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